La vida es un don que se nos ha regalado por puro amor, pero es también una tarea y deberíamos hacer de ella una aventura apasionante. Nadie de nosotros pudimos elegir nacer o no nacer, ni tuvimos la posibilidad de escoger nuestra forma física, nuestro tamaño, el color de nuestros ojos o cabello, la textura de nuestra piel, el nivel de nuestra inteligencia. Tampoco pudimos seleccionar a nuestros padres, ni el país donde nacer, ni el tiempo o contexto histórico. Nacimos en una determinada matriz cultural que marca lo que somos y hacemos, lo que pensamos y creemos. Somos hijos de una familia concreta y de un país que debemos conocer, querer y servir. Somos únicos e irrepetibles, un imposible milagro entre milagros, y sobre todo somos amados infinitamente por una Dios Maternal, que quiere nuestra felicidad y nos acompaña en nuestros problemas, debilidades y sufrimientos. Por ello, debemos asumir la vida en una actitud de asombro, agradecimiento y humildad.
Con la vida nos llegaron otros muchísimos regalos: el amor de los padres, los hermanos y demás familiares, la palabra, la risa, la salud, la fe, la educación, los pájaros, los ríos, las estrellas, las montañas, las flores, todo lo que existe a nuestro alrededor y nos posibilita o alegra la vida. De hecho, y sin importar lo agradecidos o desagradecidos que seamos, estamos continuamente recibiendo regalos. Desde que nos levantamos en la mañana, hasta el enorme regalo que es el sueño, estamos recibiendo regalos: el aire que respiramos, el agua que refresca nuestros cuerpos y nos posibilita la vida, el aroma y el sabor del café, los primeros saludos, los alimentos que desayunamos y que renuevan nuestra vida, las demás personas con las que nos encontramos, la ropa que nos ponemos… ¿Te has puesto a pensar alguna vez en todas las personas que te ofrecieron sus manos, sus esfuerzos y su trabajo para que puedas tomar un cafecito o ponerte, aunque lo hagas inconscientemente y tal vez con la cara todavía amodorrada de sueño, el pantalón, el vestido o la camisa? Todo, ciertamente, es un regalo. De ahí la necesidad de recuperar la capacidad de asombro y empezar a admirar y agradecer todo lo que somos y todo lo que recibimos. Por ello, empieza a valorar todo lo que eres y tienes, todo lo que recibes continuamente y muéstrate agradecido. La gratitud es un sentimiento que nos eleva el corazón.
En las clases de biología o ciencias naturales, debimos memorizar los nombres de los músculos y huesos, las partes del ojo, el funcionamiento del aparato circulatorio o respiratorio. Pero no fueron capaces de despertar el asombro ante el increíble milagro de la existencia y de la vida, que depende de miles de sistemas muy complicados y complejos. Nuestro cuerpo, cada uno de nuestros cuerpos, sin importar sus medidas, ni si somos gordos o flacos, altos o bajos, si tenemos la nariz torcida o recta, ancha o larga, si somos catires, morenos, de cabellos rizados o frentones y calvos, es la más extraordinaria obra maestra, una máquina maravillosa, precisa y eficiente.
Nos dieron la vida, sin pedirla ni merecerla, pero no nos la dieron hecha. Nos toca a nosotros vivir nuestras vidas de un modo responsable y consciente, para desarrollar todos nuestros talentos y alcanzar la cumbre de nuestras potencialidades. Los seres humanos siempre somos seres inacabados, proyectos inconclusos, que estamos en posibilidad de cambiar, de crecer, de ser cada vez más amables, más creativos, más serviciales. Hace unos años, el filósofo francés Roger Garaudy escribía que lo más terrible que le puede pasar a una persona es “sentirse acabada”, no entender que siempre tiene la posibilidad de reinventarse, de mejorar, de vivir más profunda y plenamente. Cada día se nos ofrece como una oportunidad para servir, para crear vida, para amar.
Lamentablemente, hoy son muy pocos los que se plantean cómo vivir y todavía son menos los que saben hacerlo. La mayoría camina por la vida sin saber a dónde va, sin entender que el fracaso o el éxito no dependen de agentes externos, sino de sus propias decisiones.
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@antonioperezesclarin
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