Esto es historia patria, aunque no se conozca. Y llegó el momento de contarla: corría el año 2001. Al rector Freddy Malpica de la Universidad Simón Bolívar se le vencía el periodo. Chávez le había puesto el ojo a la USB, sin lugar a dudas, una de las mejores del país. Y como él creía que el país le pertenecía, se dispuso a adueñarse de la universidad. Con la excusa de que “los pobres no entraban a la Simón Bolívar”, y que iban a cambiar esa injusticia, en el año 2000 nombró miembro del Consejo Superior de la USB a un señor de quien se decía -no me consta- que había sido expulsado de la misma porque siendo estudiante le había faltado el respeto al rector Mayz Vallenilla con unos gráficos que había publicado en una o varias carteleras. Que luego de eso obtuvo una beca Gran Mariscal de Ayacucho y se graduó en Estados Unidos, pero a su regreso se volvió chavista militante y estaba dispuesto a “tomar” la universidad para su presidente. La verdad es que jamás he entendido esa teoría de igualar para abajo: si quieren que los pobres entren a la Simón Bolívar -hecho que por demás me parece justo y deseable- no es bajando el nivel de exigencia de la universidad, sino subiendo la calidad de educación de los liceos o haciendo como hizo Enrique Planchart, programas de nivelación académica. Pero ese no es el tema de este artículo.
Soledad Morillo Belloso y yo pertenecíamos a la Red de Veedores que Ruth Capriles había fundado en la UCAB. Comenzamos con el tema electoral, pero cuando el tema del Decreto 1011, del “Estado docente” y los cambios radicales que pretendían hacerse en educación comenzaron a ser más que una amenaza, nos pasamos a la veeduría educativa. Llamarlo “veeduría” es un decir. Pateamos “calle pareja” con el Decreto 1011. Y estábamos activas, pendientes de los cambios antidemocráticos que pretendían imponernos. La entrada del susodicho representante de Chávez al Consejo Superior de la USB encendió nuestras alarmas. Para la Simón Bolívar nos embalamos a empaparnos de lo que estaba sucediendo. Nos encontramos con que la abstención en las elecciones de autoridades y representantes estudiantiles era pasmosamente alta. Los científicos parecían estar interesados en asuntos menos prosaicos. Ir a votar definitivamente no estaba entre sus prioridades. Pero había que moverlos, si no querían perder la universidad.
Fue así como dos jóvenes soñadoras, pero con los pies muy bien puestos sobre la tierra, ninguna de las dos uesebistas, por cierto (Soledad es comunicadora social de la UCAB y yo, ingeniero de sistemas de la Unimet) asumimos la tarea de convencer a estudiantes y profesores de la necesidad imperiosa de participar en las elecciones. Fuimos a todas las asambleas… Podemos decir con orgullo que a las primeras convocadas asistió muy poca gente, pero las últimas estaban a reventar. Visitamos salón por salón. Nos instalamos en el cafetín a hablar con quien nos quisiera escuchar. También en la puerta de la Biblioteca. Repartimos volantes en la entrada de la universidad. Y las elecciones las ganó Pedro María Aso para el periodo 2001-2005. ¡Salvamos la universidad!
El pasado jueves el CNU, Consejo Nacional de Universidades, convocó a una reunión virtual -un consejo extraordinario- para presentar nombres y hablar sobre la designación del nuevo rector, dado que el rector Enrique Planchart falleció el pasado 27 de julio. Como era virtual y para nadie es un secreto lo fatal que están las conexiones a Internet en Venezuela, faltaron los rectores de la Universidad de Carabobo, la del Táchira y la UPEL. Los rectores de la UCV (Amalio Belmonte en representación de Cecilia García Arocha), ULA (Mario Bonucci), LUZ (Judith Aular de Durán), Unexpo (Rita Áñez) salvaron sus votos y consignaron por escrito el razonamiento de sus votos salvados. Unánimemente coinciden en que el procedimiento fue irregular de toda irregularidad, empezando porque ni siquiera estaba supuesto elegir al nuevo rector en esa reunión y no sólo eligieron al rector, sino también a los dos vicerrectores.
Mi llamado es a la comunidad uesebista en general: tienen que hacer escuchar su voz y plantarse ante esta nueva ignominia con la que el régimen pretende rematar con una estocada mortal a la Universidad Simón Bolívar. Si dos jóvenes pudimos parar la locura en 2001, me imagino que una comunidad de tantos alumnos, profesores y egresados podrá exigir que se convoquen elecciones según lo estipulado en la Ley de Universidades y no según el capricho de unos consultores jurídicos que interpretan las leyes a la conveniencia de sus jefes. Ustedes tienen el apoyo de la academia a lo largo y ancho del mundo, ¡busquen esa columna! Y, además, cuentan con el respeto del país. ¿Qué están esperando?
Hasta el momento que escribo este artículo, viernes 17 de septiembre en horas de la tarde, las mejores respuestas que he recibido de los uesebistas que conozco han sido tibias: “Vamos a ver qué hacemos”; “nos estamos organizando”. Las demás, lejanas e indiferentes: “Somos científicos, nuestras armas son las computadoras y el pizarrón”; “soy ratón de laboratorio, no político”, y la peor: «Es que han sido muchos años de coñazos y estamos desesperanzados».
¿Van a poner su alma mater en bandeja de plata al régimen?… Creo entonces que huyo por la derecha y me retiro lentamente, con mucho dolor…