Al formarse el nuevo gobierno surgido de las elecciones del 26 de septiembre, Angela Merkel entregará el poder que asumió en 2005. La suya ha sido quien la permanencia más prolongada en la jefatura del gobierno alemana de postguerra, supera las del legendario Konrad Adenauer y Helmut Khol, figura clave en la reunificación y naturalmente, a sus también copartidarios más breves Erhard y Kiessinger. Ninguno de los tres socialdemócratas que han ejercido el cargo, Brandt, Schmidt y Schröder ha pasado los ocho años.
Se va Merkel rodeada de una enorme popularidad en su país y un considerable prestigio internacional. En aquellos que discrepan de las políticas que adelantó, se nota sin embargo reconocimiento a la persona, la lideresa política y la gobernante. Creo que extrañaremos ese nivel que no abunda en el escenario mundial. La admiro sinceramente.
Aunque la ideología me acerca a la Unión Cristiano Demócrata, comprendo que los alemanes se hayan inclinado mayoritariamente por un cambio que muy probablemente encarne una coalición de socialdemócratas, verdes y liberales. Se negociará, como ha ocurrido, más que una distribución de ministerios, un acuerdo programático. La alternancia es normal en una democracia y creo positivo para el país y para sus principales partidos políticos que si uno encabeza el gobierno, el otro sea la alternativa desde la oposición.
La democracia alemana es la obra de un gran pueblo y una institucionalidad eficaz, pero en sus sólidas bases está el aprendizaje de una sociedad que ha sufrido mucho y aprendido de ese sufrimiento. El nazismo trajo la dictadura, la guerra y la ruina. Alto precio pagado por el pueblo cuando, dice Benedicto XVI con San Agustín, al abandonar el derecho, el Estado no se diferencia de una banda de malhechores. La guerra trajo la división de la nación. Buena parte de ella padeció de 1949 a 1990 otra dictadura totalitaria, irónicamente llamada República Democrática Alemana, consagrada a la construcción del socialismo hacia la utopía comunista, fracaso con resultados parecidos a casos históricos.
La democracia parlamentaria, la tradición de que partidos distintos puedan conciliar diferencias, el celoso respeto a los derechos humanos, el federalismo cooperativo, el papel guardián del Tribunal Constitucional Federal, la capacidad para reunificarse sin mayores traumas, así como el papel líder en la Europa unida, hacen de Alemania un miembro ejemplar de la comunidad de las naciones.