22 de noviembre de 2024 4:51 PM

Carlos Raúl Hernández: Las voces del silencio

-Un político citó hace muchos años una frase que atribuyen a Voltaire sin nunca haberla dicho ni escrito: “quien no cambia de opinión es un imbécil”. Cambiar de opinión es un hecho normal, como equivocarse, pero quien es responsable de dirigir a otros y se equivoca invariable, sistemáticamente, también es un imbécil. Se coloca fuera de juego, arrastra al fracaso a sus seguidores y a los países que tienen el mal tino de seguirlo. Hay otro arquetipo standard responsable de las pifias, pero más cauto, porque incinera poco a poco, como leña. Es la versión política de Harper Bazar, Elle, Hola, Manequim: si Ud. ojea al sujeto, conocerá el atolondramiento de moda, también el que va de salida y lo que viene la próxima temporada. Son surfistas a la caza de la ola gigante para montarse en ella forever, terminan tragando agua salada y arena y recogen su tabla para la siguiente, con las mismas expectativas. Se cuidan, y de cuidado en cuidado, pactaron o hicieron silencio ante las hordas destructivas del país durante tres décadas y media. Luego callaron cuando dilapidan los triunfos, entre ellos 2015 y destruyeron la fuerza opositora. Siempre militantes de la simpleza up to day, fueron incapaces de decir NO en voz alta y son parte orgánica del problema.

-Cuando los irresponsables solicitaron a la banca internacional cerrarle el grifo a Venezuela, clamaban por una guerra civil, y luego se apropian ilegítimamente del dinero del país, carecieron de redaños para plantarse en contra y callaron. Los veías en la plaza irreconocibles, disfrazados de ardillas o de apamates y de vez en cuando decían “hola presidente Guaidó”. Contribuyeron a que tuvieron bulla (solo bulla) desde el paro petrolero hasta la presidencia interina, pasando por “la salida” y en vez de confrontar la algazara suicida, escondieron la lengua, se hicieron los finlandeses y cuando mucho, matizaron: no pero si. En los días del relajo revocatorio 16/17, asistí con otros invitados a la reunión de la DN de un partido opositor que quería oír nuestras opiniones. Luego del debate alguien dijo que parecía haber consenso para apoyar el RR. Apenado con los anfitriones, usé un derecho de palabra para subrayar que este servidor no apoyaba tal “consenso” porque sería un fracaso. Conciben la política como voces del silencio, los tibios, pasar agachados, identificarse con la turba, permitieron que el disparate se impusiera y se comiera todo. Por eso hoy el gobierno actúa con desparpajo ante la oposición, lo que no era posible en 2016; Maduro asistió a la Asamblea y en 2019 buscó conversaciones con los cabecillas.

-La lucha contra el gobierno sigue siendo yerma lorquiana, odio y torpeza. Dicen que “hablar de un sucesor es traición” o que el gobernador de Barinas es un agente del gobierno. Los disfrazados de ardilla se delatan porque dejan deposiciones de sus hermenéuticas, para quien tenga suficiente ocio disponible. Hay una necesidad imperiosa de construir una fuerza de cambio con nuevo paradigma y el equilibrio que no consiste en ser dinamitero ni baboso, no hacer discursos incendiarios, pero tampoco elaborados en colegios de monjas. Dicen que para la política hay que tener mala memoria y se comprende, pero no cabe ser aquel personaje de Cristofer Nolan en Memento, afectado de amnesia por un golpe recibido cuando defendía a su mujer de un intento de asesinato. Al levantarse no recordaba ni siquiera lo hecho el día anterior y para sobrevivir se valía de una cámara instantánea, anotaciones en papelitos y en su cuerpo. Recordar puede ser el peor enemigo o el mejor amigo si se sabe administrar y la relación entre memoria y olvido toca la filosofía, la política, el arte y el devenir. Varios autores trascendentales disertan sobre la sobrevivencia del pasado y cómo hay quienes no pueden dejarlo atrás.

– Para Heidegger el olvido es arena movediza, succiona al recuerdo y “lo que cae en el olvido…jala lo olvidado hacia más olvido”. Nietzsche escribe “cuanto más lejos vaya, cuanto más rápido corra, esa cadena (el recuerdo) siempre lo acompaña…en un instante aparece y desaparece… como un fantasma para turbar la calma de un presente próximo”. En la analepsis, metaforizada por Borges en “Funes el memorioso”, los recuerdos no nos dejan avanzar ni vivir. Como en casi todo, la existencia es contradicción, anhelamos olvidar, pero tememos desaparecer en el olvido y esa es una de las razones de la acción política. El timo está en el centro del pecho, y en la Ilíada emana las fuerzas para luchar y amar, la autoestima que necesita reconocimiento, que sepan quién eres. Para Heidegger, memoria, significaría estar concentrado, apegado a algo que ocurrió, se resiste a desaparecer e induce lo que puede venir y aplica a la política. Erraste y volviste a errar, eso no lo olvides porque afectó tu vida actual, te hizo fracasar y si lo repites comprometerá también el futuro. Las tres dimensiones, pasado y futuro se articulan en el presente.

-No hay determinismo porque si usas el entendimiento, sabrás que debes cambiar de paradigma, pero si no lo haces es porque no te alcanza, ni tampoco la voluntad para rectificar y mantener tus objetivos, por lo menos para pretender la conducción, lo que nos ha ocurrido en un cuarto siglo. La relación entre memoria y olvido debe ser funcional. Drama de la existencia es quedarse preso en el pasado, lo que los científicos llaman hipertimesia, de la que hay en el mundo 60 casos. Gente que no puede olvidar ningún detalle vivido, -Funes-, su mundo pretérito, incapaces para colocarse en el presente y no repetir los errores. He visto profesores que dan clases a los muchachos con las mismas fichas amarillentas que les he visto a lo largo de veinte años. Una traición a la memoria funcional es el autoencubrimiento suicida: “hicimos todo lo que pudimos”, o “solos no podemos”, para justificar fracasos inexcusables por torpeza y aferramiento tenaz a lo inconducente. Perder la partida teniendo los ases en la mano, es lo más triste en la genealogía de los fracasos.

-Un muy prescindible libro de André Gorz, Historia y enajenación, datado de la época cuando me atiborré de marxismo hasta que me salía por las narices, lo que me permitió entender muy bien su vaciedad, tiene un capítulo interesante titulado “Se hace lo que se puede”. Reprende a los revolucionarios que declaran eso, para él mezcla de miedo e incapacidad. Jrushchov tuvo en sus manos cambiar la historia y convertirse en jefe cuando tuvo ante sí la posibilidad de denunciar los crímenes de Stalin, como esperaban que hiciera una parte de los 1400 delegados al XX Congreso del Partido Comunista de la URSS. De no hacerlo habría triunfado el sector estalinista y la historia sería otra. Mao acusó a Jrushchov de “alacrán”, traidor a la causa, acercamiento con el enemigo, el eterno retorno).

-Fidel Castro y cien más se embarcaron en barco viejo llamado “Abuela”, lo que consagra su genialidad política (luego nos enteraremos de que era también un criminal) Gramsci escribió que llegar al poder implicaba pasar dos pruebas de fuego: la primera, ser opción creíble, juntar los recursos materiales, políticos y organizativos para imponerse sobre las fuerzas adversas. Luego de serlo, ganar la batalla final. Conozco varios que superaron la primera, pero no pudieron con la segunda, pese a tener todo (o casi todo) lo requerido. Pocos superan las dos y culminan. La gente se burlaba de que un gobernador del lejano y pequeñito Arkansas tuviera pretensiones de ser presidente de EE. UU. Salvó incontables precipicios, fue candidato, y luego presidente contra todas las fuerzas desatadas. Fue el mejor del país en el siglo XX y lo que va de éste. Midió escrupulosamente los pasos y ganó sin decir “solo no puedo”, ni acusar de traidor a quien no estuviera con él.

@CarlosRaulHer

El Universal

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