En vacaciones es común darse un lujo (o dos, o tres…) y pegarse un buen atracón de, por ejemplo, la comida típica de nuestra tierra a la que regresamos en verano o de las especialidades gastronómicas del lugar al que viajamos. Sin embargo, la ciencia dice que, por salud, quizás no deberíamos tampoco hacer de ello una costumbre.
Por: El Espectador de Caracas con información de 800Noticias
La razón de esto es que, cuando nos llenamos mucho, llega un punto en el que ya no estamos comiendo por hambre (entendiendo como tal la sensación corporal que nos informa de que necesitamos proporcionar alimento al cuerpo para funcionar correctamente) sino por ‘hambre emocional’ o gula.
De hecho, existen estudios que han demostrado que en realidad el hambre cesa al cabo de un cierto tiempo después de empezar a comer (lo que se explica porque el hambre viene regulada por unas hormonas liberadas en el torrente sanguíneo y no directamente porque el sistema digestivo esté vacío), al margen de si en ese periodo ingerimos más o menos.
En cualquier caso, comer de más provoca una serie de efectos negativos en nuestro cuerpo, especialmente si le acostumbramos a ello. Por ejemplo, causa que el sistema digestivo tenga que realizar un gran esfuerzo para realizar la digestión, por lo que gasta más energía en ello y tiene menos disponible para otras actividades.
Además, el tener que realizar una digestión tan costosa supone que el cuerpo asimila peor los alimentos, por lo que se pueden producir indigestiones, gases, reflujo, estreñimiento y otros síntomas digestivos.
Lo que es especialmente importante, más que no darse un atracón ocasional, es adquirir la costumbre de parar de comer antes de sentirse lleno. Esto es porque, aunque el estómago es muy elástico y en contra de lo que dicen algunas creencias populares no va ensanchándose (y casi todas las personas lo tienen aproximadamente del mismo tamaño), es nuestro cerebro el que se acostumbrará a esas sensaciones y adoptará el hábito de seguir comiendo hasta alcanzar esa sensación. A la larga, esto puede provocar problemas digestivos varios, con inflamación en varios puntos del sistema digestivo, así como una mayor acumulación de grasas.
Sin embargo, y retomando el hecho de que el hambre cesa pasado un tiempo después de empezar a comer (entre un cuarto de hora y 20 minutos), existe una estrategia sencilla que puede ayudarnos a comer menos: masticar más lentamente, lo que lleva a ingerir menos comida en el mismo tiempo.