“Viva la muerte”: frase atribuida al general mutilado José Millan-Astray, cojo, manco y tuerto, en el recinto de la Universidad de Salamanca el día de la hispanidad de 1936 y frente a su rector don Miguel de Unamuno.
En ese mismo templo del saber y la enseñanza el creador de la Legión Española -cuyo himno es la marcha: El novio de la Muerte-, gritó a brazo alzado: “Mueran los intelectuales”.
Alejandro Amenabar en su film: Mientras dure la guerra (2018) recrea el agrio pasaje que Unamuno tuvo que tragar, frente a un auditorio infectado de falangistas e incipientes franquistas, y junto a la inmutable doña Carmen Polo de Franco, el catalán obispo Enric Pla i Daniel y el adulador poeta de la dictadura, José María Pemán. La memorable respuesta de Unamuno, registrada por Luis Portillo, no se hizo esperar:
“Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España”
El periodista Emilio Salcedo (1929-1992) presente en el acto, sin embargo, apunta otras palabras parecidas: «Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición».
Pero coinciden ambos relatos que en medio de la arenga académica del rector, Milla-Astray perdió el control y se alzó coreando el grito de «¡Mueran los intelectuales!» y «¡Viva la muerte!».
El encuentro entre la Academia y el mundo militar no suele concordar. Todo lo contrario. Son extremos que jamás se tocan. La intolerancia militar no combina con la lógica de la razón pura y menos con la razón crítica. La Academia dialoga platónicamente. La militar: orden y obediencia. La banalidad del mal no razona, interpretando a Hannah Arent. La fuerza bruta es bruta por violenta y oscura.
Unamuno siempre fue un intelectual incómodo al poder con todo y su “sentido trágico de la vida” que no es más que el sentido trágico de España. Agónico cátolico, después de vivir el exilio con Primo de Rivera, tornar con la República, retomar el rectorado de Salamanca, ser destituido por la República de Azaña, reasignado en los primeros días del Alzamiento a su cargo académico y por último vuelto a cesar por el propio Franco, con arresto domiciliario, muere solo, derrotado, apretado de tristeza, el último día del año 36.
La historia ni se repite ni se imita, pero los protagonistas de ellas se clonan como arquetipos de melodrama decimonónico donde “el traidor” se destaca por encima del “héroe”, “el justiciero”, “la doncella”, “la malvada” y “el gracioso” de la corte… el bufón.
El triunfo de la brutalidad sobre el intelecto en estos días aciagos de democracia, me hicieron recordar los que vivió el, también, filósofo académico Unamuno con el desgraciadamente recordado africanista general mutilado.
javiervidalpradas@gmail.com
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