22 de noviembre de 2024 1:18 AM

José Antonio Gámez E: Algo adicional

“Del mismo modo que, en un entorno de colaboración, los equilibradores obsequian con un plus a los donantes, gravan con un impuesto a los receptores. En un estudio sobre empresas eslovenas liderado por Matej Cerne, se descubrió que los empleados que escondían conocimientos a sus compañeros tenían que esforzarse por generar ideas creativas porque sus compañeros les respondían con la misma moneda, negándose a compartir información con ellos.” (Adam Grant)

La historia de la ciencia y de la investigación es una apasionante saga, que ayuda a conocer en profundidad aspectos claves de la naturaleza humana. No es posible pasar por alto tantas enseñanzas y moralejas que se desprenden de estas historias. De hecho, ayuda también a desmitificar el ambiente científico. Mostrándonos cómo está conformado por personas humanas, muy humanas. Que también pueden sucumbir, en ocasiones, ante sus impulsos o tendencias más básicas.

La necesidad de reconocimiento, es una necesidad humana natural. Podríamos decir que hasta puede considerarse, un derecho. En justicia el que alcanza un logro, merece que le sea reconocido. Luego pueden existir razones de conveniencia o hasta de prudencia que lleven a no aceptar, o no exhibir el reconocimiento públicamente. Sin embargo, saber recibir el reconocimiento y el agradecimiento que conlleva, puede ser un indudable acto de virtud. Como tantas otras realidades, también puede desvirtuarse si se pretende llevar más allá de lo que naturalmente significa.

De esta forma dentro de un sistema receptores, donantes y equilibradores. Que como toda sistematización racional, adolece de muchas carencias. Es posible ver como existen situaciones humanas en las que esa necesidad de reconocimiento supera lo natural, para ubicarse en un plano ficticio. El éxito es siempre una ficción. Por eso cualquier éxito es prematuro. Y cualquier lujo una vulgaridad, a decir de Borges. Estas fantasías nos acechan a todos. Ninguno se encuentra libre de la posibilidad de generar una fantasía sobre sí mismo, que supera la dura realidad y limitación. Es lo que en buena psicología se llama ego.

La fantasía de que podemos solos y llegamos solos, es un defecto amplificado y llevado a su máxima expresión por el romanticismo moderno. En cierta forma la noción actual de genio, se basa en esa idea dislocada de que alguien es capaz de surgir y brillar por sí mismo. Cuando la realidad es que, nos debemos a muchos otros. Casi siempre antes que nada a aquellos que nos han antecedido y a los que debemos esa solidaridad que se denomina tradición. Sin olvidar el respeto y admiración, que merecen tantos contemporáneos. Porque si hemos logrado mirar un poco más allá, es solo por que nos han prestado sus hombros. Casi siempre de gigantes.

“La iniciativa de Jonas Salk de reivindicar todos los méritos solo para él acabó obsesionándole durante el resto de su carrera. Poco después de aquellos hechos puso en marcha el Salk Institute for Biological Studies, donde centenares de investigadores siguen hoy en día esforzándose por sacar adelante la ciencia humanitaria. Pero la productividad de Salk fue menguando —más adelante intentó sin éxito desarrollar una vacuna contra el sida— y fue siempre rehuido por sus colegas.” (Adam Grant)

José Antonio Gámez E.
jagamez@gmail.com
@vida.vibra

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