De Chávez a Erdogan, pasando por Bolsonaro y Trump, todos los populismos se asientan en una narrativa falsa, pero su simplismo, y la incesante repetición a la Goebbels, la hacen creíble, aun cuando los hechos la desmientan. En nuestro caso, el martilleo contra los demonios genéricos ha sido tan incesante como exitoso y de tanto trasegarlas, las palabras han perdido su valor en un movimiento perverso que, de paso, se ha llevado consigo los hechos históricos que alguna vez describieron. Tanto hablar mal de la Cuarta República o el Pacto de Puntofijo no solo ha servido para ganar elecciones, también ha embarrado un pasado reciente que prefiguraba, para honra del país , los acuerdos de la Moncloa, las transiciones de las dictaduras del Sur, o el cambio de mando en la Sudáfrica del apartheid. Por eso no es una tarea menor el desmontaje de esta narrativa, y la primera nota de admiración es por el empeño en acometer la tarea.
La segunda es por el formato, que algún purista tal vez conteste. Todos los paraísos son paraísos perdidos, es cierto, pero el de la memoria, como anota una bella cita al principio, es el que nadie nos puede arrebatar. Por supuesto, estamos ante un documental, pero atendiendo a la tarea mencionada, es un documental sobre el país que alguna vez fue, y por elevación, el que hubiera podido –hubiera debido ser–. No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, dice por ahí Joaquín Sabina. Debiéramos agregar que las reflexiones contra fácticas son esencialmente falaces y Oteyza evita puntillosamente la tentación de atisbar al país que no fue (o, seamos optimistas) al que no está siendo. Pero la memoria histórica no está divorciada de la memoria personal y esta llega en la película, en forma de siluetas animadas que recrean la infancia, del director. Ahora bien, la infancia es el territorio cronológico en el cual todo es posible y ese ping pong permanente entre la Historia y la historia es un movimiento narrativo ágil e inteligente, un paralelismo si se quiere entre la infancia de una democracia y la de una persona. Es, estirando tal vez el planteo, la única alusión que el director se permite al país que llegaría a ser en algún momento y en el cual el niño de entonces esperaba vivir. La comparación con el país que es hoy, corre por cuenta del espectador. Una señal de respeto que no debiera pasar desapercibida.
La película, fiel a su título, descarta el lado biográfico de Betancourt y, desmiente esa frase según la cual las democracias no son épicas. Su título al fin y al cabo es Rómulo resiste y la resistencia no es un estado contemplativo, es una actitud apoyada por los hechos, una pelea. El gobierno de Betancourt, asediado a la vez por la derecha y la izquierda, dando y recibiendo golpes de Fidel y de Trujillo mientras mantenía con férrea voluntad un frente interno complejo, fue sin duda una demostración de lo épica que puede ser una democracia y la película rinde homenaje a esta dimensión. Y para hacerlo pasa revista a los hechos ya conocidos: el atentado, los alzamientos militares, la visita de Kennedy, poniéndolas en el contexto político tan necesario. Para felicidad del espectador no hay reflexión en el plano de la historia del país, Oteyza deja que las imágenes hablen por sí mismas, y ahí sí, la nostalgia describe una Caracas que se fue para siempre. Frente a los hechos duros, objetivos, capturados por las tomas de archivos y los testimonios de los agonistas de la época y los observadores de hoy, está la dimensión personal, los recuerdos ya anotados sobre los cuales campea la libertad expresiva de los dibujos y el comentario , ese tambien nostálgico del autor.
Pero conviene volver al principio. Rómulo resiste no solo es una película buena, y disfrutable. Es, y esta es su virtud primera, una película imprescindible (eco de algunas entregas anteriores del autor). Porque es cierto que el pasado es un territorio nunca cristalizado y siempre pasible de ser releído y reubicado en un contexto distinto. Pero esto tiene que ver con el contexto y, para volver al tema de lo que hoy se llama la narrativa, esta siempre cambia, en función del presente y de las expectativas del futuro. Los que no cambian son los hechos, porfiados, tenaces, encerrados en el mero hecho de haber ocurrido. Por eso repitámoslo, la tarea de recomponerlos en su correcta perspectiva histórica, que no deja de incluir, como firma al pie, al director y su historia hacen de la película un todo disfrutable y necesario.
Imprescindible, repetiría yo.
Rómulo resiste. Documental de Carlos Oteyza.