25 de noviembre de 2024 10:26 AM

Ricardo Gil Otaiza: El mundo

No sé qué pensarán ustedes amigos, pero yo en lo particular no veo nada bien el mundo, navegamos en aguas profundas sin estar conscientes de ello, vamos de aquí a allá sin un norte y sin un sentido, pero hay fuerzas y poderes ocultos que nos van llevando hacia derroteros nada esperanzadores, y no nos percatamos, y hasta les hacemos el juego, al dejarnos arrastrar hacia sus molinos sin que prive de nuestra parte una certeza del ahora, una claridad de intenciones, y esa nadería e inacción de nuestra parte son aprovechadas por “ellos” para ponernos a su servicio, para romper con nuestra realidad, para esclavizarnos, para llevarnos hacia espacios en donde solo prive su voluntad omnímoda y totalizadora de la existencia.

Ay, las ideologías: sí, ¡las ideologías!, nos hacen mucho daño, y son herramientas conceptuales y de transmutación que usan los poderes ocultos y nos empujan a actuar con los ojos cerrados, como si fuéramos marionetas, y en realidad bajo su égida lo somos, porque perdemos nuestra capacidad de asombro y de reacción, y actuamos maquinalmente por inercia, como si fuéramos zombis y descerebrados, y vamos hacia donde esas corrientes nos dicen, y de pronto somos hojas llevadas por las aguas: inermes, dóciles, entregados a un destino fatídico preestablecido y fríamente orquestado por “ideólogos” (generalmente delincuentes) en las sombras, que pretenden medir nuestros pasos, manipularnos hasta en el sueño, y que nuestro actuar y decisiones estén a su entera disposición: fichas de un tablero global que busca hacerse del mundo y de sus circunstancias.

Nada es lo que parece en este complejo panorama mundial: todo responde a una causalidad oculta, de rostro desconocido, pero que tiene, como cabe suponerse, sus máscaras entre los poderes y las instituciones establecidas (incluso: centenarias y milenarias), que han sido lamentablemente fagocitadas en el tiempo, hasta convertirse en portentosos centros de manipulación y de chantaje mental y espiritual, de allí que nos horaden, que nos muevan desde sus aparentes buenas acciones e intenciones, que nos azucen a ser repetidores de sus supuestas verdades, seguidores de sus representantes, cómplices de sus veladas trapacerías, chapucerías y malas acciones, y como borregos los seguimos, sin preguntarnos por un instante: ¿qué hay detrás de lo aparente?, ¿qué los mueve?, ¿a qué responden?, ¿a quiénes esconden?, y ¿qué es lo que buscan de nosotros?

Ni qué dudarlo: buscan hacer de nosotros peones de su perverso juego, fichas dóciles: fáciles de convencer, de mover y de manipular; carnadas de apetitos voraces, simples excusas en medio de un escenario oscuro y nauseabundo, signado por el anhelo de poder por el poder mismo, ávido de tontos útiles que hagan lo que “ellos” dispongan y pasemos a engrosar las filas de apoyadores contumaces, de levantamanos automáticos, de besamanos asquerosos y pervertidos, y que jamás pongamos en duda sus “razones”, ni que las analicemos con cabeza fría, ni que preguntemos qué es esto y qué es lo otro, sino que simplemente actuemos movimos por atavismos, por creencias infundadas, por mecanismos reflejos que no pasan por la conciencia, sino que son meras respuestas de nuestro cerebro reptil.

En este escenario global, no basta con analizar y comprender el porqué de las cosas, sino que tenemos que responder con lucidez y contundencia, enarbolar (verbo desgastado por el uso) la bandera de la dignidad, y para ello se requiere, como paso previo, abrir los ojos, mirar más allá de lo obvio, leer la letra chiquita, lo que está en los márgenes, lo que está a pie de página y que luce insignificante, pero que lleva consigo una carga mortífera: Desde donde se mueven los hilos y nos manejan a su antojo, desde donde se cuecen muchas de las cuestiones que hoy acontecen, y a las que no les encontramos una razón de ser porque yacen en la profundidad, en la oscuridad, y que no son evidenciadas en el mundo aparente y “real”, porque solo vemos la superficie: lo que nos quieren mostrar, de allí su poder y su fuerza porque llegan sin previo aviso, y nos caen encima como un alud y es entonces cuando ya no hay remedio sino el llanto.

En este punto me llegan a la cabeza la figura y la obra del berlinés Stéphane Hessel, pero que en realidad era francés porque vivió desde muy niño en París, y que a sus 93 años lanzó al mundo un angustiante mensaje, traducido en una pequeña obra que revolucionó el mundo: Indignez-vous! (2010): ¡Indignaos! (2011), y que como su título lo anuncia, es un llamado a la rebelión pacífica, a sacudirnos la pereza y la modorra, a ver más allá de lo aparente, a dejar a un lado la indiferencia; en su urgente llamado hay la premura frente a muchas de las circunstancias que para entonces eran reveladoras de un rumbo equivocado, y que hoy siguen vigentes: el maltrato a los inmigrantes y a las minorías étnicas, las desaforadas ansias del mercado, la distracción mediática (que nos lleva a vivir un mundo irreal y prefigurado), y la conculcación de los derechos humanos.

El autor cierra su pequeño libro con un llamado a la no violencia, a la conciliación de las diferentes culturas, y si bien hay pasajes en su libro que hoy podrían resultar controversiales, y que en lo particular encierro entre enormes signos de interrogación y de admiración, me quedo con su alerta tardío (por su edad), pero temprano frente a lo que hoy vivimos.

rigilo99@gmail.com 

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