En el mundo corporativo las siglas ESG cobran cada vez más valor. Las mismas significan en inglés “environmental, social and governance”, criterios que se toman en consideración por parte de ciertos inversionistas para realizar una inversión. Al principio pudiera estimarse que es un juego de palabras, retórico, en el que simplemente algunos factores de la sociedad buscan impulsar empresas que tengan mayor compromiso con las metas que establecen determinadas agendas y grupos de presión. Y puede que tengan razón. Lo cierto del caso es que el tema ESG cada vez gana más preponderancia en el entorno empresarial.
Los números así lo evidencian. Para el primer trimestre de 2021 se estima que los flujos de capital hacia fondos basados en criterios de ESG llegaron a la cifra de 178.000 millones de dólares, monto considerablemente elevado si se compara con los 38.000 millones de dólares que se invirtieron en la misma categoría tan sólo un año atrás, según The Economist.
Dentro de los criterios de ESG, uno de los aspectos más relevantes se relaciona con el tema del mundo verde y nuevas formas de energía. El ambiente corporativo le está poniendo más atención a lo “green”. ¿Razones? Hay distintas opciones para escoger. Indudablemente el tema político se encuentra a la cabeza. Tal como lo señala la ONU, existe una coalición mundial que busca alcanzar la denominada “neutralidad en carbono” para el año 2050. Son varias las naciones que se han comprometido al objetivo: Estados Unidos, Reino Unido, Japón y la Unión Europea, entre otros. China, el principal emisor de carbono del mundo, ha planteado la meta para el año 2060.
Estos indicios llevan a una forzosa conclusión: se está llevando a cabo una transición energética, la cual traerá consigo nuevas regulaciones y no necesariamente se seguirán las leyes del mercado. Una transición que llevará, en los escenarios más optimistas, varias décadas. De allí que no sean pocas las compañías que se encuentran realizando labores de cabildeo frente a sus respectivos reguladores para que sus fuentes de energía sean catalogadas como “verdes”.
Lo paradójico de esta circunstancia es que los esfuerzos de obtener un mundo más limpio y ambientalmente sustentable pueden derivar en lo que se denomina “greenwashing” o ecoblanqueo, una práctica en la que compañías con prácticas poco amistosas para el medio ambiente buscan posicionarse y hacer ver que su organización sí tiene un conjunto de prácticas proclives a conservar y mejorar nuestro entorno natural, al mejor estilo de la legitimación de capitales en el mundo financiero.
Sin duda, pudiera resultar paradójico que una compañía petrolera, una productora de carbón o una corporación minera busque catalogarse como una empresa “green”, pero las presiones son cada vez mayores, con lo cual se corre el riesgo de desvirtuar por completo el objetivo de este movimiento. El reto reside en diferenciar lo retórico de lo real y ver hasta qué punto las empresas están dispuestas a revelar datos duros sobre sus prácticas ambientales más allá de una estrategia de marketing.
Adicionalmente, y esta es otra paradoja que no pocas veces se deja a un lado, el surgimiento de nuevas tecnologías y energías también traen consigo nuevos factores contaminantes. Es el caso, por ejemplo, del litio y el cobre, commodities que son esenciales para la producción de carros eléctricos pero que también tienen efectos secundarios. El precio de estos elementos se ha elevado notablemente, y ya hay quienes hablan de un “boom” de estos commodities.
América Latina no está exenta del tema ESG. El 23 de septiembre de 2020, Nubank (la Fintech más grande de Latinoamérica, con una capitalización que asciende a los 25.000 millones de dólares) anunció que su organización está libre de emisiones de carbono en toda su historia, convirtiéndose así en la primera institución del sector bancario brasileño y mexicano en completar este propósito. Es muy probable que otras grandes compañías en Latam sigan esta tendencia.
¿Hasta qué punto estos movimientos derivarán en el desarrollo de unas “finanzas sustentables”? Está por verse. Lo cierto es que, al menos a nuestro entender, este proceso de cambios debería ser impulsado más por los actores de mercado y no de forma tan preponderante por regulaciones top down que, incluso sin proponérselo, están creando varias distorsiones que obstaculizan los objetivos que se quieren cumplir. En todo caso, por controversial que pueda ser, el mundo green llegó para quedarse, y tendremos que convivir con él.