Juan Pablo Pérez Alfonzo es conocido como el «creador de la OPEP». Contradictorio, polémico, a veces muy certero, fue ministro de Minas e Hidrocarburos de Venezuela (1959 1963), autor de los libros Petróleo y dependencia, El Pentágono petrolero, El desastre y el más divulgado, Hundiéndonos en el excremento del Diablo (1976).
Alicia Freilich / El Nacional
Vale esta, su frase definitoria del oro negro venezolano, para proyectarla hacia la actual tragedia mundial de una guerra genocida que contra Ucrania protagoniza el robotizado ejército ruso de un solo hombre. Sin duda bestializado por la demencia, ya inscrito por la memoria popular en lo que va de siglo XXI como Vladolf Putler, asesino de masas.
Y lo peor. Sus efectos sobre organismos creados -ONU y OTAN- luego de la Segunda Guerra Mundial para reglamentar una racional convivencia humana sobre el planeta y evitar un futuro de criminalidad igual o parecida a las barbaries comandadas por Mao, Stalin y Hitler. Al menos, así lo aseguraron los educativos manuales de Historia Universal para la escuela secundaria de países democráticos.
Lógica idea jurídicamente derivada y planificada bajo el impacto de la presunta, culpabilizada vergüenza que tardíamente produjeron en Occidente aquellos regímenes totalitarios, en apariencia ideológicamente contrarios pero idénticos en las prácticas de sus bélicas maquinarias genocidas. A ese trágico, repetido fenómeno, lo llamaron terrorismos de Estado.
Sus doctos legisladores usaron aquel pretexto del “no sabíamos” para justificar su inacción pero quedó al descubierto como mentira oficial cuando surgieron a la luz testimonios materiales, a saber, documentos enterrados, cintas documentales que registraban los crímenes de los mismos ejecutantes para complacer a sus dirigencias que los ordenaban, grabaciones radiales bien archivadas, en fin, se supo que los responsables de evitarlas sabían mucho y reaccionaron sólo cuando el daño los tocaba en directo, tal cual ocurrió con el nazismo.
No es este el espacio que permite detallarlos y además se trata de horrores mostrados al detalle durante cincuenta años por las artes literarias, fílmicas, pictóricas. Sí es el sitio y el momento de advertir que se repitieron con la conducta asumida ante genocidios posteriores. Miraron largo tiempo para otro lado y la ONU, con o sin autorización de su Consejo de Seguridad, y la OTAN en algún momento por fin transgredieron sus anacrónicas normas para detener o no a tiempo tamañas catástrofes con saldo de miles de muertos y heridos de todas las edades, de traumatizados física y mentalmente de por vida, incluidos sus descendientes. Así, pues, intervinieron demasiado tarde sobre Bosnia Herzegovina (1992), Yugoslavia (1999), Libia (2011), contribuyendo a la caída de Muammar Gadafi; en todos los casos luego de discusiones bizantinas como ayer, antes de ayer y ahora, cuando las catástrofes eran y son evidentes hechos cumplidos de macabra historia.
Semejante rutina de acuerdos incumplidos, sanciones y demás tácticas dilatorias, siembran la herida no menos mortal de una generalizada desconfianza hacia esas instituciones, incluida la OEA, inútiles, a fondo dañinas, inoperantes, y se tornan cómplices al no corregir sus reglamentos y cartas fundacionales para adaptarlos a la era ciber, esta que desde cámaras in situ nos permiten ver, oír, palpar, sufrir, desesperar de impotencia ante locuras genocidas contra civiles inocentes, aldeas, hospitales, hogares, asilos, maternidades, escuelas, universidades, ciudades enteras.
Nada cambia. Se combinan viejos y nuevos intereses para conservar excrementos diabólicos: oros negro y amarillo, metales imprescindibles para la moderna tecnología atómica, comercializados opio y cocaína junto a otras drogas narcotizantes que de inmediato envenenan a vastos sectores poblacionales en su mayoría juveniles.
A dos semanas de tormento putinista ¿cuánto tiempo tardarán esta vez los discutidores de turno para determinar el sexo de los ángeles? ¿Ocurrirá el milagro que los borre del mapa de modo que se los pueda sustituir y construir un nuevo orden mundial capaz de preservar a tiempo una existencia decente y productiva sobre este globo espacial repleto de estaciones nucleares a la última moda?¿Tienen razón tantos autores que describen y analizan la decadencia y destrucción de Occidente? ¿O será que triunfa del todo la teoría darwiniana y la especie humana es así, de naturaleza que avanza para retroceder sin tregua hacia las cavernas, hundida en el propio estiércol?