Es un fenómeno social que perfila al planeta entero. Visto junto al que emergió a principios del siglo XX, catalogado en la historia como su versión “moderna”, el deporte actual ha cambiado sensiblemente en su concepción, armazón institucional y esquemas de funcionamiento. Se ha convertido en un espectáculo universal, la escenificación de la épica al alcance de todos, como podría haber dicho el escritor Javier Marías, dejando su huella por todos lados –en la economía, la cultura, la educación, la política…–, a la par que ha ido destapando la fragilidad de los terrícolas ante las nuevas preguntas que emanan de los procesos de globalización en todos los escenarios de su vida, incluido este, el del deporte, por supuesto.
Bolsonaro apuesta al circo (aunque no haya pan)
La Copa América es el evento de mayor importancia en el balompié en nuestro continente. De acuerdo con la Confederación Suramericana de Fútbol (Conmebol) debía celebrarse en Colombia y Argentina. Hace pocos días, ambos países renunciaron a ser anfitriones, el primero debido a los episodios de violencia que lo afectan y el segundo por las restricciones impuestas por la pandemia. De paso, cabe señalar que por iniciativa propia, el gobierno de Nicolás Maduro asomó como opción a Venezuela mediante carta dirigida a la Conmebol, explicando que se “cuentan con excelentes instalaciones deportivas y hoteleras, así como acceso aéreo”, pero sin que se sepa, por cierto, cuál fue la respuesta.
Lo cierto es que los dirigentes del fútbol resolvieron llevar a cabo la competencia en Brasil y contaron con la aceptación instantánea del presidente Jair Bolsonaro, decisión harto controvertida, debido a las dificultades por las que atraviesa el país, descontrolado a causa del covid-19 y sumergido en una situación política y social de proporciones mayúsculas, que, por mencionar apenas un dato, ha colocado a 60% de su población, esto es, alrededor de 125 millones de personas, en condiciones de inseguridad alimentaria.
Las protestas ante la posición de Bolsonaro han sido numerosas y diversas. La Sociedad Brasileña de Infectología advirtió que es “absurdo e irresponsable, sobre todo ante la inminencia de una tercera ola de contagios producidos por las nuevas y más peligrosas variantes de cepas, como la india y la amazónica”. Por otra parte, ciertos gobernadores se han negado a que sus Estados sirvan para albergar los juegos, mientras que otros pondrían como condición que los partidos ocurrieran frente a las tribunas vacías. El mundo político también ha rechazado esta decisión del mandatario brasileño, a la que considera un remedo del pan y circo de los romanos, (pero sin pan).
Asimismo, se han presentado quejas entre los propios jugadores del equipo brasileño, así como de otras selecciones y hasta se ha removido de su cargo al presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, adversario político de Bolsonaro. Y, por si no bastara lo anterior, es posible que el evento sea impedido por el Supremo Tribunal Federal, a partir de recursos legales, planteados por políticos y epidemiólogos.
En este contexto, y considerando que la inauguración está prevista para el próximo domingo, la celebración de la Copa América entra en la cancha de los acertijos. Aunque lo más probable es que los intereses económicos y políticos se salgan con la suya.
En Japón también se cuecen habas.
A semejanza con lo indicado respecto al fútbol, para dentro de algunas semanas está planteada la inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio. No obstante la pandemia, el vicepresidente del Comité Olímpico Internacional aseguró que “… se inaugurarán el 23 de julio, con o sin estado de emergencia”. Sin decirlo nos dice que hay miles de millones de dólares en juego y ni el COI ni el gobierno japonés quieren salir con los trastos en la cabeza, financieramente hablando. En efecto, los que meten uña en las cuestiones económicas calculan que el COI podría perder cerca de 4.000 millones de dólares si no se efectuaran los juegos. Desde la perspectiva japonesa se habla de una cuantiosa inversión que ronda los 15.000 millones dólares.
Unos 15.000 deportistas olímpicos y paralímpicos viajarán a Tokio y estarán allí durante 2 semanas. A ellos se añaden decenas de miles de personas entre jueces, periodistas, cuerpos técnicos, en fin, hasta llegar a una cifra de 100.000 personas, provenientes de todas partes. Sin embargo, se prohibió la llegada de aficionados del extranjero y no se ha decidido si se permitirán la presencia de fanáticos locales en los escenarios correspondientes a las diferentes disciplinas deportivas.
Habrá que ver cómo se calibran los informes de varios organismos médicos solicitando la suspensión del evento olímpico, alertando que puede influir en el agravamiento de la pandemia. De nuevo estamos ante un acertijo, pero igual que en el caso de la Copa América, las apuestas favorecen la opción de que se celebren las olimpíadas.
La globalización se nos va de las manos
Se ha repetido hasta la saciedad que la actual es una época muy compleja, grabada por profundas crisis que, encima, se entreveran a lo largo y ancho del planeta. La pandemia ha confirmado que carecemos de los instrumentos adecuados para manejar la globalización, según queda a la vista en las limitaciones que se observan en el desempeño de instituciones tales como la Organización Mundial de la Salud y la Organización de las Naciones Unidas. Asimismo y de manera relevante, en la poca capacidad y disponibilidad de parte de los países para cooperar unos con otros al momento de encarar dificultades comunes. Así las cosas, son muchos los problemas compartidos (cambio climático, migraciones, desigualdad…) considerados primordialmente a través del lente nacionalista.
La Casa Común
De la pandemia, o salimos todos o no sale nadie. Nos concierne como especie. La solidaridad no es una opción, sino una obligación. El coronavirus evidenció limitaciones y defectos del modelo de desarrollo que marca la ruta del mundo. Le dio rostro de crisis civilizatoria. Hay que apuntar hacia una nueva normalidad.
A lo largo de líneas semejantes a las anteriores, se orientaba el sermón que nos dábamos, los terrícolas, en los primeros meses de esta pandemia, que ya nos luce una eternidad. Ahora lo repetimos menos, como si ya no tuviese pertinencia. El coronavirus y sus secuelas no han sido argumentos de peso para postergar los eventos deportivos a lo que se ha hecho referencia. Es apenas una prueba de que no terminamos de entender y aceptar que habitamos una “Casa Común”.
¡Qué vaina con los terrícolas!