22 de noviembre de 2024 5:47 AM

Carlos Raúl Hernández: La cultura entre el cambio y el fanatismo

El siglo XIX es un salto civilizacional producto de la revolución industrio-tecnológica,aunque exceptuando a Tocqueville, y por cierto a Marx, escritores y pensadores se opusieron el cambio copernicano, para declararse en luto por el antiguo régimen. Las masas en las calles, el rugido de los ferrocarriles los atormentaba, Londres llega con el siglo a un millón de habitantes de grandes concentraciones obreras y las locomotoras, formadas vertiginosamente en la ola de progreso, urbanizaron al mundo. El gran crítico de arte y sociólogo John Ruskin, cuando viajaba a París se alojaba en Trocadero, al pié de la Torre Eiffel, “para no ver esa monstruosidad”. Los trabajadores abandonaron “la vida reptante del campo” y se hicieron ciudadanos y trabajadores libres violentamente, en un siglo crearon las urbes, pero la cultura no entendía lo ocurrido: la producción y el ingreso se multiplican por cincuenta, duplican la expectariva de vida gracias a la mejor alimentación, la expansión de los servicios, la salubridad pública y la industria farmacéutica. La política adquiere su sentido contemporáneo, participación popular en la lucha por el poder en partidos de masas, procesos electorales y democratización del sufragio, avance de los derechos femeninos, sindicatos, parlamentos populares, libertad de expresión y periódicos de gran tiraje, producto del maquinismo. Aparecen los grandes movimientos de masas, marxismo, anarquismo, saintsimonismo, owenismo, el furierismo, el liberalismo, el socialcristianismo.

Los revolucionarios no veían el progreso enorme, sino los problemas, “las injusticias de la sociedad capitalista”. Los artistas sentían el “deber moral” de que el arte fuera por sí mísmo denuncia. En ese trauma histórico reaparece el Romanticismo, que aunque es una tendencia eterna del espíritu humano, es también una escuela artística cuyo punto de partida es 1830 con el estreno de la obra Hernani de Victor Hugo en París. Los artistas estaban en el hervidero del pensamiento radical y los románticos son por eso revolucionarios, principalmente anarquistas, por su exaltación de la creatividad y el heroísmo individual. Hugo es socialista como se aprecia en Los Miserables. De las ideas de Rousseau, el radical de la Ilustración, nacen esos movimientos socialistas, comunistas, anarquistas que marcarán la vida social y cultural hasta hoy, el “socialismo utópico” de Henri de Saint-Simon, Ettienne Cabet y Charles Fourier, en Francia y Robert Owen en Gran Bretaña. Saint-Simon no se equivoca cuando augura en La industria un futuro brillante para la humanidad gracias a la ciencia y la tecnología y afirma que la historia avanza en grandes crisis políticas y del pensamiento. El arte debe ser funcional y utilitario, dice en Opiniones literarias, filosóficas e industriales. Define al artista como “hombre de imaginación” y dice que… “somos nosotros, los artistas, quienes servimos…de vanguardia: el poder de las artes es… más inmediato y más rápido (que la palabra); cuando queremos difundir nuevas ideas… las inscribimos en el mármol o en la tela….y así, más que de cualquier otra manera, ejercemos una influencia eléctrica y victoriosa…y si hoy nuestro papel parece nulo o secundario, es porque falta lo esencial para su fuerza y su éxito: un impulso común y una idea general”.

La ingenuidad política de la época repite con Rousseau que una sociedad justa “sólo será posible cuando el egoísmo, ese fruto bastardo de la civilización, haya sido rechazado hasta sus últimas defensas”. La palabra socialismo, otro de los componentes cruciales del siglo, aparece en Inglaterra en 1827, entre los seguidores de Robert Owen, para oponerse al individualismo. En Francia surgió después de la revolución de 1830 entre adeptos de Saint-Simon, como el editor Pierre Leroux, acuñador del término. Los sucesores de aquél en sus comunas socialistas cultivan las artes, particularmente la música y promovieron la idea de que los líderes de la nueva sociedad debían ser los artistas, los científicos y los hombres de negocios. Después de las guerras napoleónicas, aparecen las ideas de que el arte y los artistas deben estar al servicio de la política revolucionaria, el realismo y en su contra el arte por el arte, que rechaza esta imposición. El arte por el arte y la bohemia son actitudes de los románticos, entre ellos Theophile Gautier y Alfredo de Vigny, que consideraban al artista como un chamán, un visionario, capaz de sentir, transmitir emociones únicas y dar rienda suelta a su pasión e imaginación. El arte atendía al espiritu de minorías sensibles, que sintieran y se embriagaran de la belleza. Gautier escribió el prefacio de la novela Mademoiselle de Maupin, donde explicaba sus ideas estético-políticas.

Pero es en su El arte moderno (1856) donde habla de “arte por el arte”, término creado por el filósofo Benjamin Constant, para definir la más absoluta libertad creadora, materializar obras bellas sin rendir cuenta a patrones doctrinarios, políticos, formales o morales, lo cual no obsta para que, si así lo quiere, el creador de belleza realice la crítica de la realidad social o política. La obra de arte es rebelión interna de un iluminado contra todo, incluso contra el mundo y puede decir y hacer con ella lo que quiera. Por eso los románticos partidarios del arte por el arte, fueron en algún momento revolucionarios, como Delacroix, Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Rimbaud y muchos otros, cuya doctrina es que la creación no tiene doctrina. El realismo, al contrario, es una versión positivista o cientificista que entiende el arte como la habilidad para reflejar la naturaleza, la sociedad o la gente, que el artista trata de imitar, aunque nunca igualará al referente. La obra es una transcripción o fotografía de la realidad, visión compartida por algunos marxistas (no Marx, por cierto). Por el contrario, para los defensores del arte por el arte, y el más grande, Emmanuel Kant, hay “belleza natural” en las cosas o personas, pero el arte es el proceso independiente de crearla, gracias a un don excepcional. Flaubert dice, por ejemplo, que pueden lucir bellos, gracias a esa magia, “hasta esos rincones donde hay cucarachas”. La belleza prescinde de lo real y surgen el impresionismo, el cubismo y el abstraccionismo, cada vez más alejados de las cosas materiales.

El arte por el arte es integralmente revolucionario porque su rebelión es global, contra formas y contenidos, y rechazan apegos a la realidad y por eso no puede adecuarse a objetvos políticos, como impuso el estalinismo y demás socialismos del siglo XX. Es antiacadémico, antimoralista, antiburgués, opuesto a las vocaciones “sacerdotales” saint-simonianas, y libertario, más próximo a la anarquía que a cualquier viejo o nuevo dogma. Realiza rupturas trascendentes para la cultura occidental que radican la creación en individuos virtuosos. Los dadaístas llevaron esta posición al extremo del humor, lo bello no provenía de la naturaleza, tampoco estaba en la obra, sino en la mirada del espectador. Para burlarse de todo, Tristan Tzara inventó los antipoemas y Marcel Duchamp los ready-made, que se hacen arte en el interior de quien los observa. Por fortuna ambos fueron grandes artistas y los ready-made solo divertimentos para épater le bourgeois.

@CarlosRaulHer

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