Más grave que la tragedia política, económica y social, que padece Venezuela, es que los venezolanos perdamos la esperanza en un futuro distinto y mejor.
Lo de Barinas puede tener muchas lecturas, y entre ellas que termine siendo una ilusión vaporosa. Por lo pronto, las expectativas e intereses de varios sectores políticos se han inflado. No es la primera vez, desde luego.
El esquema de superar la hegemonía despótica y depredadora con el decorado de una democracia comicial, en mi opinión, no funciona. Más de veinte años lo señalan.
La hegemonía ha logrado desplegar un proyecto de dominación, que está por encima de la voluntad popular expresada en esas «votaciones». El ejemplo más notorio fue la victoria opositora en las parlamentarias de 2015, que naufragó en sus aspiraciones de cambio efectivo, y que ha devenido en un galimatías seudojurídico, que es muy difícil de entender. Y en el cual las cuestiones patrimoniales no son secundarias.
Y es que una cosa es que el oficialismo reconozca una derrota, y otra cosa es que la hegemonía acepte el derecho de gobernar de los que han sido proclamados ganadores.
Estos tiempos venezolanos son trágicos, repito, y el auge desbordado del covid, en un país desmantelado de sus servicios públicos de salud, acaso sea el componente más dramático de la catástrofe humanitaria.
La propaganda maligna de la hegemonía nos deja a la intemperie. No puede ser que países vecinos registren más de 20.000 nuevos casos diarios de covid, en el presente, y la cifra oficial de la hegemonía, que llegó a reconocer menos de 200 casos diarios de contagio, ahora se acomode a un poco más de 1.000.
Ello manifiesta un desprecio absoluto por la verdad y por los derechos humanos. Ese desprecio se repite en todos los órdenes de la vida nacional.
¿Vendrán tiempos mejores? ¡Sí vendrán! Pero hay que luchar sin descanso para que así sea. La esperanza, fundamentada en la historia venezolana y en la comprensión de la realidad, es vital para que los tiempos mejores vengan a nuestra patria.