A pesar de la fuerte crisis propia que sufrimos en Venezuela, no podemos desentendernos de la destrucción ambiental que está ocurriendo en nuestro planeta. Se encuentra en riesgo la vida: la de seres humanos y la de muchas plantas y animales. Quizás los microorganismos serán los que mejor puedan resistir los trastornos que la actividad económica dominante está causando en la Tierra. ¿Cómo permanecer impasibles mientras eso ocurre? Debemos informarnos, opinar y presionar.
El Gobierno del presidente Maduro no está haciendo lo suficiente: al contrario, algunas de sus iniciativas son dañinas para nuestros ecosistemas, como el proyecto del Arco Minero del Orinoco. Hay un discurso vago que no se traduce en la acción necesaria. Los funcionarios asisten a eventos internacionales y condenan de modo genérico al capitalismo por su acción depredadora sobre los recursos naturales. ¿Y después? Las líneas de crecimiento priorizadas se acompasan con los modelos tradicionales, que persiguen ganancias gracias al uso desmedido de bosques, agua, suelos… sin considerar las consecuencias. A pesar de que esas consecuencias –ya cercanas- son sombrías. Lo sabemos, es algo estudiado y comprobado, no se trata de suposiciones.
Pero solos no podemos lograr mucho: Venezuela debería promover iniciativas desde los organismos internacionales a los que pertenece. Especialmente desde esa excelente plataforma que es la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Allí, junto a los otros países de la región -y solicitando financiamientos de los prometidos por las naciones más ricas del mundo-, podemos esforzarnos por proteger nuestras ingentes riquezas naturales, mitigar efectos del cambio climático y promover estilos de desarrollo menos destructivos. Porque nuestro ideal no debe ser un transporte terrestre basado en el automóvil, ni incesantes vuelos transportando turistas y mercancías a destinos lejanos, ni la deforestación a gran escala para criar enormes rebaños de reses o para extraer minerales. Por su parte, petróleo y gas son materiales valiosos que consumidos con prudencia pueden ser todavía útiles, sobre todo en países en desarrollo. Su venta puede ayudarnos a avanzar en las próximas dos décadas. Mas nos urge explotarlos sin derrames ni mechurrios.
@AuroraLacueva