El título de este artículo tiene su razón histórica de ser. El mismo alude a la terrible situación que vivió Chile al instaurarse la dictadura militar comandada por Augusto Pinochet, cabeza del Ejército del país sureño. La acción militar del 11 de septiembre de 1973 marcó el fin del gobierno de la Unidad Popular. Ante lo que no tenía vuelta atrás, el entonces presidente socialista de Chile, Salvador Allende, optó por suicidarse. Lo que vino después fue una arremetida contra los partidarios del gobierno caído en desgracia.
Venezuela fue entonces pieza clave en la labor de salvamento de muchos chilenos que estuvieron expuestos a las garras de Pinochet y sus seguidores. Es cierto que Allende y sus partidarios cometieron errores garrafales en la conducción del país, mas ello no daba puerta franca a la dictadura para acometer todo tipo de barbaridades contra una oposición que quedó contra las cuerdas.
Fueron muchos los chilenos que se vieron obligados a huir y abandonar su país para asentarse en otros lugares del continente. En ese dramático momento, el Estado venezolano, bajo la conducción de Carlos Andrés Pérez, desplegó un amplio operativo que salvó la vida a muchos chilenos. Y eso no fue todo. Los que decidieron venir a Venezuela fueron recibidos con los brazos abiertos. Muchos de ellos se incorporaron a trabajar en instituciones del Estado y empresas del sector privado. Ninguno de esos inmigrantes recibió maltrato alguno de los venezolanos.
Para tristeza nuestra, la tortilla se volteó. Hoy nuestro país es la viva expresión de la Alegoría del mal gobierno que pintó el italiano Ambrogio Lorenzetti’s (1290-1348) en el Ayuntamiento de Siena. Allí se representa la discordia que caracteriza todo gobierno de esa naturaleza. Conforme a ello la ciudad es encarnada llena de pendencias, desafueros y derramamientos de sangre. Un personaje diabólico (Tiranía) es asesorado por todos los vicios y el Terror ocupa el trono después de haber vencido a la Justicia. A partir de ese momento la traición y la crueldad son moneda común en la ciudad en ruinas; el campo estéril y sin cultivar termina siendo la consecuencia de una revolución que, probablemente, sus líderes también calificaron de bonita. De esa forma el autor puso de manifiesto lo diferente que puede ser una ciudad o un país según la forma de su gobierno.
Producto del mal gobierno de nuestros “rojos rojitos” más de 6 millones de compatriotas han emigrado y un número significativo de ellos ha dirigido sus pasos al país sureño que acogió e hizo suyo a nuestro Andrés Bello. Hace una semana se produjo lo impensable. Un grupo de migrantes venezolanos, entre ellos niños, fue agredido ferozmente por acampar en la ciudad de Iquique, en el norte de Chile. Se trató de una acción inaceptable a la que las autoridades chilenas tienen que ponerle coto. Los pronunciamientos de importantes personalidades y organismos como la Unicef y la CIDH han sido contundentes.
Confiamos en las autoridades chilenas y en la mayoría de los compatriotas de Pablo Neruda. A ellos corresponde enmendar la plana. No pasamos por alto que, en octubre de 2019, la reconocida psiquiatra chilena María Luisa Cordero expresó en un programa de televisión de su país que los venezolanos tienen una alta formación académica y que en particular los médicos nuestros que se fueron a Chile poseen una de las preparaciones más completas como profesionales de la medicina del mundo.
Hago referencia a lo anterior para poner en evidencia que los venezolanos que emigran a Chile son apreciados y respetados por muchos ciudadanos chilenos. El conocido refrán lo resume todo: “Hoy por ti, mañana por mí”.