Estamos en el momento más importante de nuestra historia contemporánea. Lo peor que puede pasarle a Venezuela en esta hora es que no pase nada y todo siga caminando hacia peor. Desgraciadamente, buena parte de la población está siendo influida por una desesperanza peligrosa. Una especie de resignación pesimista que disminuye la fuerza para combatir la dictadura, entre otras cosas, porque necesita poner todo su empeño en sobrevivir, en mantener de cualquier manera a su familia y tratar de conseguir algún ingreso estable o circunstancial que sea útil a esos objetivos prioritarios.
Me refiero al ciudadano común que rechaza en términos absolutos al régimen, pero que se ha ido cansando progresivamente de esperar por una dirigencia política y social que no termina de reaccionar, con todo, para ponerle punto final a la tragedia. Quizás sea injusto generalizar. En esa dirigencia hay de todo. Buenos, regulares y malos. No es el tema de hoy determinar a unos y a otros, sino destacar la responsabilidad colectiva de la actual dirigencia. Cada día me convenzo más de que este pueblo es muy superior que quienes pretenden dirigirlo en este tiempo. No me excluyo, a pesar de que en esta etapa de mi vida no tengo ninguna aspiración política ni ambiciones personales, pero crece en mi interior la preocupación por el destino de una Venezuela que merece algo distinto y mejor que lo que actualmente tiene.
El objetivo fundamental del régimen está muy claro. Permanecer en el poder indefinidamente, a costa de lo que sea. Para lograrlo el empobrecimiento de la población y su creciente dependencia de lo que el régimen pueda ofrecerle es su política básica, orientada por el socialismo comunistoide pero ejecutada con incompetencia asombrosa y una corrupción sin precedentes en esta parte del mundo. No es casual el éxodo de más de 6 millones de compatriotas en pocos años, la dispersión familiar y el crecimiento, dentro del territorio, del crimen organizado y la atomización del bandidaje en todo el país. El problema es que la incertidumbre del futuro hace volver el corazón hacia el pasado. Más de 20 años entre Chávez y Maduro han sido más que suficientes para la arremetida de la destrucción, hasta ahora incontenible. El pasado ya pasó y no volverá. La lucha debe centrarse en este presente que condiciona el futuro por venir.
Estas líneas buscan llamar la atención de todos para resignificar la Política, con P mayúscula y devolver a sus protagonistas el sentido de apostolado que nunca debió de perder. Los políticos tenemos que ser verdaderos apóstoles al servicio del bien común, en el claro entendido de que a la Política se viene a servir y no a utilizarla como instrumento de beneficio personal o de grupo. Es la hora.