Curiosamente, expoliación es un término utilizado por unos pocos en referencia a la situación venezolana actual. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) lo define como: “Acción y efecto de expoliar”, y expoliar, como: “Despojar algo o a alguien con violencia o con iniquidad”.
Es lo que estamos presenciando con la confiscación de las instalaciones de El Nacional por Diosdado Cabello, amparado en una decisión hecha a la medida por un tribunal abyecto y escoltado por las armas de la Guardia Nacional. Resume la naturaleza del régimen que instaló el chavismo.
La expoliación es una práctica del más fuerte. En épocas primitivas, era el premio a la conquista. Quien sometiera territorios ajenos se apropiaba de los bienes, esclavos y demás pertenencias de sus pobladores. Este botín se repartía, también, entre la tropa victoriosa. En absoluto se respetaban normas, tradiciones o arreglos existentes del pueblo conquistado. La ley de la fuerza se imponía a la fuerza de cualquier ley. Atila el Huno, Genghis Khan y los vikingos son sus exponentes más emblemáticos.
Pero con Chávez, ocurrió al revés que con estos precursores. Se encontró un orden establecido, con normas y mecanismos que impedían el despojo de cualquier riqueza y que lo obligaban a rendir cuentas, con transparencia, de su gestión de los bienes públicos. Las FAN y el Poder Judicial eran guardianes de este orden. Para transformar su victoria electoral en conquista, tenía que desmantelar la institucionalidad que garantizaba derechos por igual a todos los venezolanos. Invocando a Bolívar se propuso “refundar la Patria”, usurpada –según él– por la “oligarquía que se había apoderado del país desde la independencia”, para centralizar el poder en sus manos y romper las ataduras que le impedían dar rienda suelta a sus impulsos. Luego, de la mano de Fidel Castro, introdujo el “socialismo del siglo XXI”, pretexto para desconocer el orden legal existente –por “burgués”—y someter las actividades económicas del sector privado a sus apetencias, todo con el apoyo de buena parte de la población, galvanizada por su retórica justiciera. Culminó su conquista corrompiendo a la cúpula de las FAN y al Poder Judicial, haciendo de ellos cómplices del régimen de expoliación que imponía. Cual jefe de un ejército de ocupación, hizo que privara en Venezuela el arbitrio del más fuerte. Pero se cuidó de compartir parte del botín con sus seguidores.
Chávez logró imponer el régimen de expoliación con vaselina, pues tenía a la mano un enorme caudal de recursos provenientes de la renta captada por la venta del crudo en los mercados internacionales, sobre el cual dispuso a discreción, alegando que, “ahora el petróleo es nuestro”. De forma que lo que hacía –en sus palabras—era devolverle al pueblo lo que le pertenecía, eso sí, sin rendir cuentas ni supervisión alguna de sus manejos y reservándose el papel de “pueblo” sólo a sus seguidores.
Y así, con sobreprecios y comisiones en las procuras, transacciones ficticias, confiscación de empresas contratistas, “contrabando de extracción” de gasolina y apoderamiento de los dólares de la exportación petrolera con empresas del maletín, fueron vaciando a PdVSA de sus capacidades productivas. De unos tres millones de barriles de petróleo que producía al día junto con las empresas transnacionales, extrae, hoy, menos de 500 mil., Una vez considerada la empresa petrolera estatal mejor administrada, de PdVSA quedan, hoy, sólo despojos. Y las reservas internacionales que, con el barril de petróleo vendiéndose a más de 100$ el barril, superaban los 40 millardos de dólares para finales de 2008, apenas exceden los 6 millardos.
Cual metástasis, la práctica de la expoliación se fue extendiendo por toda la economía. Al lado de las extorsiones de Guardias Nacionales y policías a transportistas, comerciantes y viajeros en ciudades, alcabalas, fronteras, puertos y aeropuertos, se unieron exacciones a cargo de funcionarios a cargo de trámites y autorizaciones, la “vacuna” de colectivos a cambio de “protección” y el saqueo abierto de recursos de la nación, fuesen el oro y el coltán de Guayana, gasolina, cables de cobre, chatarra, lo que fuese. Estas prácticas parasitarias fueron matando al huésped, en este caso, la nación venezolana. Con base en estimaciones del FMI, la economía del país terminará siendo, para finales de 2021, menor a una cuarta parte de cuando Maduro asumió la presidencia. Al encogerse tan drásticamente el botín y al acentuarse la vigilancia de la comunidad internacional sobre tantos desafueros, los capos tuvieron que aguzar su ingenio para que no mermara la magnitud de sus despojos.
Y Cabello mostró ser uno de los más aventajados en aprovechar las oportunidades que deparaba el desmantelamiento del orden legal. En su atropello a El Nacional, además de la barrabasada de acusarlo por reproducir lo que otros habían publicado anteriormente –basado en revelaciones de quien fuera su guardaespaldas, Leasmy Salazar–, se inventó una contabilidad fantástica para indexar la compensación por el “agravio sufrido” a una moneda inventada, el Petro, que no es aceptada como tal en ningún lado. Es como si fabricáramos un daño para exigir un pago en desagravio de, digamos, diez dólares. Ideamos, luego, una moneda, el Marte, “respaldada” (¡!) por el oro existente en el planeta Marte. Afirmamos que los diez dólares son equivalentes a veinte “martes”. Al obtener, con el cohecho de rigor, que se nos falle a favor nuestro, esperaríamos el tiempo suficiente para, con nuestra contabilidad milagrosa, revalorizar el “marte”. Ahora, cada uno equivaldría 20.000 dólares y nuestro “agraviante” nos debe 400.000 dólares. Basándonos en semejante artimaña, ¿son un agravio las aseveraciones de Salazar?
Pero no siempre la conquista de un territorio llevó, como norma, a la expoliación. Uno de los más grandes conquistadores de todos los tiempos, Alejandro Magno, luego de derrotar al emperador Darío, se casó con una de sus hijas y un lugarteniente suyo con otra, para ganarse la confianza de los persas. El normando, Guillermo, apodado El Conquistador, no destruyó a Inglaterra. La convirtió en asiento de una dinastía que incluyó figuras tan emblemáticas del patriotismo inglés como Ricardo “Corazón de León”. La historia enseña, empero, que mientras más primitivo fuese quien se impusiese por la fuerza, mayor habría sido su propensión para saquear. Es poco probable que una tribu de cavernícolas hubiese respetado las pertenencias, derechos o aún las vidas, de una tribu rival que hubiesen sometido.
Y, en esto, debemos reconocerle a Diosdado Cabello la sinceridad con que se proyecta a sí mismo. Escogió para su presentación televisiva el lema, “con el mazo dando” y, como símbolo, un mazo que hubiera envidiado Trucutú. Y, sin empacho alguno, profirió, al producirse el embargo judicial contra El Nacional, “nosotros venceremos”, cual conquistador de la antigüedad. Nada mejor para representar el oscurantismo con que pretende acallar a un medio que siempre se ha mantenido crítico. Sin embargo, semejante troglodita se queja, cual gentleman inglés, ¡alegando que su “honor ha sido mancillado”!
Creo que, en su afán de sinceridad, a Cabello lo perjudicó su escasa cultura histórica. Mejor hubiera sido escoger como símbolo un haz de varas cortas atadas, con una daga en el medio. En salvaguardia de su honor, podría exigir que se dirigieran a él como “Duce”. Incluso se le parece.