22 de noviembre de 2024 7:22 AM

Satélite Aeolus reingresa a la Tierra pero con varios sustos

La Agencia Espacial Europea (ESA) acaba de lograr una hazaña pionera, la reentrada asistida en la atmósfera terrestre de un satélite, el Aeolus. El resultado final fue un éxito, pero hubo sustos, como una reconfiguración del GPS, y decisiones que tuvieron que tomarse muy rápido.

«Siempre pasa que en este ámbito, realidad y teoría son dos cosas que se aproximan pero no son idénticas», señala a EFE la española Isabel Rojo, directora de operaciones de vuelo de Aeolus, quien durante una semana comandó a un equipo de más de 50 ingenieros y científicos que trajo de vuelta al llamado «satélite del viento».

Lo hicieron en dos turnos de 12 horas desde el centro de control de la sede de la ESA en Darmstadt, Alemania, y otras sedes, gracias a una secuencia de maniobras ejecutadas en dos días. Finalmente, Aeolus, que ha estado cinco años midiendo el viento terrestre, se quemó en la atmósfera el viernes 28 de julio a las 21:00 horas (19:00 GMT), por encima de la Antártida.

«Ha sido un gran acontecimiento, con momentos tensos, pero muy satisfactorio», resume Rojo, quien, ahora más relajada, dice que todos los equipos implicados le dejaron impresionada. «Aeolus abre la puerta a otras reentradas; el espacio es de todos, hay que cuidarlo».

Una semana en la sala de control

Las operaciones empezaron el 24 de julio, cuando el satélite, que había comenzado a perder altura desde el 19 de junio, se encontraba a unos 280 kilómetros de la Tierra. Ese día, relata Rojo, ya empezaron «con una pequeña desviación» respecto al escenario inicial.

La idea era hacer una sola maniobra para bajar el satélite a una altitud de 250 kilómetros, pero hubo que hacer dos.

No fue este el único imprevisto. Al girar la nave para iniciar las operaciones se reconfiguró el GPS, con lo que los equipos de dinámica de vuelo, que calculan las órbitas y los parámetros de las maniobras, se quedaron sin datos durante un tiempo.

Ahí subió un poco la tensión, comenta Rojo, pero todo estaba dentro de lo más o menos posible y reaccionaron «de inmediato».

Pero quedaban seis maniobras más para el 27 y el 28, y lo ocurrido obligó al equipo a repensar las siguientes fases.

«Tenemos bastantes años de experiencia en operaciones y está claro que siempre puede surgir algo. Lo bueno fue que todos los equipos estaban ‘in situ’, los expertos de Aeolus, los de las antenas receptoras de datos, los ingenieros de dinámica de vuelo (…)».

La jornada del jueves, en la que había que descender la nave desde los 250 kilómetros hasta los 150, comenzó según lo previsto, pero horas después saltó otro problema: la reconfiguración de la electrónica que controla, entre otros, el sistema de propulsión. Esto provocó que el satélite se quedara inercial.

«Ese problema tenía la potencialidad de hacernos fracasar y esta vez no teníamos dos días para sentarnos y analizarlo tranquilamente».

Todos los equipos implicados «me dejaron impresionada (…), lo entendieron muy deprisa y pudimos ejecutarlo rápido», detalla la ingeniera aeroespacial, quien lleva 19 años en la ESA.

Los equipos recuperaron la nave con un procedimiento que se había escrito para este tipo de contingencia y había sido testado en tierra antes del lanzamiento de Aeolus en 2018, pero nunca ejecutado en vuelo.

«Lo sabemos hacer ¿no?, pues venga. Se comandó y todo volvió a la normalidad», relata Rojo, quien asegura que siempre tuvo claro que lo iban a dar todo, aunque reconoce que en ocasiones «todo lo iban llevando al límite».

Las maniobras terminaron el viernes con el descenso de Aeolus hasta los 120 kilómetros respecto a la Tierra. Horas después terminó la reentrada (normalmente los satélites comienzan a quemarse a unos 80 kilómetros).

Nueva normativa

Hoy en día las misiones europeas están diseñadas de acuerdo a una regulación que requiere que se quemen en la atmósfera. Hay un umbral de riesgo (fragmentos llegando al suelo) por encima del cual la intervención desde la Tierra es necesaria, para conseguir un ingreso controlado.

Aeolus es anterior a esta norma, por lo que no estaba diseñada ni tenía la tecnología ni medios -como propulsión suficiente- para una reentrada totalmente controlada en la atmósfera, en la que los fragmentos que no ardieran caerían en un punto concreto elegido.

Pero los ingenieros sí pudieron programar una serie de maniobras para un reingreso semicontrolado, ajustando más el lugar de llegada de esos escombros; no sería un punto determinado pero sí una zona amplia.

De existir esos trozos no quemados en la reentrada -aún está por confirmar- habrían caído en la zona de la Antártida.

Tanto si regresaba por su cuenta como si se hacía de manera controlada, el riesgo de daños era increíblemente pequeño. «La probabilidad de que cayese un trozo del satélite encima de una persona era 65.000 veces menor que la caída de un rayo», subraya Rojo.

Aún así, la agencia calculó la órbita óptima para disminuir todavía más ese riesgo mínimo; el objetivo era reducirlo en 42 veces en comparación con una reentrada natural.

La ESA ha apostado por la política «cero desechos» en el espacio y Aeolus allana el camino para reentrar otras misiones, lo que ya se analiza. La reentrada asistida se podría hacer con satélites que tengan algún sistema de propulsión y que vuelen en órbita baja.

«Aeolus ha demostrado que se puede hacer y envía el mensaje de que si se piensa, calcula y ejecuta bien, aun conllevando muchísimo esfuerzo, es posible», concluye la directora de vuelo.

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