Beltrán Haddad
Tan corrupto es el funcionario público que recibe dinero u otra utilidad, como el particular que lo da o promete. El fenómeno de la corrupción y su expansión a cualquier sector, sea público o privado, ha llegado a conformar el “mercado de la corrupción”, expresión que retrata esos intereses que se confrontan y se conjugan aprovechando los comportamientos delictivos de funcionarios, la corrupción entre los particulares y la de los directores o administradores de empresas privadas que por actos simulados o fraudulentos se apropian los dineros recibidos de cualquier ente público.
Denunciar la corrupción no es un discurso cualquiera, es una forma de luchar contra ella, de combatirla, porque sigue siendo un fenómeno muy complejo que está en cualquier lugar, que se oculta y muchas veces se hace imperceptible. Siempre ha existido la corrupción, pero es bueno advertir que no por ello tenemos que aceptarla o hacernos que no la vemos, sobre todo en este proceso socialista y bolivariano penetrado por algunos corruptos y oportunistas “enchufados” disfrazados de revolucionarios.
Históricamente las prácticas corruptas han pasado por momentos de tolerancia, el Estado era la fuente para que altos funcionarios se enriquecieran ilícitamente al amparo de una “graciosa” impunidad porque a nadie le dolía el robo de los dineros públicos, e incluso se llegó a una forma de aceptar la “picardía” o habilidad para sacar provecho del cargo; pues, veían esa “viveza” como normal, hasta ponderarla y mofarse del funcionario que no robaba. Esa fue una historia triste, pero hoy se siguen robando los fondos públicos.
En la actualidad ningún país es invulnerable a la corrupción. En América, donde este mal traspasa fronteras y trastorna los sistemas de justicia, la Convención Interamericana suscrita en Caracas (1996) decidió promover mecanismos para prevenir, sancionar y erradicar la corrupción, así como facilitar la cooperación entre los países. Ahora bien, lo que nunca debe hacerse es negociar con la corrupción, aun cuando se hable de diálogo con la oposición y de corrupción política. Se trata de conservar para el bien de la Patria la conciencia ética en la convivencia. Con la corrupción no se negocia porque hacerlo para satisfacer intereses políticos partidistas, o personales, conlleva a la destrucción de la moral pública y eso -decía Bolívar- causa bien pronto la disolución del Estado.