22 de noviembre de 2024 7:20 AM

Alfredo Toro Hardy: ¿Y si volviese Trump?

Donald Trump contagió a su partido con el estigma de su radicalismo, reduciendo a este a una mezcla de paranoia, resentimiento blanco y populismo autoritario. Más aún, erosionó hasta los tuétanos la fe de los Republicanos en las instituciones y en la democracia misma. Pero más allá de haber contribuido de manera decisiva a acrecentar la fractura horizontal de la sociedad estadounidense, fue responsable de llevar la credibilidad de su país ante sus aliados europeos, asiáticos y hemisféricos, a mínimos históricos.

Como bien señaló Ángela Merkel en Aquisgrán en mayo de 2018, Europa no podía ya seguir confiando en un país tan proclive a los extremos y a la inconsistencia estratégica. Atar el futuro europeo al liderazgo estadounidense resultaba, por tanto, una opción en acelerado declive. Palabras más o palabras menos, este fue un sentimiento exteriorizado y compartido por doquier por los líderes de países tradicionalmente cercanos a Washington en tiempos de Trump.

La convergencia entre la fractura creciente de su sociedad y la de la relación con sus aliados debilitó fuertemente, a su vez, la posición estadounidense de cara a su rivalidad estratégica con China. No en balde, Xi Jinping interpretó tal estado de cosas como una ventana de oportunidad histórica para su país, señalando que el impulso y el momento se encontraban de su lado.

El cambio Biden

Con Biden la situación ha cambiado de manera muy significativa. Su claridad estratégica doméstica, su experiencia en el manejo del Congreso, su capacidad para reconstruir la relación con los aliados y coordinar una acción concertada y su convicción de que sólo fortaleciéndose en el plano doméstico el país podrá asumir el reto de su rivalidad con China, han representado un importante período de avance para Estados Unidos.

Si bien remontar la cuesta de la fractura societaria es una tarea que excede a las posibilidades de este o de cualquier otro presidente, el actual ocupante de la Casa Blanca ha sabido navegar exitosamente en medio de la polarización existente. A pesar de haber tenido que luchar palmo a palmo contra una oposición Republicana que no le ha dado tregua, así como negociar interminablemente con dos senadores recalcitrantes de su propio partido, Biden logró dar forma a un conjunto de leyes transformacionales.

Entre éstas se encuentran la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleos, la Ley de Ciencia y Superconductores y la Lay de Reducción de la Inflación. Juntas, éstas hacen posible una inversión gubernamental de un billón (millón de millones) de dólares en la modernización económica y la reindustrialización del país, incluyendo la consolidación de su liderazgo tecnológico, la actualización de sus decaídas infraestructuras y la reconversión energética hacia fuentes limpias. Los estímulos que dichas leyes entrañan habrán de traducirse en gigantescas inversiones privadas. La sola Ley de Ciencia y Superconductores se ha traducido en anuncios de inversión privada que exceden a los 100 millardos de dólares.

Multitud de procesos productivos que habían sido externalizados a China y a otros países de mano de obra intensiva regresan ahora a casa. De acuerdo a la más reciente encuesta anual de la prestigiosa plataforma ThomasNet, de las 709 grandes empresas consultadas, 83% respondió que probablemente o muy probablemente regresarían sus actividades de producción a Estados Unidos. Abandonando los postulados de la Revolución Reagan que mantenía al gobierno federal fuera del ámbito económico, Biden ha definido ambiciosas políticas industriales que devuelven al Estado un papel rector en la persecución de los grandes objetivos económicos. Todo ello, a su vez, contribuye reducir la desigualdad social y a restaurar el contrato social con los ciudadanos. Un contrato social que se había visto fuertemente erosionado por los excesos neoliberales evidenciados tanto en el plano doméstico como en el marco de la globalización.

Sin embargo, a una inmensamente ambiciosa política doméstica se le ha unido una igualmente ambiciosa política exterior. Retomando los cauces del internacionalismo liberal de la posguerra, Biden ha reposicionado a su país en un vértice piramidal incontestado en relación a sus aliados. La invasión rusa a Ucrania y la expansividad geopolítica china en el ámbito Indo-Pacífico, le han permitido articular un eje de alianzas euro-asiáticas bajo liderazgo estadounidense, así como un claro contra balance a China en el ámbito asiático. Cierto, en el fracturado escenario internacional de nuestros días, y ante el inmenso atractivo de la opción china, no es ya posible pensar en un liderazgo global. No sólo el llamado Sur Global se muestra cada vez más indiferente frente a Washington, sino que la autonomía de movimiento de una mayoría de países que no desean comprometerse políticamente hace imposible pensar en escenarios internacionales como los que sucedieron al colapso soviético. No obstante, haber logrado reconstruir una sólida red de alianzas bajo la égida incontestada de Washington no es poca cosa. Sobre todo, después de la debacle causada entre aquellos por Trump y antes de aquel por el segundo de los Bush.

La convergencia de este fortalecimiento en los planos doméstico e internacional, han dado un fuerte impulso a la posición de Estados Unidos en su rivalidad con China. Por lo demás, la Administración Biden ha sabido evidenciar una clara visión estratégica en relación a Pekín. La misma se plantea en términos de competencia entre grandes potencias y no ya de rivalidad existencial entre éstas. Ello no excluye, sin embargo, negarle a China el acceso a tecnologías que podrían proporcionarle a ese país futuras ventajas tecnológicas y militares. En cualquier caso, la convergencia entre la mayor consistencia en la persecución de sus objetivos por parte de Washington, la sobre extensión de las ambiciones chinas y los problemas domésticos evidenciados por el régimen del Partido Comunista Chino, han inclinado la balanza a favor de Washington. Durante los últimos dos años, la iniciativa y el impulso estratégicos que habían estado del lado de Pekín, parecieran haber fluido hacia Estados Unidos.

¿Qué implicaría el retorno de Trump?

Sin embargo, en un año Trump pudiese estar regresando a la Casa Blanca y el caos y la regresión se reinstalarían de nuevo en Washington. Sólo que ahora multiplicados. Durante el primer período de aquel una administración pública profesional y un muro de contención institucional pudieron frenar sus peores impulsos. Tales barreras muy probablemente desaparecerían durante una eventual segunda administración Trump. En su edición del 15 de julio de 2023, la revista The Economist trae un detallado reportaje en el que explica como desde ya los centros de reflexión política del MAGA (“Make America Great Again”), se abocan a planificar cuidadosamente el desmontaje de lo que denominan el “Estado Profundo”. Ello implicaría despedir a decenas de miles de funcionarios públicos profesionales, los cuales serían sustituidos por seguidores de su movimiento. Con ello no solo se acabaría con el servicio civil que desde el siglo XIX ha permito brindar estructuración a la acción de gobierno en ese país, sino que se abrirían las puertas para que todo nuevo ocupante de la Casa Blanca se sintiera con el derecho de hacer otro tanto. A la vez, se persigue eliminar cualquier vestigio de autonomía en el Departamento de Justicia y “deconstruir” a centenares de agencias federales, sometiéndolos al control incontestado de la Casa Blanca. En síntesis, no sólo se eliminaría toda la experiencia acumulada en el sector público sino que se derribarían los controles institucionales dentro de este. Ello, a no dudarlo, propiciaría una parálisis generalizada en la acción de gobierno.

En el plano doméstico, lo anterior dejaría sin efecto la instrumentación de las leyes impulsadas por Biden y multiplicaría exponencialmente el caos evidenciado durante el primer mandato de Trump. En el plano internacional, ello echaría por tierra la política de alianzas y enterraría la credibilidad estadounidense ante amigos y enemigos. Más aún, haría muy cuesta arriba cualquier forma de articulación de liderazgo por parte de Washington. Ante China, finalmente, esto brindaría un empujón mayúsculo al ascenso de aquella y colocaría en inmensa desventaja estratégica a los Estados Unidos. De hecho, abriría de par en par las puertas a Pekín para poder materializar sus aspiraciones de primacía mundial.

¿Podrá Trump recuperar la Casa Blanca?

¿Podrá Trump alcanzar la presidencia en 2024? Sus posibilidades no son nada desdeñables. De un lado, todo parece indicar que nadie está en capacidad de rivalizarlo en las primarias de su partido. De obtener la candidatura, se las vería ante unas elecciones generales en las que la victoria vendría determinada por unas pocas decenas de miles de votos. De hecho, si bien las encuestas entre Biden y Trump oscilan de cara a noviembre 2024, lo hacen de manera apenas perceptible. Una encuesta de CNN de junio de 2023 muestra que un 33% de los encuestados ve favorablemente a Trump, mientras un 32% de estos prefiere a Biden (Harry Enten, “Biden vs. Trump: The 2024 race a historic number of meriicans don’t want”, CNN, June 25, 2023). De su lado, otra encuesta de Morning Consult del mes de julio coloca la intención de voto hacia Biden en 43% y hacia Trump en 42% (Julia Shapero, “Trump slips behind Biden in hypothetical match-up: poll” The Hill, July 11, 2023). En síntesis, la balanza se muestra bastante equilibrada. Valga agregar que los problemas judiciales de Trump no parecerían estar afectando sus posibilidades electorales (muy por el contrario, hasta el presente las habrían impulsado), al tiempo que las demoras propias del sistema judicial estadounidense harían bastante improbable que cualquier sentencia se produjese antes de las elecciones. Más aún, nada impide que un candidato condenado judicialmente pueda participar en las elecciones, de la misma manera en que nada prohíbe que un Presidente pueda perdonarse a sí mismo.

Si bien este estado de cosas plantea la posibilidad altamente realista de que Trump pueda prevalecer, las cosas se tornan aún mas preocupantes en relación a Biden por una razón adicional. Lo realmente significativo en caso de una elección Biden-Trump, en efecto, no es tanto lo parejo que resultan las preferencias, sino el alto rechazo que ambas opciones generan (en el caso de Biden esencialmente por su edad y aparente fragilidad). De acuerdo a la encuesta de CNN antes citada, 36% de los consultados mantiene una opinión no favorable en relación a ambos candidatos (Harry Enten, supra). Se trata, en efecto, de una disyuntiva electoral a la que una inmensa cantidad de ciudadanos de ese país no desearía verse sometido. ¿Porqué, sin embargo, tal estado de cosas habría de perjudicar más a Biden que a Trump? La respuesta requiere ser desmenuzada.

Una tercera opción

El rechazo a ambas candidaturas está dando vuelo a una tercera opción. Un grupo bipartidista que ha dado en llamarse “Sin Etiquetas” está convencido de que esta situación posibilita por primera vez el triunfo de un candidato que no responda a ninguna de las dos etiquetas partidistas. Desde que el ex Presidente Teodoro Roosevelt se lanzó sin éxito como candidato independiente a las elecciones de 1912, el candidato presidencial no perteneciente a ninguna de las dos toldas que mejor lo ha hecho fue Ross Perot en 1992. Habiendo obtenido el 19% de los votos populares, Perot no pudo sin embargo ganar. Logró sí, hacerle perder la reelección al Presidente de turno: George Bush padre. En la presente ocasión el movimiento “Sin Etiquetas”, basándose en sus propias encuestas, argumenta que un tercer candidato podría sacar 37% del voto popular y 286 votos electorales (Isaac Saul, “No Labels third-party run”, Tangle, July 13, 2023). Aunque esta hipótesis luzca poco realista, estaría efectivamente animando a mucha gente.

El porqué esta tercera opción afectaría más a Biden que a Trump responde a dos razones básicas. La primera es que el voto Trump resulta mucho más duro e incondicional. La fortaleza relativa de Biden, por el contrario, radica en simbolizar al anti Trump. Es decir, una posición considerablemente más endeble y susceptible de erosión. La segunda es que el candidato preferido de los “Sin Etiqueta” sería el Senador Demócrata Joe Manchin, quien pareciera ganado a esta posibilidad. Tratándose de un centrista de prestigio dentro del partido Demócrata, que ha sabido hacerle la vida imposible a Biden dentro del Senado, bien podría arrastrar a un número importante de votantes Demócratas que se sienten insatisfechos con su candidato.

Así las cosas, la posibilidad de un regreso de Trump a la Casa Blanca resulta muy real. De ello materializarse, el mundo debería prepararse para los sobresaltos de una gran montaña rusa.

altohar@hotmail.com

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