El irlandés Bram Stoker (1847-1912), carga varios méritos en sus alforjas. El haber escrito varios cuentos cortos magistrales, opacados por su novela mas que famosa es uno. El haber rescatado un oscuro y siniestro príncipe de los Cárpatos que con salvaje territorialismo defendió a la cristiandad de los infieles fue otro. Haberlo casado con las leyendas europeas de la criatura de la noche que habita una muerte ausente fue otro toque de genio, aupado por el nombre artístico que le dio al muy sanguinario Vlad Tepes, de la orden del Dragón. Dracul, Drácula. Coronó la faena con una estocada de maestro. La novela Drácula no se desarrolla linealmente sino que apela al rompecabezas, que le da una cualidad fáctica y cuasi periodística envidiable. La historia progresa con base en diarios de los protagonistas, artículos de periódicos, cartas y la bitácora del Demeter, el barco que trae al vampiro a Inglaterra. Esta técnica le permite a Stoker dibujar desde el exterior, la figura del Mal extremo, pero además justifica en buena medida la interminable lista de versiones de la novela y, últimamente, el destazamiento de esa colcha de retazos siniestros para adaptar al cine los fragmentos (el “spin off” en la jerga de la industria). El año pasado vimos la infortunada versión en clave de comedia de Renfield, el loco atraído por Drácula (un personaje que nadie ha terminado de ubicar en la trama). Y ahora le toca el turno a los también desafortunados pasajeros del Demeter (diosa de la fertilidad griega, pero además dialogante con el inframundo). El fragmento ocupa unas once páginas en la novela. Tal vez más revelador es su temporalidad. Dieciséis días con sus noches, del 18 de julio al 4 de agosto.
Literariamente el diario del capitán, es una unidad casi autónoma. Contratado para traer varias cajas de tierra a la muy pacífica Inglaterra, no sospecha que su carga está maldita, aunque sí lo sabe el lector que ha tenido oportunidad de leer el diario de Jonathan Harker, su primer encuentro con Drácula y las entradas de sus futuras víctimas. Hay un dato, acaso marginal, que permea toda la trama y aquí está implícito. El vampiro no puede entrar a un ámbito al cual no es tácita o explícitamente invitado. Stoker, viejo zorro, mantiene en vilo al lector narrando como poco a poco van desapareciendo, inexplicablemente para el capitán, los distintos tripulantes. El viaje ha sido ninguneado por las diferentes versiones fílmicas. La original Nosferatu de F. W. Murnau en 1922 lo limitaba a unos minutos, pero vale la pena aclararlos, minutos sobrecogedores con imágenes inolvidables como la del vampiro, visto desde abajo, enseñoreándose sobre el puente del Demeter. Tan buena fue su versión que en 1978, Werner Herzog apenas si se animó a cambiarla y la transcribió con pasión de fanático. Un poco más explícito fue Coppola en su feliz versión de 1992, desmelenada, pasional y erótica. Tal vez el mérito de este mar de sangre sea el rescatar ese fragmento e intentar llevarlo de la página al cine sin perder la tensión que lo gobierna.
Pero el desafío de la novela es poco menos que insuperable. Stoker va descubriendo sus cartas como un excelente fullero, su prosa elude el morbo, se inclina más bien por la tersura, el erotismo, la fascinación que puede ejercer un noble que además no muere nunca. La película que tiene un muy buen comienzo, poco a poco vacila y titubea y el libreto elige el camino de la sangre y el morbo que poco a poco invaden la partida. El comic a menudo ha sido devastador para el cine y este es un buen ejemplo. Drácula, aquel personaje distante y señorial que encarnaron entre otros Bela Lugosi o Christopher Lee era una figura signada por su lentitud y paciencia. Casi un siglo más tarde la velocidad, esa pasión plebeya, le resta peso específico y transforma al Conde en un ratón veloz y muy dentudo. Y la película naufraga inevitablemente en un final que tristemente hace pensar en una o varias secuelas para las cuales probablemente no alcancen los dientes de ajo ni crucifijos. Mientras tanto, vale la pena releer la novela. Ni Dracula ni Stoker mueren jamás.
Drácula mar de sangre (The last voyage of the Demeter). Director Andre Ovredal. Con Corey Hawkins, Aisling Franciosi, Liam Cunningham
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