Hace unos cuantos años fui al estreno de la obra de teatro Aquí no paga nadie, versionada por el grupo teatral Talento Joven, entonces patrocinado y protegido por el dramaturgo y hombre de la escena Román Chalbaud. Ignoro si dicho grupo existe.
El texto del dramaturgo italiano y premio Nobel de Literatura Darío Fo fue adaptado, y no creo que haya sido pensando en la situación venezolana, pues ni siquiera aquel desquiciado milico golpista era conocido. Aunque había ocurrido el llamado “Caracazo”, para mí nada espontáneo, pienso que fue casual la presentación de la divertida obra que, como se sabe, se desarrolla en un barrio obrero de cualquier ciudad, donde se narra una situación de caos creada por un grupo de mujeres que se rebelan contra las nuevas medidas económicas y el abuso de ciertos comerciantesque defendían el libre comercio.
La situación parece guardar una estrecha relación con la actual realidad de Venezuela, sin embargo, corresponde al argumento de la obra de teatro Aquí no paga nadie, escrita en 1974.
En la comedia, estrenada en 1974 en Milán, Fo narra las peripecias de dos mujeres de clase obrera que, indignadas por el incremento irracional de los precios en el supermercado, decidieron, junto con otras mujeres, llevarse los alimentossin pagar. Su intento por ocultar lo sucedido a sus maridos y despistar a la policía las llevará a vivir una serie de arriesgadas y divertidas situaciones.
El autor Darío Fo, a través de la comedia, cuenta cosas que vive el pueblo día a día, con una fuerte carga política. Se trata, sin duda, de un teatro popular crítico y social con el que el autor daba continuidad a su narrativa teatral. Queda claro que el dramaturgo italiano dejó un legado discursivo y creativo muy importante.
Sabemos, como Darío Fo, y el maestro Héctor Manrique nos lo enseña a cada rato, que el teatro es un espacio en el que se reflejan y en el que también se deben debatir los grandes temas nacionales.
Me disculpan la digresión, pero conviene decir que en las piezas que dirige mi amigo Héctor Manrique, la situación por la que pasa el país nunca se ve ignorada, por lo que afirma que: «El teatro no puede estar divorciado de la realidad, el teatro es una síntesis de la realidad».
El actor (Héctor Manrique) logra definir la situación del teatro venezolano en los últimos 20 años como un acto de «resistencia», destacando que los que se dedican a este arte no lo hacen para «vivir de esto». «No existe una política para apoyar al teatro o a la cultura. El teatro se hizo para que las personas pensaran, y al gobierno con tintes totalitarios eso no le gusta».
Hoy en Venezuela se paga por todo. Es el silencio cómplice ante la tragedia que vivimos, de música fúnebre y tristes sobresaltos de las clases dominantes, los que se atreven a negar tan lamentable y dolorosa realidad.
El tufo a muerte en cada farmacia vacía, mercados desabastecidos, hospitales sin insumos, morgues repletas de visitantes sin vida, y un rosario largo de penurias de parecida naturaleza.
En mi país se paga por todo, y no es teatro, sino la realidad que nos explota en el rostro y a diario cada vez que respiramos, que vemos la mendicidad y constatamos –por desgracia– la acción o inacción, mejor dicho, de un régimen incapaz de atender las necesidades que un pueblo triste y adolorido.
Yo quiero un país donde no ocurran estos atropellos, ni nos pongan en la situación dilemática, odiosa desde luego, de que si somos opositores somos apátridas, majunches, oligarcas… y por el contrario, si apoyáramos a lo que ha sido el peor gobierno de la historia republicana del país, y su actual continuación, seríamos “bolivarianos, chavistas, venezolanos”, chéveres, pues.
El militar que fue sobreseído por el gobierno democrático de Caldera II, el mismo que se negó ir a juicio por no confiar en las instituciones democráticas, quiso gobernar por siempre. Solo la muerte se lo impidió.
Hoy sus herederos políticos, luego de veintidós años, siete meses y veintidós días, en el poder, continúan con su terca manía de querer gobernar a todo trance.
Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente. No se puede estar tan cerca del dolor y seguir viviendo con normalidad. El sufrimiento es una miseria y exaltarlo una perversión más. Sufrir es malo en sí mismo y punto.
Quiero volver al país donde se asuma, sin pena ni vergüenza, que ser pobre es malo y sepamos y ojalá nos demos cuenta de lo felices que siempre somos y hemos sido a pesar de las circunstancias.
Yo quiero mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio.