23 de noviembre de 2024 9:50 PM

Earle Herrera: Al beato con humor

Earle Herrera

Dios no ha librado a los humoristas de la tentación de meterse con los santos y la limosna. El humor es el amor con “h” silente, pero amor al fin. Todo lo reverencial le resulta irresistible. Descorrer velos eleva su placer hasta el éxtasis. Algunos santos se prestan más a la guasa que otros. Debe ser por cierta superstición de los fabricantes de risas. O por temor. A unos ni los tocan y a otros los tienen a monte.

Las artes venezolanas son rezanderas, medio beatas. Salvador Garmendia casi paró en la cárcel por pararse del confesionario en trance masturbatorio. Es raro el comunista que aquí no haya hecho la primera comunión, en un país de comadres y compadres ateos. Nadie imaginó que el señor que a la gente de El Tigre la volvió ficción en Oficina Número 1, también la metiera en las enaguas de santas de postín en Las Celestiales. Miguel Otero Silva entró al reino de los cielos desde las pailas del humor.

Con la beatificación de José Gregorio, no sabemos si el Siervo de Dios se nos acerca o se nos aleja más. El humor venezolano ha sido condescendiente con el hijo de Isnotú, así en la prosa como en el verso. A lo mejor por algo de solidaridad, ante lo difícil, largo y tedioso que le ha resultado al médico de los pobres su ascenso en el escalafón celestial. Si los que deciden esos sacros asuntos se la ponían tan difícil, no era justo que también los humoristas se le afincaran.

Ya el pintor Jacobo Borges, en un afiche, había puesto la imagen de José Gregorio al servicio de la candidatura presidencial de José Vicente (entre José te veas). Los adecos respondieron con otra herejía: colocaron una ametralladora en manos del santo de espalda. Antes, Miguel Otero Silva intentó desacralizar al futuro beato y lo elevó al profano altar de Las Celestiales, su libro humorístico censurado, tanto por sus eróticos versos herejes, como por las libidógenas caricaturas de Zapata.

Todo esto empedró el camino de José Gregorio al reino de los cielos. Beatificado, ahora unos confianzudos periodistas lo llaman “Goyo”, como si hubieran jugado picha con el arrollado de La Pastora. Son los mismos atrevidos cronistas que le pusieron “Vallita” a la patrona de Oriente y “Chinita” a la de los zulianos. Afortunadamente, esas lisuras ya no alcanzan a Goyo, perdón, al santo galeno.

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