Estoy convencida de que los homenajes hay que rendirlos en vida. Y hoy quiero homenajear a una gran mujer, alguien a quien tengo el privilegio de llamar mi amiga. Se trata de María Susana Padrón Corao de Grasso, presidente de Avesid, la Asociación Venezolana para el Síndrome de Down.
María Susana tenía 23 años y apenas terminaba sus estudios de Derecho cuando dio a luz a la mayor de sus cuatro hijos, Andreína. Apenas nació, a las 6:30 de la mañana, a María Susana le aplicaron un sedante que la tumbó hasta final de la tarde. En ese momento, su papá, el reconocido médico oncólogo José Alberto Padrón Amaré, acompañado por el pediatra de la bebé, se le acercaron y le informaron que su hijita había nacido con síndrome de Down. “¿Sabes de qué te estoy hablando?”, le preguntó el pediatra. “Sí”. María Susana recordó las clases de puericultura de tercer año de bachillerato. En una entrevista que le hice hace unos años, me contó:
“Después de varias horas que se me hicieron eternas, mientras la bebé era evaluada por un equipo inusual de médicos (supongo que no solo por su condición, sino también por el hecho de que era nieta de un médico) me llevaron a mi chiquita. Confieso que antes de verla me sentía un poco nerviosa, porque cuando te hablan de algo que no ves, no puedes tener una idea de lo que vas a encontrarte. Al ponerla en mis brazos la sentí tan vulnerable, tan desprotegida, que inmediatamente la coloqué en mi pecho y nos dormimos las dos. Desde el primer momento sentí un profundo e indescriptible sentimiento de amor como el que nunca había tenido. No me importaba más nada que tener a mi niña en mis brazos, conmigo, unidas. Yo acepté la situación desde el primer momento porque esto de decir ‘aceptar a mi hija’ no me entra; ¿cómo no vas a aceptar a tu hija solo por tener una discapacidad? ¡Esto nunca pasó por mi cabeza! ¡Era mía y punto!”.
Desde ese momento, María Susana se dedicó no solo a apoyar a Andreína, sino a muchos niños con su misma condición y otras condiciones similares, entre quienes se encuentra mi hija Tuti. Además, levantó tres hijos más, trabajó como abogada y ha sido un apoyo invalorable para su marido, el reconocido José Grasso Vecchio.
En estos tiempos de pandemia, María Susana diseñó un programa para tener a “sus muchachos de Avesid” ocupados y entretenidos. De lunes a viernes tienen clases en distintas disciplinas. Comparten, se divierten, se ríen y aprenden. Cuenta con el apoyo de los profesores Luisa Fernández, Silvia Silva, Néstor Zavarce y Milagros Márquez de Fermín. Pero María Susana es la “superprofe”, les da inglés, computación y educación ciudadana. Es absolutamente conmovedor verla con esa paciencia, yo que doy clases sé lo difícil que resulta explicar algo vía Zoom, mucho más cuando se trata de alumnos que tienen una desventaja. Explica, repite, vuelve a explicar, vuelve a repetir hasta que todos lo logran.
Por supuesto, para todos María Susana es una heroína y con razón. Para mí también lo es y sé que los padres de los muchachos comparten esta apreciación conmigo. Pero la relación no termina con las clases… los muchachos llaman a María Susana -muchos a horas insólitas- para hacerle preguntas, confesarle sus preocupaciones o simplemente para conversar. Y allí está ella siempre, con su buen humor, su excelente disposición y su paciencia y amor infinitos.
Quienes la conocemos somos unos privilegiados… Su perseverancia y dedicación son encomiables, porque tuvo la fortaleza de convertir un revés de la vida en una victoria, para ella y para quienes ha tocado con su buen hacer. Recibe este artículo, amiga querida, como un pequeño testimonio de reconocimiento, admiración y enorme afecto.