22 de noviembre de 2024 12:25 AM

Carlos Raúl Hernández: Ver lo que todos ven, pensar lo que nadie piensa

Los adversarios del gobierno irán más o menos así: quien triunfe en “las primarias”,estará inhabilitado y se debate sí habrá sucesión monárquica. Otro pasa por un lado a “las primarias” sin enfangar sus zapatos y luce en posición de ser candidato, aunque interesa cómo quedaría la gobernación. Un tercero asume su complicado cuadro y reconoce lo que desde hace año y medio ladran hasta los perros de la calle: “guau guau, grrrrrr, no hay ambiente” y abre juego para eventual vicepresidencia. Alguien que huyó de las primarias y después de bañarse y enjabonarse ese olor, entrena para su rentrée en noviembre. Los candidatos micrométricos, terminarán aliados de quienes queden, para apostar a ser concejales o diputados. Berlin es el único filósofo actual conocido por mí que entendió exactamente la entretela de la acción política, la odiada reina de la praxis humana. Me apena repetir este ejemplo, porque no he visto otro mejor. En El sentido de la realidad (1984) plantea que, por vida o muerte, alguien debe atravesar en su auto un río furioso y el puente está a punto de ceder. Un ingeniero calculará el empuje del agua y la resistencia de los materiales. Los encuestadores enviarán a contar cuántas personas creen que debe pasar y cuántas no. Un politólogo investigará que piensan otros politólogos, y los historiadores qué hizo Julio César en el Rubicón, las incidencias sobre el puente sobre el Río Kwai y que hizo Aretha Franklin en el Puente sobre Aguas Turbulentas. Nuestro protagonista calcula peligros y posibilidades, juzga seguro arriesgarse y pasa. Es un jefe político, capaz de evaluar las variables y decidir correctamente, tiene sentido de la realidad, capacidad para no arrastrar sus seguidores a la desgracia: “ve lo que todo el mundo ve y piensa lo que nadie piensa”, dice Szent Gyorgi. No razona según la galería, piensa en el poder.

Con ayuda de una diosa antipática, la Fortuna, los estrategas válidos aciertan en situaciones difíciles mientras el pobrediablismo suicida a todos. Churchill se burlaba de sí mismo con el hábil ex post de que el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo, lo que únicamente pueden decir ganadores y hegelianos. Por eso nadie debería decir “hasta el final” porque la política “solo se acaba cuando se termina”, y no se termina nunca, como demostró Caldera, con su tenacidad destructiva. Se sabe actuales penurias nacen al no concurrir en 2018 y por si fuera poco, convocar en 2022 “primarias”, sin pensar en el poder sino en vengarse de la otra mitad. Pero solo de un cerebro disecado, mantenido a duras penas en formol, podría salir que “estamos en conversaciones con militares disfrazados”. La diferencia weberiana entre el político y el científico es la misma que entre un boxeador y otro que sabe de boxeo, entre el campeón mundial peso pesado Oleksandr Usik y el legendario promotor Don King, de 95 años, quien conoce del arte más que nadie, pero nunca se puso los guantes. La galería suele tener ideas geniales sobre qué hacer en el ring: ¡pega en el hígado!”, “¡búscale la ceja!” , “!túmbale los brazos!” (algunas muy taxativas: ¡mátalo!). Y desdichados del boxeador o entrenador que las atienda (“llamamos a la abstención porque es lo que quería la gente”). Al final no importan los vítores a largo de los quince rounds, sino ganar la pelea. El amor de los fanáticos vuelve en el octavo round, cuando Casius Clay apretó en el legendario combate de Suráfrica. Y Dicky Eklund, cuando tumbó a Sugar Robinson en la película de Mak Wahlberg y Christian Bale El boxeador (Russell: 2010).

Las clases medias altas y los intelectuales consideran la política un oficio vil, sin calificación, de buenos-para-nada, pero cuando les toca, lo hacen peor. Adjudicaron a los políticos y los partidos la exclusividad de las miserias de la condición humana. Mecánicos tracaleros, profesores piratas y estudiantes vagos, maridos y esposas indisciplinados, gerentes tramposos, dijeron que “la política es sucia. Leí hace un tiempo en relación con EEUU, que cuando aparece un político en pantalla, padres de clase media sienten competida su autoridad, y lo fulminan: “ese es un…”. Hay un abismo entre la “lógica civil” y la “lógica política”. La primera es emocional, episódica, pugnaz, moralista y conduce a 25 años cayéndose con el puente; la segunda es (o debe ser) racional, estratégica, negociadora y pragmática. Los políticos deben decidir sin pasión, conjeturar las consecuencias, no jugarse el resto, preferir acuerdos a conflictos, como prescribía Tsun Tzu: “gana el que sabe cuando luchar y cuando no luchar”) y hacer a veces lo que escandaliza la lógica de la sociedad civil. Alguna vez leí, pero no he podido confirmarlo, que el comando aliado en la segunda guerra ordenó a la resistencia francesa desinformar a las mujeres agentes que la invasión sería por Calais. La Gestapo sabía que ellas, a diferencia de los hombres, soportaban la tortura hasta la muerte y solo hablaban en suplicio extremo, cuando alguna moribunda exclamaba “¡Calais!”, dieron es que la invasión era por ahí. Pero el ideal del dirigente en las clases medias -los verdaderos NINI-, es un sujeto que suponen “bien preparado” y eso pienso un pernil navideño o alguien con la voz engolada diciendo tonterías, pero posiblemente un Melquiades el Mago, un embaucador.

Cercano al pueblo, pero con prestancia, medio capaz de impresionar, de “acrisolada honorabilidad”, fuerte, sin vínculos incómodos y empeñado en la redención radical de su pueblo: de ser hombre, Lancelot, ya que Kennedy, Clinton, Blair y Felipe González con tantas cualidades, colaron alguna mala costumbre. Partidos luminosos, franciscanos, arcangélicos, dignos de la República de Platón. Esos sueños de quinceañera borracha arrasan con todo (Menelao derrota y humilla al mequetrefe de Paris a sus pies ante las puertas de Troya, y le grita a Helena, amargado y despechado “¡por esto me cambiaste!”). La antipolítica es radicalismo rampante, ignorancia escandalosa cuyo programa se limita a detonar el sistema para que aparezca el guerrero de la armadura esplendorosa entre los escombros, y comience la tragedia. Según Schumpeter, -se ha dicho bastante-, hay pocas calamidades comparables a que vedettes, locutores, editores, atletas, empresarios, escritores o artistas, en síntesis, improvisados, un buen día “den el salto” a la política, y se metan a brujos sin conocer la yerba. Se desenfrenan por patanes peligrosos, populistas y demagogos que los llevan por el camino del dolor. Lady Chatterley cambió un hogar que la mimaba, por la choza del guardabosque.

Se cuelan Perón, Ortega, Correa, Petro, Cristina, Castillo, Milei, Trump, pero también inútiles a toda prueba, un carapán como Macri, Lasso, Duque, a menos que alguien, defienda la razón y pague algo de impopularidad provisional. Eso hicieron Betancourt, Duarte, Gorbachov y Yeltsin, Churchill, Havel, Chamorro y otros. Como Drácula los dictadores no entran donde no los invitan y a muchos empresarios, capitostes de medios, arlequines de la pluma, políticos antipolíticos, clases medias, se les caen las tangas frente al energúmeno rugiente; partidos abrumados por sus contradicciones espirituales, acomplejados por aquella intelligentzia (más bien cretinentzia) tienen miedo de enfrentar la estupidez colectiva (invasión, golpe, abstención) y se unen al aleteo de plumíferos alebrestados. para destruirlo todo. Oí decir a un gerente de televisión: “salimos de los partidos, deschavetaremos este militar, y vamos nosotros”. Resultado: la oposición de Gaby, Fofó, Miliki y Popi,, los Cuatro Jinetes, despalilló en operaciones irresponsables el capital democrático. A partidos ya desnaturalizados les dio periódicamente por retirar candidatos, presionados por analfabestias políticas: empresarios, intelectuales y algunos curas. “¡Lávense las orejas para oír a la gente!”, oí gritar a un conocido y arrogante personajillo! Flotan entre nenúfares primarios, como Desdémona y resplandece la mancha boba. Pero la Fortuna dirá la última palabra. La esperanza es lo último en salir del ánfora rota de Pandora.

@carlosraulher

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