Federico Sturtzenegger, exprofesor del Massachussets Institute of Tecnology (MIT) y coautor en la compilación Macroeconomía del Populismo, aparentemente no dio la talla como presidente del Banco Central de la República Argentina, en vista del pésimo manejo de la economía del gobierno de Macri al haber permitido una sobrevaluación del peso argentino y un alza de la inflación a una tasa del 50%. Por estos días, critiqué que se escogiera su nombre para un coloquio sobre “El concepto de equilibrio en la economía”, y me respondieron que no importaba ese anterior fracaso. Ante este hecho he decido, aclarar, o quizá mejor, comentar algunos puntos.
En efecto, cuando Adam Smith, escribió The Wealth of Nations en donde revisaba metódicamente la economía de su tiempo, nunca fue un alto funcionario, sino un profesor universitario que nadaba a contracorriente. David Ricardo, uno de sus más avezados lectores, recogió y mejoró sus ideas, y en el Parlamento combatió el exagerado proteccionismo británico, y mejoró las tesis sobre el comercio internacional, y explicó el problema del alto precio del oro en la Inglaterra de su tiempo, cuya economía sufría los embates de las guerras napoleónicas. David Ricardo, se enriqueció por su conocimiento de la Bolsa de Londres, especulando sobre la deuda británica. En tiempos modernos, John Maynard Keynes, logró celebridad al rechazar la mala política de Winston Churchill quien en una época siendo canciller of the Exchequer (ministro de Hacienda), al haber retornado a Inglaterra al patrón oro, pero con una elevada cotización que imposibilitó las exportaciones británicas, provocó la Gran Huelga General de 1926.
Años anteriores, Lord Keynes había denunciado severamente al Tratado de Versalles y en consecuencia renunció a su cargo de asesor de la delegación británica, el tiempo le dio la razón cuando Hitler tomó el poder en una Alemania empobrecida y castigada por ese tratado.
En un notable discurso, Arnold C. Harberger con motivo de un doctorado honoris causae, de la Universidad Católica Pontificia de Chile, alertaba en el punto en que el economista debía ayudar al debate de las ideas sobre los grandes problemas económicos sobre todo en estos países en vías de desarrollo, también en este singular discurso este profesor se ponía en guardia ante el ultra-tecnicismo que las con que las escuelas de economía en Estados Unidos, que formaban economistas encerrados en una torre de marfil e incapaces de ayudar con buenos consejos a los gobiernos con grandes crisis económicas. Y en efecto, algunos economistas demuestran con una jerga de alta matemática pretender sembrar cátedra y reconocimiento de sus colegas, pero no ayudan para nada al debate público de las ideas. En este sentido, Hernán Büchi se comprometió con el gobierno del general Pinochet y con un equipo de buenos economistas, acabaron con la inflación heredada del gobierno de Allende, soportaron una crisis bancaria, y colocaron a Chile en los primeros lugares económicos de América Latina. La famosa escuela de Chicago norteamericana instalada en Chile con la ayuda de la Universidad Pontificia de Chile triunfó sosteniendo las buenas políticas económicas que lograron un despegue económico de la nación sureña, y el famoso programa de ajuste coyuntural del Fondo Monetario Internacional (FMI) cooperó ejemplarmente en su éxito.
En Estados Unidos tenemos también el caso de Paul Samuelson afiliado a la llamada síntesis-neoclásica en donde se ha integrado el pensamiento keynesiano, buen profesor del MIT durante muchísimos años, ha rechazado estar como asesor de determinados gobiernos. Así, cuando John F. Kennedy llegó a la presidencia de Estados Unidos, su principal asesor fue Walter Heller (presidente del Consejo de Asesores Económicos) quien persuadió a Kennedy de rebajar los impuestos y estimular la inversión mediante tratamiento especial impositivo a los gastos de depreciación. También promovió el desmantelamiento de barreras arancelarias para promover el libre comercio entre los países y alcanzar los beneficios de la especialización y el intercambio.
Como resultado de las políticas seguidas por las administraciones Kennedy y Johnson, la nación disfrutó un largo período de crecimiento económico y prosperidad sin inflación. Desde el cuarto trimestre de 1960 hasta el cuarto trimestre de 1964, el producto interno bruto en términos reales aumentó a una tasa del 4,9%, los precios al consumidor crecieron un 1,2%, y el rendimiento de los bonos de la deuda pública a largo plazo nunca excedieron el 4,2%.
Quizá el economista más comprometido, y eficaz con un trabajo de asesoría e instrumentación de una política económica, fue Laureano López Rodó, quien fue comisario del Plan de Desarrollo, bajo el franquismo.
Bajo este contexto, España destruida económicamente por la guerra civil, y aislada mundialmente por haber Francisco Franco recibido ayuda de Hitler y Mussolini se encontraba muy mal. Basta decir que la República española, hasta permitió que se llevaran a la URSS la mayor parte de las reservas internacionales del Banco de España que incluso era un banco privado, y los planes de López Rodo bajo los auspicios del FMI desmanteló una especie de socialismo de derecha que existía bajo el franquismo, y así se liberaron las fuerzas productivas del crecimiento, aupando el auge del turismo en España, junto con las remesas de los inmigrantes, convirtiéndose España en la 8 potencia industrial del mundo. La tasa de crecimiento interanual, en los años 1959 hasta 1975, fue de 5,5% una de las más elevadas del mundo, permitiendo así un ambiente material que colaboró mucho para la restauración de la democracia en España.
En Alemania, es importantísimo citar el nombre de Wilhmen Röpke, uno de los llamados fundadores del ordoliberalismo alemán, en el cual se concibe un orden económico donde el gobierno impone las reglas del juego en la economía, combate los monopolios, y si hay que hacer una intervención que se haga sin afectar al mecanismo de los precios. Su nombre está indefectiblemente vinculado al establecimiento de la Economía Social de Mercado por el gobierno de Konrad Adenauer y fue precisamente asesor del exitoso ministro de Hacienda Ludwig Erhard. En el período de posguerra el país teutónico creció mucho más que Francia e Inglaterra, aprovechando mejor al Plan Marshall.
Nos reservamos para finalizar estas líneas, con el ejemplo, inolvidable, de los tecnócratas que apoyaron con sus teorías y actuaciones al segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, donde esta administración se encontró entre la espada y la pared, sin reservas internacionales, y la urgente necesidad de cambiar las cosas en una Venezuela acostumbrada a unos elevados ingresos petroleros que ya no existían y eran insuficientes para las grandes necesidades sociales. Este grupo, que no vaciló en apoyar ante la opinión pública y política, a este gobierno, estuvo encabezado por hombres como Ricardo Haussmann, Miguel Rodríguez, Pedro Rosas Bravo, Pedro Tinoco, Moisés Naím, y Roberto Smith. Así, hábilmente lograron recuperar las reservas internacionales, y negociar una terrible deuda externa, y además unificaron la tasa de cambio. Si después fueron lanzados al circo de una opinión pública acostumbrada a un bastardo populismo agotado, la historia económica los está reivindicando ante la hiperinflación, y el empobrecimiento generalizado de la población en Venezuela, en vista de los enormes desaguisados perpetrados a partir de 1999, mediante una paranoia antieconómica.
Los economistas son tan intelectuales, como los novelistas, filósofos, pintores, etc, y tal como Jean-Paul Sartre hablaba del intelectual comprometido, los buenos economistas siempre deberán estar comprometidos con las políticas sanas y recuperación. Y además deberán combatir la tradicional ignorancia de ciertos políticos, acostumbrados a hacer promesas incumplibles y echarles la culpa a los demás de sus propios fracasos.