En estos días un psicólogo holandés admitió que suministró polvo a más de cien personas para procurar la muerte asistida. Lo dijo sin ambages: “he proporcionado cuidadosamente a las personas que quieren mantener el control sobre su propio final de la vida los medios para acabar con la vida”. Wim van Dijk decidió hacer pública su declaración para promover -según él- un debate en relación a la muerte asistida.
Se repite la situación dramática de enfermos terminales que sufren física y psíquicamente en el umbal de la muerte. Hay casos muy conocidos. Todavía vienen a la memoria la muerte de Ramón Sampedro, allá en España, tras una angustiosa e insistente petición ante los tribunales para que lo ayudaran a morir. La justicia no quiso ayudarlo y Sampedro buscó su propia muerte con la ayuda de sus amigos. De igual conmoción fue el caso en Francia de Chantal Sebire, que se dio su propia muerte, aquejada de un tumor incurable y doloroso que le había deformado el rostro; o el de la joven italiana Eluana Englaro que quedó en estado vegetativo durante 17 años después de sufrir un accidente.
Cuando se habla de “eutanasia” aparece de inmediato la diferencia entre la muerte de una persona en contra de su propia voluntad y la muerte de alguien que la solicita por causa del sufrimiento de una enfermedad incurable. Pero nunca por inducción. Esto significa colocar como tema espinoso de la discusión la voluntad del paciente. El tema de la voluntad del paciente y de la prohibición radical de la muerte a petición es materia que se abre en el campo de la discusión difícil y lo primero con lo que tropieza es aquello de que “la vida ajena no es disponible”, o lo otro que alguien denominó “falencia teológica” para poner por delante la “divina providencia” que justifique el sufrimiento.
Hoy se dice que la prohibición radical de la muerte a petición ya no es sostenible, pero también sorprenden comportamientos como el del psicólogo para la muerte asistida que, a primera vista, se percibe como instigación al suicidio mediante la promoción y venta de un producto elaborado en polvo que puede ser utilizado en cualquier momento futuro para morir por propia decisión. ¿Es acaso la comercialización de la eutanasia?
Si se trata de la voluntad del paciente, en todo caso ella no puede ser inducida por el polvo de la eutanasia y sólo puede estar en la línea del derecho a una muerte digna, sin sufrimiento.