Hacer política como trabajo no es nada distinto en relación con otros oficios, pues en todos se expresan las mismas destrezas sea un dirigente deportivo, empresarial, sindical, profesional o partidista. Todos necesitan poseer un sentido táctico y estratégico similar aunque, obviamente, adquieren una especificidad de acuerdo al ámbito. Sin embargo, los aciertos y, más aún, los defectos son más visibles en el mundo político porque está más desnuda la ambición por el poder. Por supuesto, la desnudez es publicidad, y en otros campos pueden esconderse las situaciones incómodas como, por ejemplo, en una federación deportiva, una empresa mercantil, una discusión de un contrato colectivo o un tribunal disciplinario de un colegio profesional. Esto no logra hacerse, completamente, en un partido político.
Ejercer política depende de la buena o mala intención que se tenga o la calidad de persona que se sea. Por ejemplo, si es bondadosa y honrada, subrayará más la solidaridad y la transparencia en el quehacer partidista; si es mezquina y tramposa, en el momento que le toque la oportunidad, negará las virtudes ajenas y se robará los reales que haya. Cuando se hace política en serio, y se tiene un partido de afiliación o militancia, también se tiene una especie de vitrina para saber de la gente cuando llega al poder. Por supuesto, no todas llegan, pero es frecuente observar una conducta determinada en aquellos que lo logran a nivel municipal, regional o nacional. Sin embargo, de esto no es que quiero dar cuenta, siendo desgraciadamente común que alguien sin una locha partida por la mitad, a la menor oportunidad se agarra todos los reales del mundo en el puesto de libre elección que conquista o la designación ministerial como director u otro cargo.
Buena parte de la conducta política, asumida por hombres y mujeres en la vida política, reflejan sus bajos instintos. Un psicólogo amigo, ya retirado, me contó que ha llegado a la conclusión de que el mayor fracaso de un político y de sus políticas, se debe a la mala intención que tuvieron. Me comentó de una persona, aparentemente abierta, sosegada y sensata que fue diputado por muchos años, en un momento estelar del presente siglo cometió un error garrafal que lo llevó al ostracismo y al retiro de hecho de toda actividad. Decidió mal y arrastró en su fracaso a sus seguidores. Poco tiempo después de jubilado, llegó a la consulta de mi amigo, ya que no se explicaba que un buen orador, en contacto estrecho con las bases del partido, valiente al denunciar la corrupción y serio, fracasara como lo hizo. Después de un tiempo razonable, emergió la verdad: sentía envidia de los dirigentes más populares a los que estorbó en su desarrollo y ascenso, en lugar de hacerlos aliados; impuso en la dirección del partido a sus amigos incondicionales, por lo que cada decisión que tomaba se sabía de antemano; y tenía un enorme complejo de inferioridad ante los especialistas, por lo que empoderaba sólo a los asesores que le consintieran cualquier opinión. En fin, sólo se llevaba bien con la gente que le caía simpática, añadidos los aduladores de oficio y, muy lógico, a los que les pagaba un salario de manera directa o indirecta.
Claro está, al retirarse, mi amigo se deshizo de sus archivos profesionales aunque esperó un buen tiempo para destruir las historias que forman parte del secreto profesional. He tratado de animarlo para que escriba un ensayo, al menos, porque me relató aspectos, facetas y frustraciones de la vida política, sin revelar identidades, que constituirían un excelente aporte a la comprensión del político, el que tiene por oficio aspirar al poder, un objetivo que no todos logran, y aunado a todo este relato, tenemos las nuevas generación que surgieron en la primera década de este régimen. Una generación sin antecedentes políticos, partidistas ni estudiantiles, atendiendo un poco a un clamor de una sociedad que que pedía nuevas caras y nuevos rostros, sin recordar que ese clamor fue el que nos metió en este gran desastre que comenzó en el año 1998.
Porque debemos entender que el político no es sola la cara que se muestra en los medios, los títulos que haya alcanzado o la cantidad de seguidores en las redes sociales, hay un patrón de conducta que muestra una serie de normas y valores que marcan y se crean el trabajo y las experiencia que adquirieran en su formación política. Esta conducta refleja sus creencias, emociones y comportamientos. El político venezolano debe desarrollar un patrón de conducta que muestre el camino de la resistencia, la insistencia y la persistencia para lograr la libertad nacional a través de su conducta individual y llegar a ser protagonista de la conducción del proceso de cambio que Venezuela exige para deshacernos de este régimen destructor. Y solo con unidad y organización lo podremos lograr.
@freddyamarcano