El regreso de los gobiernos electos de izquierda en América Latina y, en particular, la llegada de Gustavo Petro al poder en Colombia, le han devuelto al presidente venezolano, Nicolás Maduro, algo de oxígeno internacional y una cierta pertinencia política en la región. Por primera vez en mucho tiempo, luego de años de asedio y desconocimiento en todos los frentes, la nueva situación puede afianzarse con el posible regreso al poder de Lula Da Silva en Brasil.
Caracas se ha anotado dos puntos importantes para atenuar las presiones y reposicionar su legitimidad. Uno, la intermediación solicitada a Maduro para que Caracas sea el escenario de las conversaciones del Gobierno de Colombia con la plana dirigente del Ejército de Liberación Nacional –la guerrilla colombiana cuya presencia en el país ha sido ampliamente documentada–, y dos, el canje de dos de los sobrinos de Cilia Flores, la primera dama de Venezuela, presos en los Estados Unidos por narcotráfico, a cambio de los cinco ejecutivos de nacionalidad estadounidense de la petrolera Citgo.
Los espacios que Maduro recupera se concretan en colaboración con el entorno político que circunda a Venezuela, muy especialmente Colombia, y con el Gobierno de Estados Unidos, que desarrolla un proceso de negociaciones con el chavismo independientemente de la oposición venezolana. Mientras tanto, en el frente interno, Maduro continúa en su camino de aplicar una política de tranquilidad con el sector privado, e incluso con las corrientes opositoras que han desconocido su legitimidad en el poder.
Parece cristalizar el largo lobby hecho por la petrolera Chevron para obtener la licencia que le permita expandir sus operaciones en Venezuela, en un momento de necesidad por la guerra en Ucrania. Aunque el Gobierno chavista ha afirmado que la producción local de petróleo llegó al millón de barriles diarios, esta apenas alcanza los 700.000, y la Administración está necesitada de un impulso que, de concretarse, podría aumentar la producción en unos 300.000 barriles diarios más.
“En el aspecto técnico, los acuerdos para ampliar las licencias de Chevron parecen listos”, comenta el economista y analista energético Orlando Ochoa. Algunos observadores atestiguan que en las conversaciones del chavismo con actores económicos, la plana dirigente oficialista da continuas muestras de renuencia a un compromiso electoral que les arriesgue a perder el poder. La sensación es de que Maduro se siente capaz de derrotar a la oposición “por las buenas” en un escenario en el que concurran divididos en 2024.
Mientras tanto, en una circunstancia impensable hace apenas meses, 19 naciones de la Organización de Estados Americanos plantearon debatir un proyecto de resolución para dejar sin efecto el puesto que ocupa por Venezuela Juan Guaidó, cuyo embajador es Gustavo Tarre, una propuesta que no salió adelante por falta de quórum, pero que habla de nuevas interpretaciones, más cercanas a las conveniencias de la revolución bolivariana. Maduro se retiró de la OEA en 2017, en plena crisis política interna y ante un creciente cuestionamiento internacional de la legitimidad de su Gobierno.
“Hay un lobby petrolero muy fuerte trabajando duro para producir acuerdos con Maduro, no solo de Chevron, sino de Repsol, de Exxon, de Statoil”, afirma Carmen Beatriz Fernández, académica venezolana, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. “El mundo de 2022 es distinto al de 2019. A Maduro le ha favorecido muchísimo la pandemia, y ahora lo ayuda la guerra en Ucrania. Las correlaciones políticas se han alterado. Se ha venido extendiendo la convicción de que la política de máxima presión a Maduro no va a funcionar. Aquí, hay un cambio de estrategia”, dice. Fernández apunta a que es muy probable que ahora se pongan en práctica fórmulas persuasivas, con progresos parciales, que consoliden compromisos en el mediano plazo en torno a unas elecciones limpias y verificables en Venezuela.
Antes de las decisiones anunciadas para intercambiar prisioneros entre Estados Unidos y Maduro, en Venezuela ya había aumentado el ruido en torno a un posible reencuentro del diálogo político entre el chavismo y la oposición en México. Las versiones dan cuenta de algunos preacuerdos en el área de la crisis sanitaria y se está esperando al visto bueno de Maduro para retomar unas conversaciones que han cumplido un año desde su anuncio y que permanecen en estado cataléptico. El chavismo no quiere reanudar un foro político que tiende a fortalecer la interlocución de sus enemigos, mientras los portavoces de la oposición han permanecido herméticos.
“No creo que exista una resignación con la presencia de Maduro en el poder”, afirma Emilio Figueredo, diplomático, profesor de derecho internacional y director del portal informativo Analítica. “Hay algo de circunstancial en este tema. Hay que medir los efectos del corto y mediano plazo. La izquierda emergente de la región esquiva un encuentro cercano con Maduro, hablo de Petro y también de Gabriel Boric. Lo que quieren es resolver el tema venezolano. Y mientras, el secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, visita Lima y Santiago. La situación de los aliados de Maduro, además, de Cuba y de Rusia, no es nada estable”, menciona el diplomático.
Aunque algunos puntos de su horizonte se han aclarado, sobre el Gobierno de Nicolás Maduro pesan al menos tres pronunciamientos de la Comisión de Verificación de Hechos de las Naciones Unidas. En ellos se documenta la crisis social, el caos económico, las graves fallas de servicios públicos y las torturas y represión que el chavismo ha venido implementando como práctica permanente.
Información por: El País
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