Un hilo sangrante sigue corriendo por las calles de Venezuela. Salió de Dos Pilitas, dizque de un tribunal que se dice supremo y de justicia, pasó por El Guanábano, el puente donde otrora la gente se suicidaba por razones de des-amor. Lo esperan entre El Silencio y Pajaritos, mientras en Palacio con sangre se lavan las manos y las conciencias, porque hasta allá no llega agua ni jabón.
Corre a encontrarse con otros que provienen de los otros poderes del Estado, que nada hacen por evitar la hemorragia de injusticias y despropósitos de la desgracia chavista que desgobierna; por el contrario, todos sumisos al servicio de la peste empeñada en gobernar a troche y moche, en llevarnos por el despeñadero de la destrucción, cuesta abajo en su rodada, como llora el tango.
Es el hilo constitucional, el de la pobre carta magna tan violada, humillada y vilipendiada, que no puede parir más. Con ella la patria venezolana, la dolida democracia y sus instituciones que acusan cada manotazo que la usurpación ha dado al Estado de Derecho, echando al traste con un supuesto “Estado Social, de Derecho y de Justicia” y de esa entelequia llamada “democracia participativa y protagónica”.
Cuando Andrés Eloy Blanco presidía la Asamblea Nacional Constituyente (1947), no fueron pocos los ataques que recibió, acusándosele de político regionalista que despreciaba a algunas regiones del país. Nada más alejado de la realidad.
El poeta afirmaba que su arma era la campanilla que portaba en su mano, “que tiene voto y manda”, decía. Y que, “si alguna vez se alzare un clamor de voces, que no se alzará jamás, atacando a una región de mi patria, yo no tendría mejor camino para responderle que agitar la campanilla, mostrar el retrato de Bolívar y decirles: “Señores representantes, tiene la palabra Venezuela”. (10-4-47)
Viene a cuento la anécdota por la relevancia del ejercicio constituyente del político y poeta oriental, y al propio tiempo, para poner del bulto la grosera complacencia que han tenido todos los poderes con esa maldición que dejó aquel mediocre milico golpista, y que aún sigue aposentada en el mando.
Tan asidos al poder, que el temor –eso creo– no solo es a dejarlo, sino también a ser juzgados por tantos crímenes, que cuando se recomponga la República, la democracia y sus instituciones, quizás veamos en su exacta dimensión los desafueros cometidos, el monto del dinero timado, el nivel de abusos y atropellos, en fin, ojalá podamos ver entonces, cuando se dé la reforma del Estado en que nos encontramos, el quantum de los daños ocasionados
Lástima da saber que mientras en el mundo entero la civilidad toma las sociedades y les confiere poderes al hombre sin uniforme, Venezuela ahora se parece a una fortaleza militar que cada día gasta más en armarse con inmensas sumas de dinero –dignas de mejor destino– en aviones, fusiles, milicias, misiles, tanques y submarinos, entre otras capacidades bélicas, mientras los civiles tristemente sacrifican su derecho a dirigir los destinos del país para entregárselos a quienes han fracasado en todo el mundo al frente del poder.
¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista que se ha criticado tanto, incluso la oposición de la oposición, haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos. Más serviles y menos independientes, más lacayos y lambucios, además de tristes servidores del militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido Venezuela.
Las burdas maniobras son golpes tras golpes a la institucionalidad democrática venezolana, pero ello no debe arredrarnos en modo alguno ni amilanarnos en nuestro afán insistente por reinstaurar la legalidad, nuestro sentido de patria y la dignidad que nos permita recuperar el país que nunca hemos debido perder.
Los ataques al Estado de Derecho deben responderse desde el Estado de Derecho, y eso lo saben –creo– los que ocupan las altas posiciones dentro de la estructura del Estado.
Las peregrinas imputaciones a los opositores, el acoso a la prensa, la ineficiencia en el manejo de los recursos públicos, entre otros males de parecida o peor naturaleza, es una muestra más de la usurpación en su terca manía de permanecer en el poder a todo trance.
Se aproxima un proceso electoral, y quizá el ilegítimo gobierno sabe de la importancia de los gobiernos locales en sus relaciones con el electorado. Aunque el Poder Electoral a través del minpopo respectivo, maneja a su libre arbitrio las elecciones y no hace nada por desmentir su evidente parcialidad, esa situación puede ser evitada si la oposición acude masivamente a las urnas electorales.
Es decir, la presunción de fraude puede ser derrotada y no es descabellado pensar que se trate de una estrategia malévola para generar o alentar la abstención del electorado.
Las distintas formas de invalidar la democracia están a la orden del día, pero es bien sabido que, ante la violación de la Constitución, de acuerdo con sus propias disposiciones, solo cabe restituir su majestad.
Los primeros interesados en defender los privilegios y prerrogativas de los candidatos electos democrática y legítimamente son ellos mismos, aunque se sabe que la justicia militar suele ser injusticia, y hoy más que nunca con aprobación de civiles sumisos.