Hay un episodio que se considera crucial en la vida Nietszche: el 13 de enero de 1889, en las calles de Turín, cayó de rodillas ante un caballo que era brutalmente azotado por su cochero, experimentando una especie de revelación acerca de las connotaciones que revestía ese hecho.
La situación pasa inadvertida ante nuestros ojos, contemplada con naturalidad, velada con el manto que pone la cotidianidad a un sinnúmero de prácticas que no cuestionamos porque se han llevado a cabo desde tiempos inmemoriales: pretendemos desconocer el sufrimiento que se esconde en la indumentaria que vestimos a diario, en el alimento que consumimos y, a menudo, en situaciones tan paradójicas como el acudir al zoológico o al circo, concitados precisamente por la simpatía hacia los animales, sin percibir la enorme injusticia en que se incurre al distorsionar lo que es su modo natural de vida y el daño que se les inflige para lograr que se comporten de determinada manera.
Hace no mucho tiempo, alguien ironizó acerca de un post animalista que había colgado en mi Facebook. La persona en cuestión se lamentaba de no haber nacido animal, lo cual le hubiera hecho objeto de preocupación y movilizaciones. Sin desconocer el tono jocoso de su observación, está claro que en el comentario subyacía la acusación de que los esfuerzos deberían estar dirigidos a proteger a grupos humanos vulnerables, en lugar de a otras especies.
No son cosas mutuamente excluyentes: así como hay personas y organizaciones abocadas a realizar una solidaria labor en pro de sus congéneres, se justifica que exista un colectivo preocupado por la causa animalista debido a diferentes razones: en primer lugar, la lucha por el respeto a los derechos de los animales es relativamente reciente, con lo cual hay mucho menos personas involucradas en esta tarea, pero más aún: hay mucho menos personas al tanto de cuál es la situación real. En segundo lugar, se trata de la voz de los que no tienen voz: se trata de defender a quienes no pueden hacerlo por sí mismos.
En tercer lugar, se trata de una causa relacionada directamente con el ser humano, con su entorno, con su posicionamiento respecto a al lugar que ocupa en el planeta y a otros seres vivos; pero finalmente se trata de una causa en la que todos podemos incidir de manera palpable e inmediata.
“Earthlings” , el laureado documental de Shaun Monson y Persia White, subraya el hecho de que terrícolas somos todos los que vivimos sobre el planeta Tierra, humanos o no. La explotación de unas especies por parte de otra no puede ser vista más que como un acto de dominación y abuso, que hasta hace poco no había sido cuestionada. Estoy segura de que muchos actuábamos así porque no éramos conscientes de lo que sucedía, y de que, una vez abiertos los ojos, no es posible permanecer impasible.
En contra de la convicción que tradicionalmente ha prevalecido acerca de la supuesta “insensibilidad” de los animales, trece prestigiosos neurocientíficos suscribieron en la Universidad de Cambridge, el 7 de julio de 2012, en presencia de Stephen Hawking, un manifiesto afirmando la existencia de «conciencia» en diversos animales no humanos: «Decidimos llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es científico. Es obvio para todos en este salón que los animales tienen conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo. No es obvio para el resto del mundo occidental ni el Lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad.» (Philip Low).
En esta línea, el blog es una expresión más del esfuerzo que se adelanta por denunciar e impedir abusos en contra de los animales no humanos, pero sobre todo, por concientizar a la sociedad respecto a lo que está sucediendo ante sus ojos y pasa, sin embargo, inadvertido. Parabienes y que cumpla muchos más.
linda.dambrosiom@gmail.com
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