Un abrazo para ti y unas palabras por la amistad que siempre aprecié por todo cuanto significas para todos tus amigos, desde tu muy particular y sencilla manera de vivir y sobre todo aquella carga de suave y fino humor, con que todo lo podías entender y resolver dando cada vez más motivos, para que nosotros logremos esbozar nuevas sonrisas.
Mantendré en mi equipaje una de tus mágicas creaciones, ese personaje “José María, el alegre embustero”, imagen de una infancia que nunca he superado y que siempre tuve como paradigma. Ese jovencito que “se la pasaba nada más que inventando cosas, puros embustes”, artimaña que no era para Earle Herrera sino un ingenioso acicate, para innovar lo que nadie se atrevía, hacer periodismo, al innovar en el cuento infantil, una noticia que seguro Miguel Otero Silva colocaría en primera página: la chispa de un niño callejero. Y luego, mezclar el relato con la poesía, para darle forma amena y simple y pura a tu prosa pueblerina.
Magias. Maravillas. Alardes que solo Earle podía inventar. Mientras lograba, darle giros y nuevas y graciosas vertientes a tus cuentos.
Sé que andas y andarás siempre por allí cerquita. Observándonos. Haciendo bromas de todo lo que se nos ocurra decir y hacer. Pero nosotros tan tercos como tú, seguiremos contigo en el pensamiento y la palabra. Por que tu ejemplo y sencillez para hacernos grata la vida está diáfano en nuestras esencias ad-eternum.
Al despedirte de nosotros e irte a ese mal bautizado, “más allá”, debo pedir,para que, como buen “cuenta cuentos”, le lleves nuestros saludos -y chismes- a todos los amigos que han partido antes pero siguen gravitando en nuestros afectos: Aquiles y Aníbal Nazoa, Adriano González León, Orlando Araujo, Caupolicán Ovalles, El Chino Valera Mora, Mary Ferrero, Miyó Vestrini, Salvador Garmendia, Carlos Rebolledo, Pancho Massiani, José Ignacio Cadavieco, Héctor Malavé Mata, y a todos los asiduos de las inolvidables cotorras vespertinas de Suma y su pontífice Raúl Betancourt.
Me despido con uno, de tu infinita lista de recuerdos, cuando la prensa reseñó la muerte a los 98 años de Alicia Alonso y tú dijiste. “¡Bah, la crónica no sabe lo que dice!”….. con tu venia y respeto, digo lo mismo….. ¡hasta luego maestro!, seguiras siendo por siempre para todos, lo que llama Orlando Araujo, un inolvidable “compañero de viaje”…