La necesidad de encontrar nuevas soluciones energéticas para descarbonizar la economía junto a la voluntad de la UE de separarse de los hidrocarburos rusos sitúan al hidrógeno verde como gran alternativa al gas natural, aunque su despliegue plantea ciertas dudas y algunos inconvenientes técnicos.
Por: El Espectador de Caracas / EFE
Cada vez se habla más del hidrógeno verde, un gas inflamable y limpio que puede sustituir parte de la demanda de gas natural, hidrocarburo fósil que libera dióxido de carbono.
La Agencia Internacional de la Energía prevé que su consumo se multiplique por seis para 2030 y la Comisión Europea estima que supondrá el 10 % de la demanda energética de la Unión Europea en 2050, frente al 2 % actual.
Tendrá un papel protagonista en sectores difíciles de electrificar, como los procesos a alta temperatura en industrias químicas y siderúrgicas y como combustible para camiones o barcos.
El hidrógeno verde se considera un vector energético limpio porque se aísla rompiendo las moléculas del agua mediante electrólisis y para ello se emplea el excedente de electricidad renovable, por ejemplo, aprovechando los megavatios generados por el viento durante la noche, cuando baja el consumo.
La UE siempre ha tenido un ojo en el hidrógeno, pero el gas natural era la gran apuesta comunitaria para la transición energética.
Sin embargo, el abaratamiento de las energías renovables, el aumento del precio por emitir CO2 y la voluntad política de alejarse aceleradamente de los hidrocarburos rusos han despertado aún más el apetito de los Veintisiete.
Bruselas proyecta una inversión comunitaria de entre 180.000 y 476.000 millones de euros en el sector hasta mitad de siglo y aspira a que la UE produzca 10 toneladas e importe otras tantas al final de la década.