Me envió Gloria Nistal su libro Soñando ceibas (Pigmalión, 2023), que reúne a su vez cuatro tomos: Visitando de mil maneras el reino del amor; Lo difícil es entender; Vivir, mientras tanto, soñando ceibas, y Tierra y paz: todos en el género poético. Ah, me olvidaba, el volumen lo abre un A modo de pórtico o declaración de intenciones. Confieso que cuando el libro me llegó, me internaba en el universo literario de Murakami, pero me bastó la lectura al azar de algunos de los poemas de esta autora madrileña, para cambiar de planes. Gloria y yo no nos conocemos personalmente, pero nos seguimos por WhatsApp, y en algún momento formamos parte de un malogrado grupo por esta misma plataforma. Para mi sorpresa, hallé su libro en mi buzón la semana pasada y lo he disfrutado enormemente; diré por qué.
En sus páginas fluye la autora con una nitidez rutilante: hay imágenes, recuerdos, asombros, sueños, desencantos, alegrías, tristezas, perplejidades, pasión vital, fuerza interior, energía ancestral, brillo intelectual, cultura y belleza lingüística. Cada poema del conjunto es un reto para el lector; nada está puesto al alzar, todo cumple un objetivo: llegar e impactar. Leamos este fragmento del primer libro: “Ahora nada es ya de ti / y nada es de las cosas tuyas / y nada es incluso de la nada, / porque tú y yo desaparecimos / en aquel íntimo vuelo. / Y ahora todo es olvido.” La poeta cincela la vida en cada página, como si el tiempo se eternizara en la palabra; como si lo contado fuera parte de una noria existencial que nos conduce por inesperadas veredas, para dejarnos acezantes, marcados en lo profundo, horadados hasta hacer de nosotros totalidad y esencia.
Nistal le canta a la vida en su diversidad: su propia existencia ha sido un permanente peregrinar por los caminos del mundo. Sin duda, es mucho lo que ha visto y sentido, y esa totalidad congregada en el Ser busca su expresión en cada verso, y en ellos confluyen experiencia y sensibilidad. Ella no ha sido una viajera pasiva, todo lo contrario: cada imagen poética denota la absorción voraz de todo lo que su trashumancia le entrega, y en una suerte de sutil desvarío hilvana tiempo y espacio: de cuya amalgama damos fe quienes nos acercamos a sus textos: “Yo ahora me escondo, / me alimento de oxígeno y de tierra fresca, / pero volveré / a mezclar sudores y deseos / en la jungla tórrida del corazón.”
La literatura de denuncia nunca ha tenido buena prensa, y en algunas oportunidades se la ha confundido con el subgénero panfletario, de allí que los autores rehuyamos frente a sus veleidades y conjuros. Empero, cuando se echa mano de la denuncia como parte de un “corpus” bien trabajado y mejor concebido, es una herramienta portentosa, que hace de sus trazos sentimiento y hondura. No quiero decir con esto que la obra de Nistal lo sea, o que esté dentro de sus propósitos convertirse en la voz de los que no la tienen, pero en su segundo libro no elude ciertas aristas percibidas en el largo caminar, para mostrar la evidencia, para gritarle al mundo lo errado de muchas cuestiones que para algunos son indiferencia: “Aunque no lo quiera / pertenezco a esta especie / hecha de la materia de los sueños / y la ignominia, / que ejerce la tortura y delata / a los artífices de lo pequeño, / siempre ausentes de las causas honorables. // Aunque no lo elegí / llevo el ADN de esta raza, / que habla mucho / y escucha poco, / que vierte su discurso de odio / en el interior de las balas / preparadas para matar reputaciones / con metáforas furiosas.”
Poetizar no es solo un ejercicio creativo o exclusivo de la imaginación: lleva en sus entrañas lecturas y cultura, reflexión y análisis, exégesis e interiorización de lo vivido, de allí que Nistal eche mano del portento de lo aprendido, de la riqueza interior acumulada y sentida como propia en cada viaje, y que de su resultante nazca una expresión compleja, profundamente imbricada con los mundos hechos suyos, y poder así plasmar en sus poemas expresiones que den fe de lo que la habita como espíritu y forma. Pero es imposible alcanzar la completitud como mixtura de lo vivido, y no en vano grita al mundo en su tercer libro: “No podré retener tanto recuerdo / en mi retina apresurada, / ni transmitir una vida tan avara de emociones.”
Sin embargo, ella sabe que la poesía es salvífica, ningún otro género es y será memoria y olvido, nada de lo que pueda plasmar la poeta caerá en el vacío sin que antes no haya producido alguna resonancia: un eco lejano que vuelca una mirada, una voz que clama por la paz en muchos territorios, la mirada lastimera frente al que sufre, las manos que sanan las heridas, el eco de un “algo” que por inmaterial no deja de ser anhelado, y es así que en su cuarto libro enuncia: “Un hombre puede seguir luchando / contra viento y marea, / contra las injusticias flagrantes de la guerra. / Con voz de adulto y alma de niño, / puede seguir transmitiendo ilusión y esperanza / porque las utopías están ahí / para intentar rozarlas con los dedos.”
No yerra la poeta: el verso es inmaterial y etéreo; es luz y sombra; es artefacto incandescente, que en sus fogonazos y destellos trae consigo vislumbres del remoto paraíso en medio del peor de los tormentos: la pérdida de la esperanza. Gloria Nistal lo sabe, y con extrema belleza canta a la vida y se hace así embajadora de lo mejor que llevamos dentro: las ansias de libertad.
rigilo99@gmail.com
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