23 de noviembre de 2024 5:07 AM

Manuel Hinds: La economía monetaria mundial

Las monedas son como los idiomas, que son útiles y demandados en relación directa con el número de personas que los hablan. Así, imagínese que usted habla sólo húngaro, que es un idioma que sólo se habla en Hungría (9,8 millones, o el 0,1% de la población mundial). En estas condiciones, a usted le resultaría difícil comunicarse directamente con el 99,9% de la población mundial, y le resultaría también extremadamente difícil encontrar a alguien que le tradujera del húngaro, digamos, al parsi, que, aunque hablado por mucha más gente en Irán y otros países del Medio Oriente, representa menos del 1% de la población del mundo.

En el lado de las monedas, el aislamiento de un idioma hablado por un porcentaje bajísimo de la población mundial es lo que les pasa a los países con monedas que solo se transan en su territorio, y por obligación, como lo que pasaba en El Salvador con el colón. Para cambiar directamente colones por, digamos, Kwansas Angolanos, tendría el interesado que encontrar a un angolano que quiera cambiar la cantidad deseada por colones salvadoreños, algo casi imposible de hallar excepto por una coincidencia espectacular. La diferencia entre esas monedas restringidas y una moneda universal se ve muy claramente cuando uno piensa que siempre será posible encontrar gente que quiera cambiar colones por dólares y Kwansas Angolanos por dólares, y viceversa. La única manera de cambiar colones por Kwansas Angolanos es pasar por el dólar, que es una moneda universal, una moneda vehículo para todas las monedas del mundo.

El costo de hacer estas transformaciones parecería que es trivial, y lo fue en épocas anteriores a la globalización de las cadenas de producción, antes del último cuarto del siglo XX. Pero en este mundo globalizado, en el que una cosa se puede diseñar en un país con componentes hechos en decenas de otros, la complicación de tener los costos de la cadena entera de producción denominados en decenas de distintas monedas variando sus tasas de cambio en cada momento, es imposible para mantener los costos consistentes con la moneda en la que el bien final se vende en los mercados internacionales, que es casi siempre el dólar. Estas compañías globales y las que los suplen tienen que mantener sus contabilidades en dólares aun en países que usan monedas locales. Y, para las empresas locales que alimentan la cadena, mantener sus contabilidades en una moneda diferente a la que usan para pagar a sus empleados es una fuente continua de riesgos y complicaciones.

Por esta razón, el dólar se ha convertido en la moneda global de los negocios, y esta es una de las razones por las cuales se dolarizó el país, eliminando el costo de transacción de integrarse a la economía global —además de que, aunque dijera lo contrario, el pueblo salvadoreño siempre prefirió el dólar al colón para hacer contratos de largo plazo, como alquileres de vivienda, y para conservar sus ahorros. El resultado de estar en la moneda preferida fue bajar drásticamente las tasas de interés, de niveles de más de 20% en los préstamos a un promedio debajo de 7% en la economía dolarizada. Eso permitió a muchas gentes comprar su vivienda a 25 años plazo con cuotas que son mucho más bajas que en cualquier país no dolarizado de Latinoamérica. Además, se cortó la conexión entre la moneda y los políticos, que, con tal de imprimir dinero, no les importa sumir al país en la inflación. El Salvador ha tenido por 20 años la inflación más baja de Latinoamérica, junto con Panamá.

Estas razones en favor de las monedas globales están explicadas en dos de mis libros, uno Playing Monopoly with the Devil y el otro Money, Markets, and Sovereignty (el segundo con Benn Steil, que nos ganó el Premio Hayek), publicados ambos por la Universidad de Yale, hace 18 años uno y 12 años el segundo. Por muchos años mucha gente siguió creyendo que lo mejor era que cada paisito tuviera su moneda. De pronto, esto se ha dado vuelta a adoptar la posición de los libros, y lo cool ahora es buscar una moneda global —que en nuestro caso ya la tenemos. El otro punto de los libros, que si los gobiernos no daban una moneda estable global el sector privado trataría de establecerla, también se ha vuelto popular. Todavía no se ha establecido una (el bitcoin es como hablar un dialecto del húngaro, uno en el que las palabras cambiaran día a día por lo inestable que es) pero el juego está empezando. Si los gobiernos desarrollados no estabilizan una moneda global, el sector privado va a encontrar una. Por el momento, el dólar sigue siéndolo.

LaPatilla.com

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