22 de noviembre de 2024 12:23 PM

Irán, el gran enemigo de Israel y Estados Unidos

Teherán sabe que no puede enfrentar directamente a Israel y Estados Unidos, por eso desde su llegada al poder se convirtió en el principal promotor del extremismo islámico para debilitar a sus enemigos.

Pocas horas después de los ataques terroristas de Hamás perpetrados el pasado 7 de octubre contra Israel, se sumó otro actor que también constituye una amenaza constante para el país hebreo: Hezbolá. Si bien por el momento no hay una guerra abierta con el grupo extremista libanés, en los últimos días hubo ataques y acusaciones cruzadas que elevaron la tensión en la frontera.

Mientras la respuesta militar israelí tiene como objetivo principal debilitar al máximo a Hamás en la Franja de Gaza, y se mantiene en alerta ante cada movimiento de Hezbolá, el Gobierno no pierde de vista al régimen de Irán. Razones no le faltan. La República Islámica es el principal patrocinador de esos grupos terroristas y no oculta su ferviente deseo de que el Estado de Israel deje de existir. De hecho, las autoridades persas celebraron y apoyaron la masacre llevada a cabo por los extremistas palestinos, en la que murieron más de mil judíos.

Aaron Pilkington, analista de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, consideró que sólo habrá un vencedor en la guerra entre Israel y Hamás. Según indicó, mientras aumenta el número de víctimas israelíes y palestinos, sólo se habrán beneficiado los intereses de un país: Irán.

Israel-Irán: dos países que pasaron de aliados a enemigos acérrimos

El mapa geopolítico tuvo un cambio abrupto el 16 de enero de 1979. En medio de un creciente descontento social por la crisis que atravesaba el país, y con el ayatolá Ruhollah Musavi Jomeini cada vez con más poder y aceptación popular desde su exilio, fue derrocado Mohammad Reza Pahlevi, el Sha de Irán, poniendo fin a 37 años de reinado y a 2.500 años de monarquía.

El Sha tenía un estrecho vínculo con Occidente, en particular con Estados Unidos, y también mantenía buenas relaciones con Israel. Lo opuesto al régimen de los ayatolás, que veían a esos dos países como la representación de la inmoralidad, la injusticia y la mayor amenaza para Irán. Los clérigos llegaban al Gobierno, además, con el apoyo a la causa palestina como uno de los ejes centrales de su mensaje revolucionario y con un ferviente mensaje antioccidental y antiisraelí.

A poco de asumir, Jomeini envió un mensaje contundente: “Deberíamos esforzarnos por exportar nuestra revolución al mundo. Vamos a confrontar al mundo con nuestra ideología”. El propio Akbar Hashemi Rafsanjani, ex presidente de Irán, reconoció que el régimen necesitaba exportar su ideología teocrática para evitar correr el riesgo de convertirse “en un país cualquiera”.

Tres años más tarde, en 1982, Israel invade Líbano en respuesta a los ataques palestinos perpetrados desde territorio libanés. Teherán, que años tras años recrudecía su discurso contra Israel, aprovechó ese contexto de conflicto para expandir su influencia en la región y desafiar a Washington y Tel Aviv.

Así, la República Islámica desplegó en el Líbano a unos 1.500 miembros del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés), una rama del Ejército persa, para apoyar a militantes libaneses y palestinos. En el valle de Bekaa, los uniformados iraníes instruyeron a los combatientes chiitas en religión, ideología revolucionaria y tácticas de guerrillas.

El resultado de esa cooperación fue la creación del grupo extremista libanés Hezbolá (“Partido de Dios”). El régimen iraní, que en reiteradas oportunidades amenazó con destruir algún día el Estado de Israel, creó a esa organización como la rama en el extranjero de la Guardia Revolucionaria.

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