19 de septiembre de 2024 1:20 PM

Ricardo Gil Otaiza: La poética de María Pilar Cavero

El 27 de agosto de 2023 publiqué en El Universal el ensayo titulado Poemas de la esencialidad, en el que me referí al poemario Caricias y cantares de María Pilar Cavero (Huesca, 1941). Hoy regreso con esta extraordinaria poeta, con esta magnífica poeta y lo hago con un hermoso libro titulado Policromía (Sial / Fugger Poesía, 2014) con Prólogo de Luis Farnox, que mi buena amiga tuvo la gentileza de remitirme (esta vez en físico) a mi casillero, junto con otros de sus libros: Brisas y briznas (Sial / Fugger Poesía, 2011), Pétalos de plata (Sial / Fugger Poesía, 2013), Orosia (Sial / Narrativa, 2015) y Se nos fue con sus rosas (Sial / Fugger Poesía, 2016).

Es Cavero poeta de lo vital; nada escapa a su tarea forjadora de belleza con la palabra: todo es válido cuando la existencia se cuela con cada rendija y nos presenta un mundo diverso, que fluye y palpita, que se abre paso y nos cuenta mil cosas que, conocemos e intuimos, pero que se desvanecen con el ir y venir de la cotidianidad hasta hacerse parte y todo del paisaje, y ella lo sabe, y está consciente de su labor desveladora, de su poder que logra transmutar la realidad en portentosa imagen literaria: tomemos, pues, un fragmento del poema Palabras: “Me gustan: / las palabras precisas, / las palabras brujas, / las palabras enlazadas, / la ternura / de una palabra, / los poemas, / el papel, / un lápiz gastado, / la hermandad, / el cantar, / el silencio.”

Para Cavero las palabras son arquitectura del pensamiento, de allí el poderío de su obra, que se abre paso con enorme dignidad en medio del bululú de mercaderías llamadas libros, que no dan tregua a lo banal: y los relativizan, los erigen en polvo, los convierten en meros objetos de intercambio crematístico. En contraposición, la autora nos trae poesía; pero no cualquier poesía, sino esencia de la palabra: súmmum de una larga existencia trajinada en hechos y circunstancias que han dejado heridas, pero también disfrute y palabras; leámosla en Del silencio: “Antes buscaba imágenes, /ahora busco palabras: / ¡Cuánto placer encierran! / ¡Cuánto dolor! / ¡Cuánta Belleza! / ¡Cuánta plenitud / y cuánta decadencia! / ¡Cuánta sabiduría / y cuánta vaciedad!”

Como buena poeta (que no “poetisa”: a ambos no nos gusta el vocablo), Cavero sabe de silencios, porque cada verso y frase no son mero continuum, sino pequeños hiatos que hacen de cada palabra esencia y hondura. Leámosla en El silencio: “También se puede hablar / con el silencio. // ¿Alguien contó las palabras /que tiene una mirada? // ¿Las sílabas que enlaza / una sonrisa?” La poesía es mirar hacia el interior, es sumergirse en el antes y después de lo vivido; es buscar (a veces sin suerte) el reencuentro con nuestro “yo” más profundo, que pide desde siempre que le demos una “voz”.

La poeta le confiere voz a la emoción con la palabra, y desde esa atalaya hace de la inspiración poética un gozo que nos mueve, que nos lleva a estadios superiores y nos empuja a ir más allá de lo esperado para hacer del verso un “algo” que sentimos desde nuestra interioridad, pero que se pierde en nosotros al consustanciarse con nuestra propia esencia finita: “De fuera a dentro / nos conduce la vida, /de dentro a fuera / pugnamos por vivir.”, nos lo recuerda en el poema Vivir.

La palabra poética de Cavero nos invita a la reflexión filosófica: su hondura busca el salto hacia lo inefable y no se contenta con lo estético; ella sabe que poetizar es ver aquello que no solemos ver, que nos negamos a aceptar; es voltear la mirada complaciente y así atisbar el envés de todo: “Pensaba cuando era niña / que la ancianidad dolía. / Ahora me voy dando cuenta / que lo que de verdad duele / es la juventud perdida…”, nos dice en su poema Cuando niña. La poesía es gozo y es dolor, es conjeturar en torno de lo vivido, es sentir el presente y hacer de él una pausa que nos impele a sentir en profundidad, a reconocernos parte del ahora, a recoger los pasos e ir tras la búsqueda de nuestro destino.

La autora busca hacer de las palabras instrumentos que evidencien la diversidad de colores y matices que traslucen; hacer de lo chato de la existencia la posibilidad cierta de un mundo pleno, en el que sean factibles los enormes claroscuros que nos habitan y que ensombrecen la experiencia. Esa policromía solo es admisible desde la magia de la palabra hecha poesía, no en vano la poeta nos dice en Ramillete: “Ramo de primavera / en verde, rojo y blanco, / sencillo y oloroso, / alegre y confiado, / repleto de esperanza, / de azucenas y rosas.” Luego, en el poema Las plantas, agrega contundente: “Mi geranio ha enfermado / de tanto florecer. / ¡Cuánta generosidad / en una humilde planta!”

Cavero cuenta y canta, y en ese peregrinar zigzagueante trae consigo la vida: recuerdos y anhelos, pasado y presente; nada escapa a su lupa escrutadora de la existencia, que va y viene y en su mecerse deja huellas profundas. Dejemos que en Ternura (La leche) aflore su propia intimidad: “La leche que me diste, / madre, / brotó del sufrimiento. // Esa leche, / nacida del pozo del dolor, / del miedo y del recuerdo, / manó dulce y nutricia / de tus jóvenes pechos. / Manantiales de vida / que calmaron tus ansias / y las mías. // La leche que me diste, / madre, / fue una ofrenda de amor.”

En María Pilar Cavero la palabra es policromía en perfecta recursividad. ¿Qué duda cabe?

rigilo99@gmail.com

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