El pasado miércoles 8 de noviembre se presentó en la Librería El Buscón Lo que queda en el aire, el más reciente libro de Rodolfo Izaguirre, quien estuvo acompañado en el acto por Rafael Arráiz Lucca y Hercilia López.
“Ella ahora es el aire, y permanece en él”, sentenció Izaguirre al referirse a Belén Lobo, quien fuera su esposa durante cinco décadas.
El conocido crítico de cine y escritor expresó: “Escribí con lágrimas este libro que, repito, no es una novela, ni tampoco un ensayo sobre ballet, sino un poema de amor”, explicando que se trataba de una manera de celebrar la dicha de haberse sumergido junto a su esposa “en la portentosa aventura de vivir”.
En esta publicación, que ve la luz de la mano de Gisela Capellin Ediciones, confluyeron el buen hacer de Carolina Arnal, Carmen Verde Arocha y Silvia Beaujon, cada una de ellas en sus respectivas áreas, y particularmente, de Elisa Lerner, quien rubricó el prólogo, y cuya perspectiva reviste especial interés por haber acompañado a Izaguirre desde su más temprana juventud, cuando ambos formaban parte del Grupo Sardio junto a Adriano González León y Luis García Morales.
Y es que, en paralelo con la evolución de este tándem vital, de esta dupla de referencia constituida por Izaguirre y Lobo, corre también la evolución intelectual de un país que transita por las páginas del libro por la voluntad deliberada de su autor, quien escribió la obra para rememorar a su esposa, sí, pero pensando también “en todos los que viven en la pareja que fuimos”.
Me detengo en esta obra no solo en razón de las particularidades que la distinguen, un poco a la manera de una crónica del devenir cultural de nuestro país, sino, fundamentalmente, en atención a su autor.
Este libro viene precedido por muchos otros que ha escrito. Precisamente durante la presentación en España de Obligaciones de la memoria, una recopilación de 123 crónicas publicadas en los diarios El Mundo y El Nacional entre los años 2000 y 2017, Marco Tulio Socorro resumió exitosamente las razones que hacen de Izaguirre un personaje relevante:
“Cuando aquel día, en el París de la postguerra y el existencialismo, Izaguirre se desvió de su camino a La Sorbona, donde se supone que estudiaba Derecho, y se metió en la Cinemateca Francesa para no volver a salir, fue como si eso nos hubiera ocurrido a todos los venezolanos. Ya ven, a mí, en mi remota provincia, me tocó un pedacito de ese encuentro afortunado. A mí y a todos los que a través de la Cinemateca del aire pudimos ver películas que por ninguna otra vía podríamos ver en aquella época. Por eso digo que este hombre practica con gracia y sencillez el verbo desasnar. Lo hace sin proponérselo e incluso sin que nos demos cuenta: en el subtexto”.
Izaguirre ha tenido una incidencia innegable en la formación de varias generaciones de venezolanos, ya a través de sus programas de radio y televisión (El cine, mitología de lo cotidiano se mantuvo en el aire durante 39 años), ya a través de su labor en la Cinemateca Nacional, que dirigió desde 1968 hasta 1988. Ha sido protagonista y testigo de excepción de los cambios que se han producido en el quehacer cultural de nuestro país, registrándolos por escrito, y ha sido además, un hombre ameno, un hombre sensible con un inmejorable manejo del lenguaje, que nos abre su corazón al rememorar su vida en común con Belén Lobo: “Se ha ido desvaneciendo en mi memoria la imagen de Belén pero ello no ha impedido que ella esté presente física y espiritualmente”.
Sin duda, él la mantiene viva entre nosotros al retrotraer su persona y su talento a través de las páginas de este libro, cuyo título se inspira en la definición de lo que fuera tan importante para ella: “El ballet es lo que queda en el aire después de que el bailarín pasó por él”.
linda.dambrosiom@gmail.com
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