«Tragado y devuelto al mar: la increíble historia del hombre que quedó atrapado en la boca de una ballena jorobada y sobrevivió para contarla». Este pudo ser el título de un cuento gestado en la imaginación de un escritor latinoamericano cultor del realismo mágico y lector de la Biblia; pero no, fue encabezamiento de una noticia publicada en el misceláneo site de BBC Mundo, con ánimo acaso de distraernos de los devastadores y desalentadores efectos del mal amarillo y sus variantes greco alfabetizadas. Michael Packard, buzo de Provincetown, Massachusetts, protagonista del insólito episodio, no vivió tres días en el interior del cetáceo, cual el desobediente Jonás, sino apenas 40 segundos, tiempo suficiente para, si no morir de la impresión o de un ataque de nervios, cagarse de susto en el intento de escapar de sus fauces. Asocié automáticamente la imagen del hombre a punto de ser devorado por el gigantesco mamífero marino no con la pata de palo de Gregory Peck, encarnando al capitán Ahab en la clásica versión fílmica de Moby Dick (John Huston, 1956), sino con una muy manoseada y aún más baboseada frase de José Martí, cuyo papel de faro y brújula de sus respectivos idearios se disputan la revolucionaria ínsula fidelista y la nostálgica calle 8 de Miami — habanos, guayaberas, zapatos de dos tonos y rumbas sobre las tumbas—, tal como los venezolanos nos peloteamos al inmarcesible rey sin corona Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco, o simplemente Simón para íntimos y confianzudos, o Libertador para solemnes y ceremoniosos.
«Viví en el monstruo y le conozco las entrañas», es el fragmento de una afirmación alusiva a Estados Unidos, contenida en carta inconclusa escrita la víspera de su muerte por el «Apóstol de la independencia cubana» a su amigo mexicano Manuel Mercado; manipuladas con piquete al revés, como inescrupulosamente sabe y puede hacerlo el aparato comunicacional comunista, tales palabras fueron y continúan siendo santo y seña de la revolución cubana. Prescindiendo del sesgo castrista, bien podríamos hacerlas nuestras, pues, en tanto pueblo, somos el demagógico sustento de una bestia hambrienta de poder: no le bastan dos décadas de corrupto engorde y de opresión ejercida sobre quienes creemos en la democracia; quiere, a juro y obstinadamente, superar el récord gomecista de 27 años de dominio y control absoluto del país, sus pobladores y sus recursos. Y hablando de control, este domingo, a pesar de la cuarentena radical, habrá flexibilización extrema y porque nos da la gana en los hogares venezolanos: se celebra, como en buena parte del occidente cristiano, el Día del Padre.
El festejo lo debemos a la estadounidense Sonora Smart Dodd, hija de un soldado de la guerra de secesión quien, según el tesoro pirata del saber (o del saber pirata) tan caro a los perezosos conocido con el nombre de Wikipedia —«wiki» es vocablo hawaiano y significa rápido—, bautizada whiskypedia por Laureano Márquez en un arrebato de sobrio recelo, ordenó oficiar una misa de acción de gracias en honor a su progenitor, viudo consagrado a tiempo completo a la educación de ella y sus 5 hermanos. La iniciativa de la mamá de la fiesta de papá fue secundada por la iglesia, la cual procedió a asociarla al carpintero José, santo padre putativo de Jesús y, en virtud de esa decisión, en algunos países el bonche paterno tiene lugar el 19 de marzo; sin embargo, el protocolo vigente, incluyendo regalos, comilona y bebezón, debió ser ocurrencia del jefe de ventas o el director de mercadeo de algún gran almacén, o del pícaro y listillo ejecutivo de cuentas de una de las grandes agencias publicitarias de Madison Avenue —nunca falta alguien así, sentenciaría Selecciones del Reader’s Digest—. En favor de mis asertos, abundan cuñas televisuales, entre ellas, un poco placentero y visualmente mediocre spot emitido en casi todos los canales de las cableoperadoras: «Este día del padre, deja a papá sin excusas; regálele una herramienta XXX».
No sugiere ni recomienda el anunciante un reposo del guerrero, sino una sobrecarga a su diario trajinar. Podría haber dorado la píldora con expresiones como ¡pónsela papita a papá!, pero no, ¡a castigarle! Seguramente el creativo estimó conveniente eludir el goce familiar acostumbrado, en aras de la bioseguridad: ¡hoy, amigo, quédese en su taller a trabajar! Se impondrá, de cajón, la voluntad del clan y habrá holgorio largo y tendido. El padre, entre arrumacos virtuales visualizados en el smart phone y abrazos de embuste-embuste, postergados para cuando la pandemia sea recuerdo, se despojará del bozal anticoronavirus, alzará el codo y dará cuenta del primero de los muchos tragos previos, paralelos y posteriores al condumio —no faltará un espontáneo y desafinado cantor entonando «si no me dan de beber, voy a dejar la comida»—. La distancia social devendrá en despelote y se apurarán los palos en metódica sucesión —¡ojo pelao’ con los abominables güisquis de factura local!—. Se prodigarán hiperbólicos brindis rayanos en la cursilería. Los tapabocas al piso y ¡salud viejo!, y el viejo, no tanto como el abuelo o el bisabuelo, seniles padres convidados a la guachafita y decididamente enrumbados a una pea patriarcal, no quiera Dios en cueros cual el zoófilo nudista Noé, curdo en pelotas mencionado en el Viejo Testamento y pincelado por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina, y el viejo no tan vetusto, ripostará, ¡salud hijo!, y ¡salud!, corearán los mayores, sintiéndose concernidos, no en el fresco del Buonarroti sino en la tonadilla de Piero —“Viejo mi querido viejo”—, puesta a sonar en vinilo a instancias de un impertinente adulto contemporáneo, mientras los más jóvenes agitan sus anatomías en sentido contrario a las agujas del reloj y a los compases del trovador rioplatense y entre copa y copa se pasa de cocción la carne, se achicharran morcillas y chorizos o se enfría el mondongo y no importa: mientras dure el aguardiente, a beber se ha dicho y si no me sirven otra copa, lloro; pero mañana, ¡ay mañana!, el ratón colectivo será de espanto, temblor y brinco, y mutará la casa en ratonera. De esta guisa escribí el pasado año y, sin temor a repetirme —la reiteración podría ser síntoma de insania—, no veo inconvenientes en bisar la reseña de un inmutable ritual.
El breve resplandor mediático del buzo de Nueva Inglaterra y el efímero reinado paternal me condujeron, casi sin aliento, hacia el punto final de mis divagaciones; no obstante, antes de bajar el telón, debo referirme someramente a otros asuntos todavía en el tintero y, de una u otra forma, relacionados con la fecha presente. En primer término, el nonagésimo primer aniversario de la Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela, Cantv — ¡ah numeral pa’ feo!—. Para conmemorarlo, el chavismo puso a caminar la empresa al ritmo de sus pasos iniciales. Ello no debe entristecernos, y aquí va la otra cuestión pendiente: hoy es el día más feliz del año, Yellow Day —hay comprensibles aprensiones respecto al color amarillo en razón de la plaga china—. De acuerdo con estimaciones de meteorólogos, psicólogos y clarividentes será risueña la jornada al menos en el hemisferio norte. Y hay fundamentos: comienza mañana el verano, suben las temperaturas y serán espléndidas las auroras, espectaculares los crepúsculos y más silencioso y breve el conticinio. Habrá fiesta de tambores en la costa y retórica marcial en el histórico campo de Carabobo. El ejército de plácemes. Comienza su temporada de exhibición con simulacros, paradas a paso de ganso y amenazas de una nueva incursión en Apure para reafirmar (¡¿?!) la «prefabricada venezolanidad patriotera» —Jesús Sanoja Hernández, dixit—. Ascensos y quincallería pectoral. Y en los pueblos de Barlovento, Barlovento tierra ardiente y del tambor, ni Maduro, Padrino & Co., ni el bellaco tercerista y tampoco el virus posmaoísta lograrán acallar del todo el sangueo y el malembe. Se escucharán el tam-tam de minas, curbatas y culo e’ puyas, y aguardentosos versos ceremoniales —¡San Juan to’ lo tiene! ¡San Juan te lo da!— . Y seguirá subiendo de tono el clamor popular por la liberación de la vacuna, hasta ahora administrada con estricto criterio clientelar. Conviene más desahuciar votantes potencialmente contrarios al continuismo que inmunizarlos. Así de simple. Ojalá podamos, como el émulo de Jonás, subsistir y poder contar nuestra tragedia y nunca más un venezolano sea carne de cañón servida en la mesa de un tirano. Entonces seremos actores y no espectadores. Telón y fanfarria. Con perdón y venia de los rocheleros, ¡se va la audición! El domingo venidero, si el tiempo, el SARS-CoV-2, el Vampi, el Garbis, el Coqui y los escuadrones de la muerte (FAES) lo permiten, volveremos con más de lo mismo o algo parecido.