22 de noviembre de 2024 11:38 AM

Ricardo Gil Otaiza: Terminé a Pessoa

En mi columna del domingo antepasado, titulada Lecturas postergadas, mencioné, no sin un halo de vergüenza, que llevaba veintiséis años leyendo el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa (1988-1935), pues bien: me puse las pilas y terminé de leerlo. No me lo podía creer: casi me parecía ser presa de una suerte de encantamiento, que me impedía finalizar la lectura de una obra que, a decir de los editores y de la crítica, es la mejor del autor portugués. Por cierto, busqué en las listas de los más relevantes libros del siglo XX, y en casi todas aparece la citada obra, no sin una suerte de alabanzas, que la ponen como a una auténtica cima de la literatura universal. En realidad ¿lo es?

Mi ejemplar del Libro de desasosiego data de 1997, de la editorial Seix Barral, con traducción del portugués, organización, introducción y notas de Ángel Crespo. Si a ver vamos, es un libro fragmentario, cuyo género es difícil de elucidar, porque se mece entre la prosa y el verso, la reflexión filosófica, el ensayo, el diario, y la crítica literaria. Para su autor son “apuntes espirituales”, pero tan dispersos, que las fechas de cada entrada difieren y saltan en el tiempo, lo que impide que haya un continuum argumental y analítico. Hay que decirlo: la traducción adolece de una serie de fallas que no son imputables a Crespo, sino que los originales son complejos y hay vocablos y frases de lectura dudosa, pero que a la final no implican una notable pérdida de coherencia e ilación.

El libro salió por primera vez en portugués en 1982, y la primera edición española es de 1984. Pessoa comenzó a escribirlo en 1912 y lo terminó poco antes de su muerte (según algunos estudiosos: el mismo año). Largo y sinuoso fue el camino de este libro, y se tuvieron que esperar cuarenta años para que por fin llegara a las manos de los lectores, desde que la editorial Ática de Lisboa, comenzara a trabajarlo. El porqué del título, pues no es difícil deducirlo, porque hay en estas páginas tanta angustia existencial, tanto desgarre escatológico, tanta melancolía y desengaño, que deja en el lector un aura densa y reflexiva, que mueve y va más allá de la existencia terrena, para adentrarse en el mundo de lo oculto y de la metafísica, en lo que Pessoa era aficionado, pero también un crítico.

Muy a pesar de todo esto, y que sus páginas hayan llevado a muchos lectores a descartarlo de entrada, el Libro del desasosiego no es un texto oscuro (aunque sí críptico), que nos hunda en un laberinto de desesperanza; nada de eso. Si se quiere, y se me tildará de tremendista, veo en la obra un camino para llegar a la luz. Duro y cuesta arriba, transijo, pero un camino al fin. En lo personal, casi tres décadas de lectura es como demasiado, pero un “algo” interior me llevaba a postergarlo sin devolverlo al anaquel, y con cierto espanto pude descubrir, que mucho de lo que plantea el autor en estas descosidas (y a veces locas) páginas, toca en mí una fibra y un nervio, me habla con fina certeza, me mueve en lo profundo; desencadena en mi interioridad una serie de reflexiones necesarias en mi trasiego existencial.

Hay en estas páginas de Pessoa experimentalismo verbal, innovación, fino juego de una lengua que conocía a la perfección, y que había llevado a elevadas cimas artísticas desde la poesía. Sé que al leer una traducción me estoy perdiendo de mucho, porque observo, no sin desconcierto, los grandes malabarismos que tuvo que hacer Ángel Crespo para acoplar el original (el endemoniado original, me lo imagino) a la versión española, y en esto el libro se resiente y el lector avezado lo percibe sin esfuerzo. Hay giros gramaticales inusitados, frases tensadas al máximo, neologismos e “inventos” del autor, que hacen de esta obra una auténtica cantera de originalidad y gracia.

Cada vocablo es en sí mismo una bala perdida; cada frase y oración son minas antipersonas, que estallan ante nosotros y nos dejan perplejos y meditabundos. Nada hay en este libro dejado al azar: todo tiene un por qué y un para qué, no deja Pessoa resquicio alguno sin llenar, aunque sí hay cabos sueltos que ya sabrá el lector acomodar a su entender. Aquí no hay páginas de relleno (como en las mejores novelas), sino ideas que chocan entre sí como partículas enloquecidas, que van hacia distintas direcciones, que horadan la realidad de las cosas, y nuestra manera de ver y de percibir el mundo.

Imposible ser indiferentes frente a la propuesta de Pessoa: es tal su carga explosiva, que tenemos que reacomodarnos en el asiento e intentar agrupar las piezas de nuestro propio rompecabezas, de lo contrario estaremos condenados a pasar por este libro sin arrastrar nada a nuestro favor, y habremos perdido miserablemente el tiempo. No esperemos del Libro de desasosiego la moraleja: todo es el no-ser; es y no es, y en esta antinomia se mueve el autor en una suerte de juego por la vida, que nos empuja a vivir, al despertar, a ver lo que no queremos ver, aunque no tengamos conciencia de ello y pretendamos no merecerlo. De allí el desasosiego que produce en nosotros, de allí los bostezos que suscita al cotejarnos con nuestra realidad; de allí una obra-cima literaria que me ha exigido casi tres décadas para decodificar su denso mensaje, para absorber lo que tiene que darme: sus verdades, sus extravíos, su dureza, y su ausencia de conmiseración para con las almas tibias.

rigilo99@gmail.com

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