22 de noviembre de 2024 4:00 PM

Beatriz De Majo: Una alianza de fachada

Una relación bilateral “modelo”, única a irrepetible fue lo que se esforzaron en mostrar los dos jefes de Estado Xi Jinping y Vladimir Putin esta pasada semana en su encuentro cumbre virtual. Que no quepa duda del contenido del mensaje: las dos potencias están haciendo causa común para protegerse de la gravitación de occidente en la escena global.

El momento ha sido concienzudamente escogido porque ambos países son el objeto de críticas de parte del mundo entero: Rusia está siendo acusada de preparar una invasión de Ucrania, mientas que China levanta ácidas censuras en el terreno de la represión a Hong Kong y a Xinjian

Una letanía de buenas intenciones de cooperación sosas y una solidaridad de estos dos países frente al “injerencismo” de Estados Unidos y de otros países occidentales ha producido en el mundo mas bostezos que otra cosa. La terca realidad es que los dos lideres no se habían visto desde antes de la pandemia del covid y, de nuevo, la videollamada hizo poco más que reforzar su compromiso de cooperación frente a las tensiones que enfrentan en la escena política internacional.

Sin embargo, es preciso reconocer que ante terceros países sus intereses están siendo alineados en foros internacionales como el Consejo de Seguridad las Naciones Unidas con el fin de mostrar al mundo occidental la existencia de un contra modelo opuesto a los intereses de la gran potencia americana. Por ello los ejercicios militares conjuntos se multiplican a lo largo del tiempo. Y es así como han conseguido ser percibidos desde afuera: como una alianza entre regímenes autoritarios que, de manera sistemática, se opone a las democracias liberales.

Pero se pregunta uno si la relación entre estos dos titanes es tan sólida como aparenta. Entre China y Rusia hay, en efecto, un crecimiento importante de su comercio que data de dos décadas atrás  – 104.000 millones de dólares alcanzaron los intercambios a fin del 2020- y de inversiones conjuntas – 70 proyectos ha habido en marcha por 120.000 millones de dólares-.

Estos números son significativos dentro de una política de buen vecino, pero no logran compensar el desequilibrio existente entre ambos países en terreno de lo económico. Ni compensa tampoco la reticencia que Rusia experimenta frente a la agresiva incursión china al interior de su geografía. Putin desearía, por ejemplo, desarrollar su potencial económico demasiado dependiente de los hidrocarburos y de las materias primas y para ello precisa de inversiones, al este de su territorio, que únicamente podrían provenir de fuentes chinas. Es fácil imaginar las tensiones que podrían crearse en torno a Siberia si ella termina siendo “colonizada” por capital y trabajadores chinos.

En otro terreno, las cinco antiguas repúblicas soviéticas, un área de influencia indiscutible de Moscú, comienzan a sucumbir ante el coqueteo chino que les promete grandes inversiones en minería e infraestructura, algo que Rusia no es capaz de ofrecer. Es notorio como desde el Kremlin esta gravitación china está siendo vista también con algo de escozor. Su presencia económica en estas regiones no deja de descender frente a la china y ya se habla de “satelización” para definir la relación de Pekin con Kazakhstan, Ouzbékistan, Kirghizistan, Turkménistan y Tadjikistan.

En definitiva, la relación bilateral es vista por el lado ruso, más que por el chino, como un asunto estratégico que es preciso consolidar, pero dentro del cual para avanzar es necesario protegerse. De allí que el frente unido que mantienen frente al mundo es el que es: cooperación bilateral estrecha e independencia política frente al adversario occidental.

El Nacional

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