“Solo se destruye lo que se sustituye” Saint Simon
Las crónicas de los hechos que registramos como efemérides se van produciendo en el discurrir vivencial y anotamos algunas que, sin embargo, adquieren alcance y connotación para la memoria histórica. Son acontecimientos que trascienden a su instante y se postulan para la posteridad. Es una transferencia que nos hacen los que estuvieron antes e hicieron mérito. En el fondo subyace un elemento que apunta a la responsabilidad histórica concomitante de la existencia como nación, como diría Reyes Mate.
Empero, a menudo las tratamos o absorbimos, como una herencia que quisiéramos, a beneficio de inventario. Recibimos pero apreciamos, cotejamos, valoramos aspectos y elementos de la lista de esos asuntos, cosas, ideas, bienes, orgullos y frustraciones que vienen en el paquete de las promociones ciudadanas que nos anticiparon y eventualmente rechazamos el legado en conjunto, por ser más pesado que ligero, más desfavorable que positivo. No puede ser este el caso de la Venezuela independentista.
Hagamos un balance. Hay herencias que nos enriquecen y algunas que nos disminuyen y hasta podrían perjudicarnos y así lo ponderamos jurídicamente y me refiero, pues, solo para hacerme comprender, al escenario sucesoral.
La herencia histórica viene también con vicios y lastres, apenas considerados, pero también trae el más auténtico perfil de lo que fuimos y hemos de seguir siendo, con los cambios y modificaciones que siempre se hacen concurrentes.
El argumento viene a colación, siendo que transitamos las fechas más icónicas e importantes en la epopeya histórica de nuestra patria, las más recordadas del pasado llamado a evocarse y a ratos a reivindicarse, como en nuestro sentimiento nuevamente, mutatis mutandis, claro está.
Cabe preguntarse ¿cuánto somos de aquellos de los que venimos? ¿Los emulamos o nos diferenciamos de sus predicas o enseñanzas? Obviamente, la dinámica de los tiempos nos evidencia en constante movimiento. Algunas sociedades conservan, no obstante, compendios de su transcurrir, como valiosos adquiridos o fortalezas. Son esculturas vivas en la cultura y acaso en la emoción de los pueblos.
Pero, desde hace ya 22 años, nos trastornamos; la apariencia y la simulación llegaron y quieren quedarse. Una satrapía disfrazada de democracia. Una tiranía ontológicamente corrupta y quizá redundo en esencia. Un pueblo manipulado desde su bajo psiquismo y sus resentimientos. Estas aseveraciones nos describen en nuestro actual, fidedignamente.
Leyendo a un brillante politólogo venezolano, encontré un trabajo pertinentísimo. Se intitula, ¡Refórmese el gobierno y los individuos se reformarán! Hurgando en el pasado para conocernos, realiza el estudioso un hallazgo interesante que, entre otros, ha de servir para comprendernos y ello se extiende a Latinoamérica incluso. (José Javier Blanco Rivero, Elementos de una Teoría Política venezolana de la emancipación, 1808-1830, 2013). Revisando el texto y con especial respeto por el esfuerzo de sincronización y despeje semántico, advierto que metodológicamente, aprehender el significado auténtico es la medida del logro de la investigación histórica que se completa con la interpretación sistémica que se nos muestra en los conceptos. Koselleck desarrollando a su maestro Gadamer.
El objetivo es la verdad, a menudo esquiva y que se nos despliega entre imposturas y espejismos. Puede andar en el trasfondo de las fórmulas retóricas, pero suele a la postre mostrarse en el análisis de los contenidos y en el discurso al que se le hace una suerte de autopsia semántica, semiológica y lingüística.
Esa generación fundadora, a la cual irrefragable alude en su trabajo Blanco, tiene en sus venas las declaraciones de Virginia y Filadelfia, pero también aquella de los franceses de 1789. Son hombres capaces de reinventarse y dispuestos a ello, tallarse un mundo de libertad. Son ciudadanos.
Es en ese discurso que se fragua el constitucionalismo moderno de larga impronta liberal, por cierto. Leyendo a Blanco siento que tomo el pulso de un proceso vital en cada latido y, como una irrupción genealógica, entre frases y corolarios del mismo origen impajaritablemente.
Las afirmaciones que preceden son una suerte de introito y dispensen si así lo llamo; persigue ubicarnos en la coordenada temporal en que percibo estamos que nos sitúa en un escenario absurdo y distópico. Conmemorar la batalla de Carabobo entre ritos santeros e invocaciones a Yoruba nos coloca en un plano espiritual, moral, ético y cultural que rompe groseramente la secuencia orgánica del ciclo constituyente de la república de Bolívar. El asunto va al tuétano del andamiaje óseo del país que fue y evocamos, pero -hay que decirlo y repetirlo- hoy está desvencijado, despellejado, escalpado. Nada hay de Bolívar y el republicanismo en la experiencia que comienza en 1992 y aún no termina.
¿Cuánto daño se le ha hecho a la Venezuela formada por el sedimento de sus más de doscientos años, desde la llegada del difunto al poder y de sus espalderos devenidos en dignatarios de una revolución que reúne todos los fracasos y si nos atenemos a un examen económico, institucional pero especialmente social y ciudadano?
Un país en ruinas y antropológicamente afectado encabeza la protuberante respuesta; sin fe, sin confianza, sin disciplina, sin empatía, sin respeto ni aprecio de sus vecinos. Huidos sus hijos, sin arraigo, sin destino, es el resultado de la catástrofe chavomadurista, con su militarismo, ideologismo y su concupiscencia. Han lisiado al país que tenía todo y ahora todo le falta.
De la Venezuela en que me crié y viví, me formé y participé, queda muy poco. Se le ha desfigurado completamente. Sus seguridades, como diría Bauman, se han diluido y una espiral regresiva caracteriza su rutina. Míseros, vulnerables, medrosos y desalmados deambulamos en la más absoluta precariedad. Dejamos de ser o precisamente dicho, no somos ya ni lo que fuimos y cuidado, porque se nos impide deliberadamente ser otra cosa que esa nada que hoy somos.
La dirigencia actual invoca lo que fuimos y como consciencia histórica para cínicamente tergiversarlo. No creen en la dialéctica. Juegan al gatopardo, para recordar aquel clásico en una frase. “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie«, nos decía Giuseppe Tomasi Di Lampedusa. Lo leía y recordaba el nuevo fraude, el llamado Estado comunal, maniobra perniciosa, inconstitucional y con un único propósito, timarnos una vez más.
Intentando posicionarse para siempre la cosmovisión del régimen, transversalizándolo todo, con sus asertos que funcionan como acertijos y artilugios despersonalizantes y totalizantes; convencidos ellos de que la victoria que los encimó es la materia prima de todos los procesos a echar a andar por este pueblo y que no hay cambios posibles porque detuvieron el tiempo o pueden a placer trastocar el pasado que incomoda, como hizo el difunto con el episodio del 11 de abril de 2002 o también con el llamado paro petrolero, nos monta en el barco de las nuevas pero ya viejas incertidumbres. ¿No es acaso esto una verdad monumental? Debemos y ya es tiempo, encararlos definitivamente.
En efecto; no podemos permitirnos esperar más, se nos ahoga la gente entre las privaciones y las desesperanzas. Cada minuto cuenta y hago énfasis en esta circunstancia porque noto que algunos de los llamados a dirigir, porque vienen haciéndolo o porque están en el pelotón de los promovidos, aun sabiendo que el descrédito pareciera alcanzar a todos en alguna medida, calculan que para ellos llegar donde quieren no hay apuro en forzar las cosas o en pugnar por una consulta fundamental como sería el referéndum revocatorio. Entretanto; muchos de los nuestros y no exagero, simplemente agonizan.
Un déficit múltiple y generalizado tiene en el ausente ciudadano nuestra debilidad y por contraste, la fortaleza del oficialismo. La acción consiste en despertar de su modorra a la mayoría y hacerla hablar, expresarse, reaccionar y decidir. Es la hora del retorno del Jedi ciudadano. ¡Es ahora y no lo dejemos para después!
@nchittylaroche
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