Sería muy injusto regatearle a la hegemonía despótica su habilidad para enmascararse de «democracia». No una democracia convencional o efectiva, claro que no, pero sí una con votaciones entalladas y tramoyas de diálogo, que confunden a mucha gente y que dan pretextos a factores de poder, internos y externos, para defenderla, así sea con cierto disimulo.
Cuando ya el poder del predecesor derribaba el funcionamiento de las instituciones, el embajador de Estados Unidos lo justificaba todo con el llamado concepto de una «democracia con sabor tropical». Afirmación insidiosa, si las hay.
En un libro magnífico del gran jurista y escritor venezolano Ángel Bernardo Viso, Las revoluciones terribles, publicado en los albores de la hegemonía, ya se describe cómo la democracia estaba siendo minada deliberadamente desde el poder, y se advierte que la fórmula de la «revolución democrática», como decía Jimmy Carter, llevaría a Venezuela a un despotismo destructivo. En aquel momento de euforia demagógica no hubo audiencia para esas consideraciones, fundamentadas en la realidad y en la visión experimentada de Viso.
Han pasado dos décadas, Venezuela padece una catástrofe humanitaria en todos los órdenes de la vida nacional y, no obstante, la hegemonía se mantiene en el poder, entre otras razones, por el montaje de su fachada seudodemocrática.
Hay un escenario muy bien elaborado, que persiste en reciclar la obra del continuismo. El protagonista de la obra es Maduro, pero en el elenco figuran sus camarillas reconocidas y muchos opositores de la boca para afuera. Beneficiarios todos de la segunda característica principal de la hegemonía, cual es la depredación de los recursos venezolanos y los negociados de la delincuencia organizada.
En la audiencia de la obra, sobre todo la de naturaleza política, hay mucha ambigüedad dolosa, en algunos casos, y negligente en otros. Atrás, en el aforo, está el pueblo tratando de sobrevivir y sin liderazgo comprometido. Las voces desafiantes son descalificadas y perseguidas. En los palcos hay personajes como Borrell, que no llegan a aplaudir pero tampoco desean que la tragedia culmine. Tendrán sus interesados motivos…
Detrás del escenario hay represión política, ruina económica y social para las mayorías, desprecio a los derechos humanos, y, en fin, el siniestro rostro de la hegemonía despótica, depredadora y corrupta. En el camerino central están los cubanos castristas, auténticos autores de tan malévolo guion.
Cuando recorro las calles de la destartalada Caracas, y observo la profusión de propaganda de candidatos opositores a las convocadas elecciones entalladas, algunos de los cuales, además, prometen villas y castillos; no puedo sino sostener que este teatro de democracia, a pesar de todos los horrores, de todos los crímenes, de toda la devastación, sigue preparando, con habilidad, más capítulos para quedarse donde está.
No sabemos cómo terminará este teatro. Pero sí sabemos que tiene que terminar para que Venezuela tenga un futuro humano y digno.