El coche bomba de Saravena es una muestra: la frontera sigue en llamas.
Las maneras de abordar el incremento de la violencia en ese terreno bilateral colombo-venezolano son muy distintas de acuerdo del lado que se mire. Desde ambas riberas de la línea que separa a los dos países hay tropas atentas a lo que allí ocurre y, sin embargo, poco han podido hacer para contener la escalada porque los actores son múltiples y las motivaciones diversas, pero particularmente porque ese territorio del lado venezolano está dominado por agentes del mal que o han contado con la venia del régimen madurista, o este se ha hecho de la vista gorda, o le conviene que la conflagración permanezca viva, o simplemente ha perdido control sobre todo lo que allí sucede.
Tiendo a inclinarme por la última de estas opciones: a fuerza de colaborar o de promover los negocios criminales que se dan en esas tierras sin nombre, el madurismo se ha convertido en un actor más, pero en uno que no lleva la voz cantante.
Como en estos de terrenos en donde campea a sus anchas el delito no es posible al mismo tiempo repicar en la misa y estar en la procesión, y debido al hecho de sus socios en los criminales quehaceres fronterizos son de aquellos que no conocen normas, ni principios, ni lealtades a otra cosa que no sea el dinero, a los chavistas se les ha ido enredando el papagayo al punto de que ya no hay quien ponga orden del lado nuestro. Están sobrepasados por los eventos y nuestros militares, que deberían ser llamados a poner orden en el conflicto están involucrados en estas componendas hasta donde les llega el gorro.
Ello, por supuesto, resulta utilísimo a quienes actúan del otro lado del Arauca porque refugiarse en esa “tierra de nadie” es lo más práctico, útil y seguro cuando las Fuerzas Militares colombianas si que no tienen paz con la misera. Los uniformados de aquel lado pisan duro en la búsqueda y combate de los malhechores que diezman sus poblaciones, cobran vacunas, negocian droga, armas y hacen que cunda el terror en poblaciones y caseríos fronterizos. La gran salida es refugiarse del lado del caos venezolano.
Todo este cuadro anterior en el cual actúan la guerrilla del ELN, las disidencias de las FARC en sus diferentes facciones –el Frente 10 y la Nueva Marquetalia–, los narcotraficantes colombianos y mexicanos, las fuerzas militares de ambos países y el hampa común es un escenario convulso en el que a muchos les conviene que prolifere el caos y que prevalezca la violencia, al tiempo que le ponen las cosas feas al gobierno de Iván Duque. Todo ello sin mencionar a los protagonistas del negocio extractivo ilícito de Venezuela que en ocasiones también usa esta frontera para sus propósitos.
No cito, de manera deliberada a los TANCOL porque esta apelación es una genialidad del intelecto revolucionario venezolano inventado por los estrategas de Miraflores para hacer aun más enredadas las cosas. No existe tal cosa como un grupo denominado “Terroristas Armados Narcotraficantes Colombianos”. Son todos patos de un mismo charco, nacionales de los dos países, dedicados al crimen organizado que es el rey en la zona. Para lo que si en buena la existencia de este nuevo actor es para involucrar a inocentes ─empresarios, ganaderos, hacendados o personas del común─ en las refriegas por el poder que vive la región y poder o actuar militarmente contra ellos o ponerlos a la orden de los tribunales por delitos de terrorismo.
Lo que quiero significar con todo lo anterior es que la violencia fronteriza que castiga a infinidad de gentes inocentes es un hecho sobrevenido, causado por la asociación del régimen venezolano actual con cualquier género de actividad que pueda reportarle beneficios económicos, sin importar cuánto paguen los ciudadanos por sus tropelías.