La teoría del péndulo de Foucault muestra que dicho objeto, colgado de un soporte, oscila primero hacia un extremo para luego retornar hacia el otro una y otra vez. Ese movimiento es constante y , mientras se mantenga suspendido sin interferencias, no sufre nunca sacudida alguna. Es por eso que quienes nos ocupamos de analizar o comentar los vaivenes de la realidad nacional o internacional –especialmente la de nuestra región- solemos utilizar esa figura para describir los cambios cíclicos de orientación de la política.
Sin embargo, este pasado domingo 11 la premisa del desplazamiento pacífico pero inmutable del péndulo parece haber sufrido notables excepciones que pudieran generar algunas consecuencias en la política latinoamericana y de paso ofrecer lecciones aprovechables.
En Ecuador, en segunda vuelta, se impuso Guillermo Lasso, personaje cuyo perfil de banquero, no populista, de inclinación centrista, aparentemente serio, lucía como el de menor posibilidad ante un opositor vestido con los atributos requeridos por la izquierda “dizque bolivariana progre” que también arropa a López Obrador en México, a Alberto Fernández en Argentina, a Arce en Bolivia, a Ortega en Nicaragua y alguno que otro actor de reparto. El desenlace inesperado y sorpresivo arrebató el éxito al candidato del “correísmo” cuyo vaticinado triunfo se compadecía con el desplazamiento hacia la izquierda que últimamente venía sonriendo a los integrantes del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Lasso ganó, con convincente ventaja gracias a la existencia de la segunda vuelta o “ballotage” consagrada en la legislación ecuatoriana. Falta ver si podrá gobernar siendo que el Congreso ha resultado en una atomización que le exigirá muchas concesiones o directamente se dedique a sabotear su gestión.
En Perú, por su lado, la existencia de una segunda vuelta promovió la proliferación de candidatos hasta llegar a dieciocho revelando no tanto amplitud del espectro político (que también la hubo) sino la inscripción de aspirantes cuyo caudal electoral apenas pudiera aspirar al voto de su cónyuge, su mamá y alguno de sus familiares. Las cifras obtenidas y los casi empates entre varios así lo demuestran.
Pero volviendo al péndulo que en Perú había llegado a una posición relativamente equidistante entre los extremos, ahora resultó que en la primera vuelta consagró vencedor a Pedro Castillo, quien –para decirlo de una vez– es el clon de Chávez con la particularidad (al revés que el “Eterno” durante su campaña) de que este sí proclama su orientación marxista, progre, bolivariana y estatizadora, lo cual, además de ser su legítimo y democrático derecho, presagia malos tiempos para un Perú que –pese a su putrefacta y rechazada clase gobernante– venía progresando con logros concretos y envidiables.
Lo notable del caso Perú es cómo la candidatura seria de un prestigioso ciudadano (Hernando de Soto) no pudo situarse para la segunda vuelta perdiendo esa oportunidad ante Keiko Fujimori que representa también el populismo –en este caso de derecha– y una evocación al autoritarismo de su padre . El apellido Fujimori en el Perú de hoy todavía genera apoyos y rechazos. Guste o no es un hecho.
Es de suponer que entre quienes creen representar al 80% que no votó por Castillo haya negociaciones y concesiones que induzcan a los ciudadanos para decantarse por uno u otro candidato en la segunda vuelta entre consideraciones ideológicas, personales, de carisma, etc. Tal como bromeó un respetado comentarista y amigo, se trataría de elegir entre la peste y el cólera aun cuando la proclamada maduración de la señora Fujimori y la realidad actual de la política peruana y regional permitirían suponer –y a lo mejor desear– que la alternativa con ella fuera más conveniente para el Perú y –sin duda alguna– para Venezuela y la región.
Por fin, las elecciones departamentales en Bolivia no parece que vayan a tener una incidencia determinante en la política interna o internacional de ese país cuyo gobierno -por el momento y con dificultad- mantiene legitimidad de origen y ejercicio pese a la presión autoritaria que aun aspira mantener el ex presidente Morales. Para nosotros los demócratas de América parece abrirse una conveniente grieta en el hasta ahora dominante partido MAS (de Evo) que dependiendo de las ejecutorias del actual mandatario Arce y de la impredecible evolución de los precios internacionales de los recursos naturales bolivianos, vaya a resultar en el desvanecimiento del liderazgo cuasi religioso del cocalero o su resurrección como ocurrió con Perón veinte años después de su derrocamiento.
Lamentablemente, la conducción caprichosa y cuasi alienada que Bolsonaro viene dando al Brasil, sí tiene el potencial de devolver a Lula por la vía democrática y electoral al Palacio de Planalto con predecible efecto muy negativo para quienes militamos en la alternativa democrática venezolana.
Hoy día aun siendo deseable, luce poco realista, aquello de “calma y cordura” que en 1936 reclamaba el presidente López Contreras cuando actualmente el país y la región lucen sentados sobre una crisis con características de polvorín.