El régimen político de Juan Vicente Gómez (1909-1935) ha sido el más largo de Venezuela. Duró 26 años y terminó con la muerte del dictador. El chavismo va para 23 años de existencia y se acerca al récord establecido por el gomecismo. Pero existen dos diferencias notables entre estos dos sistemas autocráticos y militaristas. La primera, que el chavismo no finalizó con la muerte de su progenitor, y la segunda, que Gómez no destrozó al país.
En el caso de Gómez es fácil determinar la razón de su larga permanencia en el poder. El país estaba harto de los caudillos, de las asonadas militares, de las “revoluciones” de toda ralea, de las guerras y de los golpes de Estado del siglo XIX que acababa de concluir cuando Gómez asumió el poder. Con él se pacificó y se ordenó el país, pero no porque el dictador fuera un gran estadista, sino porque era un hombre astuto, hábil, buen guerrero, con sentido común y contó con el apoyo de las élites políticas, sociales y económicas del país y con la colaboración de funcionarios capaces a los cuales les permitió actuar sin interferencias. Gómez prefirió siempre manejar sus haciendas que manejar al país. Su gestión se vio favorecida con el desarrollo de la industria petrolera en la década de los años veinte. En términos generales podemos decir que Gómez fue un mal necesario y positivo, entre otros muchos que abundaban por entonces.
No podemos decir lo mimo del chavismo. Sus consecuencias, desde todo punto de vista que se mire, han resultado nefastas. Con el chavismo se perdió todo el avance logrado en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. En términos económicos, políticos y sociales hemos regresado a la década de los años cuarenta. A diferencia de los otros sistemas autocráticos venezolanos, el chavismo no desempeñó ningún rol positivo para el país. Lo que estaba mal antes de su llegada al poder empeoró considerablemente después y lo bueno que existía se deterioró o se evaporó.
Para mayor detrimento del chavismo hay que tomar en cuenta que ese régimen, a diferencia del de Gómez y de la mayoría de los otros, contó en sus inicios con todo lo necesario para realizar una extraordinaria labor en beneficio del país. Tenía las mejores condiciones internas y externas, liderazgo, amplio consenso nacional, gran apoyo popular, inexistencia de una oposición organizada y los mayores recursos financieros de toda la historia nacional. Su incapacidad administrativa y su incondicional apego al sistema castro-comunista lo condujo al desastre. ¿Por qué, pese a todo, se ha mantenido tanto tiempo en el poder?
No voy a gastar muchas palabras para responder a esa pregunta. Todos conocemos la respuesta. El chavismo, desde que murió Chávez, es un régimen de facto, de fuerza, sin sustento legal ni popular. Está asentado en las armas que la nación entregó a unos compatriotas nuestros que juraron ante la bandera cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República. Es a ellos a quienes corresponde contestar la pregunta anterior porque la responsabilidad de lo que está ocurriendo en Venezuela es toda suya. Las razones por las que los militares venezolanos han permitido y sostenido al régimen, reprimido y masacrado a sus compatriotas opositores en las calles de Caracas y de otras ciudades deben darlas ellos. Nosotros no las conocemos en detalle, porque pertenecemos a un mundo ajeno al suyo. Somos académicos. Solo podemos presumir que los motivos para sostener a sangre y fuego a un régimen de esas características deben obedecer a intereses subalternos, oscuros e inconfesables, a propósitos indignos que unidos a lo que ha sido la trayectoria histórica de la institución castrense en Venezuela la deja muy mal parada, al extremo de que el país, sin duda alguna, estaría mucho mejor sin ella.