Sam Uncle, Vicepresidente General del consorcio Facebook Inc., se acercó cauteloso a la hamaca en la que, como todos los días, descansaba su jefe Mark Zuckemberg, para informarle que el servicio estaba caído y que todas las plataformas de la empresa estaban fuera de servicio.
Zuckerberg, que desde hace un cuarto de siglo se mantiene inamovible entre los cinco millonarios más ricos del mundo, lo miró con la misma sonrisita plácida con la que mira a los senadores del Congreso cada vez que lo interpelan por cualquiera de las transgresiones a la ley que sus empresas cometen, y le preguntó, sereno y sin aspavientos.. ¿Y yo qué tengo que hacer con eso, Sam?
Atribulado, Sam le explicó que la gente se estaba volviendo como loca en todo el mundo. Que los medios de comunicación estaban informando noticias verdaderas porque ya no tenían de dónde sacar sus titulares. Que en los hospitales estaba muriendo mucha gente por falta de la principal herramienta de consulta de los médicos. Que Decenas de jefes de Estado estaban al borde del derrocamiento porque no podían comunicarse con sus ministros. Que una ola de suicidios juveniles estaba por estallar porque los jóvenes no tenían dónde mostrar sus videos batiendo el trasero y ya no le encontraban sentido a sus vidas.
Y, lo que era peor, que millones de seres humanos de todo el planeta estaban descubriendo que el celular podía usarse como instrumento de comunicación para llamar a otras personas. Miles de niños estaban usando su tiempo de ocio para dibujar y millones estaban empezando a interesarse por los libros.
Con la misma fría indiferencia Zuckemberg le insistía… ¿Pero eso qué rayos me importa a mi?
“Bueno, es que hemos perdido ya siete mil millones de dólares en apenas dos horas”, respondió Uncle.
Lo que hizo saltar a Zuckemberg de la hamaca y empezara a gritar despavorido… “Revisen la brequera, a ver si hay algún fusible quemado. Averigüen si los servidores están funcionando. Que alguien vaya a ver si Julian Assange se escapó o si Nicolás Maduro no ha activado algún ejército de hackers chavistas”.
Al poco rato todo se normalizó. Facebook siguió funcionando y Zuckerberg volvió a su hamaca a seguir disfrutando los cientos de miles de millones de dólares que tanto sacrificio le han costado en la vida.