22 de noviembre de 2024 12:23 PM

Ricardo Gil Otaiza: Leer

He venido hablando de los escritores, lectores y editores, pero hoy debo referirme a la lectura como un proceso generador de contenidos: que activa en las personas las sinapsis neuronales, azuza el intelecto y la creatividad y nos lleva por fascinantes mundos de ensueños, en los que se borra nuestra condición finita para hacer de nosotros seres que trascendemos el ahora, que miramos más allá de nuestras propias circunstancias, y nos empinamos sobre la realidad para otear el horizonte e intentar alcanzarlo. Y, si bien es cierto, que seremos la liebre tras la zanahoria (en la existencia todo es así), no hay otra manera de avanzar, ni de conquistar nuevos espacios, ni de hacernos de la vida que hemos soñado.

Leer es una actividad muy compleja, porque requiere de nosotros muchas variables que no siempre tenemos a la disposición: tiempo, disciplina, empeño y, sobre todo: pasión por los libros; sin esta última condición no hay posibilidad alguna de caminar en su sendero, porque terminamos absorbidos por miles de circunstancias, y vamos supeditando la lectura para un más allá que se prolonga y se extiende en el tiempo, hasta que el impulso inicial se pierde en una serie de excusas reales (¡claro que sí!), pero que atentan contra una actividad que exige mucho de nosotros, que nos impele a estar largas horas concentrados frente a las páginas de los libros reflexionando y tomando notas, cotejando materiales, echando mano de diccionarios y de soportes, que puedan complementar la lectura para cuando hagan su aparición las inefables dudas.

Todas las variables están encadenadas y son interdependientes, pero con respecto al tiempo sabemos cómo van las cosas. Miles de cuestiones exigen de nosotros atención: el trabajo, los estudios, la familia, las relaciones interpersonales, el necesario ocio, la salud, y paremos de contar, pero si no abrimos un espacio en todo este maremagno de elementos que son fundamentales para nosotros, pues jamás podremos pasar de la primera página de un libro y llegará, más temprano que tarde, la frustración de no ver ningún avance, de sentirnos empantanados ante el libro, de saber que es una cima demasiado empinada como para alcanzarla, y a la final el ejemplar terminará arrumado sobre el mueble, o lo pondremos en un librero con la promesa de volver a él cuando haya la oportunidad; y sabemos qué pasará.

Con respecto a la disciplina, hay que decir que no se adquiere de la noche a la mañana, que exige mucho de nosotros e implica dejar de lado otras cuestiones si deseamos que en nuestro interior estén esas ansias de lecturas, que son tan poderosas como el deseo de comer o de dormir (ni más ni menos), y que te empujan a agarrar el libro y avanzar día a día en la lectura. Y, como podrá verse, esa disciplina escapa de lo meramente formal (la hora de lectura) y requiere un paso más: poner empeño; mucha perseverancia para apartarnos del mundo de relaciones e internarnos en las páginas, y así tomar rápidamente el hilo de lo dejado el día anterior, cuestión que no es nada sencilla, por cierto, sobre todo cuando nuestra cabeza está en mil cosas que debemos atender, y esto nos obliga a tener que volver a las páginas anteriores, para retomar la secuencia y enrolarnos de nuevo en esa gran aventura, que nos sacará durante un buen rato del “ahora” o la realidad.

El tiempo adecuado para convertirnos en posesos de la pasión libresca es la niñez y la juventud: nuestro cerebro es elástico y responde con facilidad a las exigencias impuestas por otros (generalmente los padres y los maestros) o asumidas por nosotros mismos: lo ideal sería que ganáramos a los niños y a los jóvenes para la lectura, que no la vean como una obligación, porque sería como un cheque de goma: rebotaría y se perdería la intención. Es tarea pendiente para los padres y maestros hacer de la lectura “algo” fascinante para nuestros muchachos, que sientan que con ella van a ganar muchas cosas, que van a vivir experiencias maravillosas, que podrán recorrer el mundo sin salir de casa; que se toparán con seres fuera de serie que aguardan por su amistad.

Ahora bien, un adulto puede también adquirir la pasión de la lectura: conozco a muchas personas que empezaron “tarde” y lograron hacerse estupendos lectores, y luego comenzaron a escribir y a publicar, y para ellos todo aquello ha sido un verdadero gozo, un nuevo impulso en sus vidas, y ya no pueden comprender su realidad sin la presencia de un libro en tránsito de lectura o por leer, porque es sencillamente algo que escapa de la razón y se interna por los densos territorios del inconsciente.

Y la lectura nos mueve, nos impele a seguir, a abandonarnos frente a la página, a trascender el presente e internarnos en los vastos mundos de la literatura, en sus historias y personajes, en sus realidades de fábula: que creemos a pie juntillas, y nos hacemos sus fieles seguidores y admiradores hasta que alcanzamos el punto final, e incluso más allá, cuando el libro ya ha sido leído y todo aquello nos acompaña durante años como si fuera parte de un equipaje que no queremos soltar, que está en nuestro interior, que se hace parte y todo de nuestro ser: y esos rostros figurados y esas historias inventadas son ya nuestra esencia, y los autores se hacen parte de la familia, porque los asociamos a grandes momentos: al deslumbramiento que sentimos o a la conmoción que nos ahogó en llanto.

rigilo99@gmail.com

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