El resultado del proceso electoral del 21N es negativo para el país porque no es reflejo fiel del sentir mayoritario de los venezolanos y porque los triunfadores son responsables de la terrible situación padecida por la población.
La respuesta a este aparente sinsentido está en la enorme abstención ocurrida, que probablemente fue mayor a las cifras proporcionadas por el CNE. La mayoritaria ausencia de la ciudadanía de los centros de votación puede atribuirse: al desinterés tradicional en comicios regionales y municipales, posicionamiento reforzado por el proceso de deterioro y retroceso de la descentralización impulsado por el chavismo en consonancia con su vocación centralista y totalitaria del ejercicio del poder, por la desconfianza justificada en el CNE, así como por la pérdida de sintonía entre las fuerzas democráticas y la mayoría de la ciudadanía.
El chavismo se impuso no solo por el uso inescrupuloso, ventajista e ilegal de los recursos del Estado sino también –y en este caso nos parece fundamental– por su unidad de mando y de acción, su claridad de objetivos, por el uso adecuado de los recursos disponibles en función de sus objetivos, por potenciar sus fortalezas por sobre sus debilidades y explotar con acierto las debilidades, carencias y desaciertos de los rivales. Siempre tuvo la iniciativa y controló la agenda de la campaña para orientarla en función de sus objetivos e intereses. Hizo los movimientos y concesiones adecuados, sin poner en riesgo su posición de contendiente privilegiado por controlar los resortes del poder.
Luego de las parlamentarias de diciembre de 2020, el oficialismo comprendió que necesitaba lavarse la cara, adquirir algo de legitimidad democrática y que los comicios regionales y municipales podían servir a esos objetivos.
El chavismo se propuso conseguir unos comicios con participación de las fuerzas democráticas más relevantes. Con una campaña electoral centrada en los temas regionales y locales alejada de cualquier tipo de evaluación y señalamiento sobre la gestión del gobierno central. Conscientes de que sus posibilidades dependían, fundamentalmente, de una alta abstención y en la dispersión opositora trabajó para potenciarlos.
La decisión del G4 de participar en los comicios –a pesar de la asimetría en la competitividad– fue correcta porque la abstención está agotada como estrategia. Le confirió a la cita del 21N la condición de verdadera elección por la participación del sector más relevante de las fuerzas democráticas.
El asunto es que la decisión siendo correcta y conveniente fue mal diseñada y peor ejecutada. De entrada fue tardía lo cual generó aguas abajo serias limitaciones, como por ejemplo que no se pudiera utilizar el mecanismo de las primarias para elegir, aunque fuese solo a los candidatos a gobernador y alcalde con las ventajas que el método correctamente aplicado genera en competitividad. Se cometieron serios errores en materia de estrategia y discurso de campaña, en vez de asumir una estrategia y el consecuente discurso que combinara el cuestionamiento del gobierno central conjuntamente con el de las administraciones chavistas en las gobernaciones y alcaldías convocando a usar
El voto como instrumento de castigo y protesta, la campaña opositora se circunscribió a una agenda centrada en lo regional y local que a la postre es lo que convenía al régimen y motivaba poco a la ciudadanía a votar. La campaña ha debido ser utilizada como una operación disruptiva que le complicara al chavismo su plan. Tampoco hubo unidad de mínimos porque a ni siquiera todos los integrantes del G4 y sus aliados convocaron a votar; la postura de Voluntad Popular llamando por boca de sus principales referentes (empezando por Guaidó y López) a no votar aunque tuvieron candidatos en algunos lugares es suficiente para demostrar hasta donde llegó la dispersión y la incoherencia. Finalmente, los sucesos de Miranda, Bolívar, así como el enfrentamiento público entre Voluntad Popular y Primero Justicia a propósito de Monómeros, contribuyeron negativamente al posicionamiento opositor.
Es justo recordar en este sucinto balance del desempeño opositor, que las otras opciones no chavistas tampoco pudieron movilizar al electorado, entre otras razones, por errores similares a los del G4 o posicionamientos alejados del interés ciudadano.
Ha sido una derrota muy grave porque pone de manifiesto la crisis de representatividad de las fuerzas democráticas, no es asunto solo explicable desde la dispersión, hunde sus causas en asuntos mayores.
Las consecuencias del resultado son negativas para el país, porque aparte de lo que argumentamos al respecto en el inicio de estas notas, suponen un reforzamiento del chavismo, un lavado de cara, una ganancia de cierta legitimidad democrática ante la galería internacional y un previsible refuerzo de sus objetivos continuistas, con lo eso supone de negativo para los venezolanos.
En lo que concierne a las fuerzas democráticas no procede simplemente pasar la página. Es necesario abrir un proceso de debate y reflexión inclusivo, constructivo, riguroso, leal sobre lo ocurrido y sobre cómo superar la situación.